
La desesperación de Ana Jover se percibe desde que empieza a hablar. Se escucha la angustia en su voz cuando afirma: “Desde hace un mes mis hijas no van a la escuela”. Habla de Cristina, de 11 años, que cursa sexto grado de la primaria, y de Melissa, de 5, que está en el último año de salita. Las clases se suspendieron porque las maestras no pueden llegar a la escuela rural: el camino principal que une ese lugar con Carlos Casares, en el centro oeste bonaerense, quedó bajo el agua. Para cubrir los 30 kilómetros de tierra hasta la escuela, hoy Jover debe recorrer 120 kilómetros por Bellocq y Pehuajó. Lo que más la indigna, dice, es que “no hay un plan de acción” por parte de las autoridades para mitigar la situación. Más de la mitad del campo que trabaja en la región junto a su marido está inundado.
Su historia no es un caso aislado. A pocos kilómetros, en Santos Unzué, partido de 9 de Julio, Eugenio Aramburu atraviesa un derrumbe productivo que se aceleró en los últimos tiempos. “Tuve que sacar las 285 vacas que tenía porque el campo quedó inhabilitado”, cuenta. De 378 hectáreas, apenas unas 40 quedaron fuera de riesgo, pero ni siquiera puede aprovecharlas: “No les puedo dar uso porque no puedo ni llegar ni nada. No puedo hacer nada. La actividad de esta campaña está anulada. No voy a sembrar nada. Y ya no tengo vacas”, resume.
Más de la mitad del campo que trabaja en la región junto a su marido está inundado Marcelo Manera – LA NACION
Esa escena de vida cotidiana detenida, caminos anegados y campos improductivos se repite hoy en gran parte del centro oeste bonaerense. Según estimaciones de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap), cerca de 5 millones de hectáreas de la provincia están comprometidas, en un año en el que muchos partidos ya duplicaron su promedio anual de lluvias.
Aunque el volumen de agua explica buena parte del desastre, los reclamos llegan por la falta de mantenimiento y por obras hidráulicas no ejecutadas que, de haberse realizado, habrían facilitado el escurrimiento. También pesa el deterioro histórico de los caminos rurales. En este marco, se multiplican historias como las de Jover y Aramburu: escuelas aisladas, campos inutilizados y familias sin acceso a sus establecimientos.
En la casa de Jover algunas tareas escolares llegan por Whatsapp, pero nada reemplaza la rutina que Cristina necesita para terminar la primaria ni el acompañamiento que Melissa recibiría en el jardín. “Yo no soy maestra; hago lo que puedo, pero no es lo mismo”, admite. En ese contexto reclama la ausencia de un plan de acción que los ayude a salir de la situación.
El canal Artola, al desbordar inundó una gran cantidad de campos de la zona, incluido el del productor Eugenio Aramburu, en 9 de Julio Marcelo Manera – LA NACION
Mientras tanto, la situación del campo que comparte con su marido sigue empeorando. “El 60% es todo agua. Es todo una laguna”, insiste Jover. La casa y un sector alto que destinan a eventos quedaron en terreno firme; el resto es barro, charcos y pasturas que ya no existen. Los animales terminan comiendo cerca del patio porque los lotes bajos desaparecieron con la inundación. Incluso vivieron un aislamiento total durante la última crecida. “Estuvimos tres días sin luz, sin comunicación y sin caminos”, recuerda. La antena que les daba conectividad dejó de funcionar y, en esos días, la única forma de pedir ayuda hubiera sido salir por un camino también bajo el agua. “Fue angustiante”, confiesa. Aun así, dice que no quiere irse del lugar: “Elegimos la vida rural, pero así es imposible”.
9 de Julio es uno de los partidos más afectados Marcelo Manera – LA NACION
Aramburu también quedó aislado. Con 1250 milímetros ya acumulados —cuando un año normal ronda entre 900 y 1000— el campo colapsó. “Mi campo está a 3 kilómetros de la ruta y cortado. Hice bien en abandonarlo porque no hubiese podido ir”, explica.
Entre lo que no pudo cosechar y lo que no podrá sembrar, siente que el año está perdido. Es una situación que agrava un escenario ya complejo: en la campaña pasada había sembrado 60 hectáreas de soja que este año no pudo cosechar y tampoco pudo implantar trigo.
Aunque mantiene otras actividades, sabe que el impacto económico recién se hará visible más adelante: “Capaz me doy cuenta el año que viene. Hoy no me estoy dando cuenta. Pero me va a pegar.” Sobre la infraestructura, detalla: “Si los canales no están limpios, el agua tarda mucho más en irse. Esto no pasaría si hidráulica hubiera hecho lo que debía haber hecho”.
En Carlos Casares el panorama se repite con María Esther Ramundo, que heredó 150 hectáreas de su padre. “La mitad del campo ahora es una laguna”, dice. Con tanta lluvia, “las napas están explotadas” y el agua empezó a subir, metiéndose en todos los bajos. Las pasturas quedaron destruidas y, junto a su marido Carlos, se vieron obligados a vender parte del rodeo. “Lo vamos manejando como podemos”, cuenta.
La vida diaria de la familia Jover se alteró Marcelo Manera – LA NACION
El día a día también cambió por completo. Hay sectores a los que ya no pueden ingresar y otros donde el agua cubre los alambrados. Las vacas se concentraron en los pocos lugares firmes que quedan y todo lo planificado para estos meses quedó suspendido. “Todo lo que está bajo agua se perdió”, lamenta.
La escena revive un recuerdo que preferiría no repetir: la inundación de 2017. Entonces también habían quedado aislados, solo pudiendo salir para lo imprescindible. “Y ahora volvimos otra vez”, señala. Su pedido es simple y directo: “Que las autoridades no nos abandonen”. No pide obras nuevas ni promesas abstractas, sino presencia, mantenimiento y acompañamiento.
En 9 de Julio y otros partidos una superficie importante no se podrá trabajar
Marcelo Manera – LA NACION
A pocos kilómetros de allí, en el partido de 9 de Julio, Luis María Vanina atraviesa una situación similar en la empresa familiar que conduce con su familia. Tienen ganadería, agricultura y tambo en la zona de Bragado y, en todos los casos, la actividad quedó muy limitada. En agricultura habían proyectado 700 hectáreas de maíz temprano, pero solo pudieron avanzar sobre 200. El resto quedó postergado para una eventual implantación de maíz tardío después del 25 de noviembre, siempre que surja una ventana de trabajo. “Y ahora estamos a la espera de poder arrancar con la soja”, explica. Las lluvias, sin embargo, no cesan y complican todo.
Según detalla, alrededor del 50% de la superficie total que manejan quedó bajo el agua. Entre las 400 hectáreas propias —300 de uso agrícola— y las más de 1200 hectáreas arrendadas, la inundación alcanzó tanto los lotes agrícolas como las áreas destinadas al tambo: pasturas, alfalfa y verdeos.
Se superaron las marcas de lluvias y el panorama se agravó por la mala infraestructura
Marcelo Manera – LA NACION
En lo personal, el impacto también se siente. “Anímicamente, esto te pega”, admite. La incertidumbre diaria, la espera de una ventana de siembra y la sensación de que cada lluvia vuelve a atrasar todo se trasladaron a la vida cotidiana de la comunidad. “Todo el día mirando al cielo”, describe.
La situación en las zonas inundadas no afecta solo a los productores: mecánicos, concesionarios, agronomías, estaciones de servicio y comercios siguen pendientes de lo que ocurra. “Hasta los mismos empleados te dicen: ‘El pronóstico da una semana linda’… pero la ventana más larga que tuvimos fueron ocho días sin lluvia. Después vuelve a largar 40, 80, 90 milímetros”, dice. Así, semana tras semana, el calendario productivo se va corriendo mientras la región permanece en pausa.




