
Uno estaba furioso por lo que estaba por ocurrir. El otro, por lo que ya había sucedido. A ochenta años de distancia, el abuelo peleó para que el peronismo no llegara al poder en el 45 del siglo pasado y el nieto hojea hoy las mismas páginas para evitar que ese signo vuelva a la Casa Rosada. No son parientes, claro; comparten ideas. Son apenas dos ciudadanos de un mismo país: el abuelo y finado embajador podría llamarse Spruille Braden y el nieto Scott Bessent, hoy Secretario del Tesoro de USA. Uno, con un historial controvertido en la minería y en la United Fruit, quedó ligado por su apellido al espectro imperialista en la elección que ganó Perón; el otro, de particular devoción por el bucólico Sur argentino y algunos negocios, ha dispuesto ahora una ayuda celestial para que Javier Milei recupere votos este 26 de octubre y castigue en las urnas al peronismo que se impuso en las recientes elecciones provinciales de Buenos Aires. Y si Bessent no alcanza ese objetivo, al menos sus anuncios le darán, durante 30 días de campaña, cierta estabilidad económica al equipo de Luis Caputo.
No es poco para un cuerpo anémico que despertó con una medicina verbal: apenas unos elogios verbales sirvieron para remitir la debilidad extrema junto a promesas de respaldo financiero por si la corrida del viernes pasado se volvía crónica. Parole, simples palabras. Inéditas, sin embargo, para gobiernos anteriores que también tendían la mano. Cabe recordar además que otra acepción aporta el término Parole: permiso de permanencia temporal, según el inglés. Es decir, se responde a una autoridad, al cesarista del pulgar. La invención del parentesco ficticio entre abuelo y nieto para resistir al peronismo no es nueva: después de la Segunda Guerra, Estados Unidos impulsó un poderoso plan de recuperación para Europa —en particular para Gran Bretaña— con préstamos, facilidades y donaciones bajo el título del Plan Marshall —también con la obligación de comprar productos de USA, créditos atados— que, además de remediar la pobreza, impidió la penetración del comunismo. Como se sabe, ganaron esa partida. Hoy, Milei espera un resultado análogo.
Bessent, quien suele endosarle al peronismo todas las desgracias argentinas de las décadas pasadas, repitió aquello que dijo hace dos meses y que pocos atendieron: Vamos a hacer lo que sea para conservar al gobierno Milei, sostuvo. Entonces el velero navegaba a favor del viento. En esta ocasión también intervino Donald Trump, quien mantuvo esa línea y, políticamente, ayudó a salvar a Milei del precipicio previsto para octubre, condicionando además una eventual reelección en 2027, por la que ya se mostró a favor. «Voy a estar con vos y sin paradas de ningún tipo»: en un tren exprés no solo se comió días de incertidumbre, también se ganaron años de respiración. Ni el propio mandatario argentino esperaba semejante respaldo antes de viajar a Nueva York para la entrevista y su disertación en la ONU, actos observados desde casa por compatriotas como en cualquier foro internacional. Al igual que Trump, aprovechó para criticar a la organización. Lo volverán a hacer el año próximo. También, lógicamente, aludió a sus compromisos con Israel, recurrió a Malvinas por tradición aunque afirmó de entrada que su política exterior era novedosa. Hasta las islas no llega. Inclusive arrastró al protocolo a su hermana, quizás en un protagonismo innecesario pero imprescindible para quienes no comprenden la indivisibilidad del cuerpo y el alma.
Con las palabras de Trump y Bessent quedaron neutralizados, en la política interna, los desbordes que se le atribuyen y que ella misma promovió la Vicepresidente Victoria Villaruel, y fue un mazazo para los que soñaban con una crisis tipo 2001, con un riesgo país en la estratosfera y una asamblea legislativa para designar un sucesor presidencial. Ese secreto a voces, en muchos casos, evidenciaba más un deseo que una realidad. Incluso se llegó a conjeturar un nombre para una salida al estilo Duhalde: el futuro candidato a diputado por Córdoba Juan Schiaretti, quien difícilmente encaje en ese anhelo parlamentario. Se supone. El anuncio de Trump a favor de Milei, el apretón de manos, los guiños del “gorila” Bessent y el implícito “compre ahora, pague después” barrieron con esas pretensiones personales y, tal vez, minaron la propuesta de centro que representan Schiaretti y varios gobernadores. Al menos en la provincia de Buenos Aires, donde el representante de ese espacio, Florencio Randazzo, puede hoy sufrir la presión polarizadora entre kirchnerismo y mileísmo. Antes se hablaba de tres tercios en ese distrito —por los desencantados de las dos grandes fuerzas partidarias dispuestos a no votar—; ahora la discusión retorna a un enfrentamiento binario, recurrente: entre quienes celebran un crédito y quienes lo rechazan.
Aunque adelantarse al desenlace electoral sea aventurado, resulta menos arriesgado observar el proceso económico que, tras las intervenciones de Trump y Bessent, logró un blindaje inesperado para el Palacio de Hacienda y el Banco Central. Los mercados dieron vuelta en una montaña rusa mayor que la de Disney, y se perciben ciertos ajustes: José Luis Espert afirma que las bandas cambiarias son un entrenamiento para aprender a flotar en el futuro y el FMI confirma que la Argentina comprará dólares para reforzar sus reservas. Al mismo tiempo, repitiendo lo que las grandes cerealeras hicieron con Mauricio Macri antes de asumir —y que aquel nunca agradeció, gracias a la intermediación del cordobés sojero Roberto Urquía—, se aseguró un ingreso de siete mil millones por la breve eliminación de las retenciones. Un negocio. Como el de las empresas de juego que suelen asistir a los gobiernos de la provincia de Buenos Aires en emergencias, siempre que, a cambio, obtengan más tiempo de explotación de sus licencias.
Show me the money, primera de las objeciones que plantea la crítica opositora o la desconfianza, sobre todo para comunicados que no vayan acompañados por hechos financieros. No ayudó, en ese sentido, un último comunicado de Bessent: vamos a trabajar (para que no haya default) después de las elecciones de octubre. Seguramente ya sabían que la liquidación temporal de dólares por parte de los capos del campo permitiría al gobierno cosechar los ansiados 7 mil millones de dólares necesarios para superar la crisis. Con palabras y el campo se salvó el Rubicón. Después vendrán observaciones sobre otras condicionalidades (devolver el swap chino), puesto que ni Trump presta gratis y, por lo general, juega al golf por dinero. Su entretenimiento está en los billetes. De su país, claro. Pero el ordenamiento local impuesto en la Argentina por la palabra ya corrigió al mercado y hasta modificó la postura de medios que antes defendían, luego objetaron y ahora vuelven a apoyar al gobierno. Los países subdesarrollados se adaptan a la master voice. Siempre. Habrá que ver si ese comportamiento también incluye a los votantes, porque a veces un fenómeno económico no se corresponde con el comportamiento electoral.