Sábado, 15 de noviembre de 2025   |   Justicia

Triple crimen: cinco años sin culpables tras un ajuste narco

Triple crimen: cinco años sin culpables tras un ajuste narco

Se cumple un lustro del caso que conmocionó a Paraná: sicarios profesionales asesinaron a tres hombres en lo que se investiga como un ajuste de cuentas del narcotráfico. El único imputado quedó cerca de ser desvinculado porque las evidencias no lo incriminan.

El informe de Cuestión de Fondo (Canal 9 Litoral) y la nota de la Revista ANÁLISIS, publicada el 18 de septiembre, reconstruyen la investigación y sus vaivenes. Cerca del quinto aniversario del brutal triple crimen en calle Las Camelias, los indicios que apuntaban a Ramiro “Pañal” Colman —un joven con condenas previas por hechos violentos relacionados con la venta de drogas— se fueron debilitando al contradecirse con otras pruebas. Lo que en un principio tuvo decenas de sospechosos hoy no permite señalar a nadie con certeza. Cientos de fojas en el legajo muestran medidas tomadas sobre distintas hipótesis que no condujeron a una certeza: el caso, como otros protagonizados por sicarios profesionales en Entre Ríos, queda impune. Lo mismo ocurrió con el ataque a Gustavo Barrientos en 2023. La llave del esclarecimiento siempre la tuvieron algunos familiares de las víctimas (uno de ellos sobreviviente), pero eligieron el silencio.

Era un domingo de asado en la casa de Cristian Barreto. Estaban su hermano Víctor, el socio de ambos Germán Herlein, el joven que empezaban a introducir en la venta de droga, Leonardo Morales, y varios parientes. Tras la sobremesa, los cuatro se apartaron para hablar del negocio: salieron a la vereda y cruzaron la calle de ripio para ubicarse a la sombra de un árbol. La secuencia posterior se viralizó en redes: llegó una moto con dos ocupantes; el acompañante disparó en movimiento con la mano derecha e impactó a dos de las víctimas. Se bajó, ejecutó con balazos en la espalda y remató con un tiro en la cabeza a Herlein y a Morales, que quedaron boca abajo sobre el césped. Los hermanos Barreto salieron corriendo. El conductor de la moto giró y el tirador volvió a subirse para perseguirlos. Víctor tropezó, dejó una ojota en una zanja y dijo después que eso lo salvó porque las balas le pasaron por arriba; luego corrió hacia un baldío. Los asesinos prefirieron ir a cazar a Cristian, que corrió hacia calle Ovidio Lagos, donde un auto con dos hombres lo atropelló. Se levantó y se metió por la entrada de una cochera hacia el fondo de una casa; el asesino lo siguió y le disparó: un balazo impactó en su espalda. Cristian cayó boca abajo, debajo de un techo en la parte trasera de la vivienda, junto a un utilitario Renault Kangoo que resultó agujereado por la ráfaga de tiros. También recibió el tiro de gracia en la nuca.

La investigación, a cargo del fiscal Martín Wasinger y la División Homicidios de la Policía, comenzó frenética tras quienes se sospechaba contaban con la capacidad operativa y financiera para ejecutar una masacre así. Fue también una carrera para ver si la Justicia llegaba antes que la venganza. Ni una ni otra alcanzaron a los autores ni a sus instigadores. Aunque en el entorno de los Barreto circularon frases como “ya la van a pagar” y “esto no va a quedar así”, no hubo una venganza pública. Víctor Barretto dijo que no iba a colaborar con la investigación y que lo “arreglaría a su manera”, aunque aparentemente se fue de Paraná y dejó todo. Este sobreviviente sabía quién estaba detrás del plan criminal y por qué: un ajuste de cuentas ligado al mercado de drogas por una maniobra sin códigos que enfureció a alguien que conocía bien. Sin embargo, ni ver el cuerpo ensangrentado de su hermano lo convenció a hablar. Ni siquiera entregó la clave de su iPhone para que los investigadores busquen pistas. Tampoco su cuñada, la viuda de Cristian, quiso aportar nada para llevar a la cárcel a los responsables. “Esto es parte del negocio”, decían con una naturalidad pavorosa. Lo único que Víctor aportó fue para que la Fiscalía descarte una hipótesis: “Yo sé que ustedes van a pensar que fue Petaco Barrientos, pero él no tiene nada que ver”, aseguró esa misma tarde. La Policía y el fiscal lo buscaron insistentemente, pero finalmente se le perdió el rastro.

Ramiro Gabriel Colman apareció en la causa por una combinación de indicios y casualidades, además de su vínculo con uno de los sospechosos recurrentes en estos hechos, Germán Velázquez. “Pañal” nació y creció en el Paraná V, vivió con sus abuelos y pasó algunos años en Santa Fe. Fue protagonista de robos y tiroteos desde la adolescencia y en algún momento integró la Barra Fuerte del Club Patronato. Participó de la golpiza a chicos de una escuela de fútbol en el estadio Grella en noviembre de 2017. Tuvo dos condenas que sumaron tres años de prisión efectiva: una por un asalto el 24 de agosto de 2017, cuando entró a una casa junto a un cómplice, golpearon a una familia y se llevaron unos 3.000 pesos; la otra por un ataque a balazos que provocó heridas graves a una persona. En un juicio abreviado acordó la pena que cumplió en la cárcel y obtuvo libertad condicional: salió el 4 de noviembre de 2020.

Ese dato llamó la atención de los investigadores: su regreso a la calle coincidió con el ingreso a Paraná del Renault Kwid utilizado en la operación del triple crimen. Ese auto —robado en Rosario— llegó a la capital provincial el 5 de noviembre, 10 días antes del múltiple asesinato. Fue el vehículo que chocó a Cristian cuando intentaba escapar por Ovidio Lagos y, horas después, apareció incendiado en calle Supremo Entrerriano.

Varias personas contaron que Colman era buen motociclista, por lo que podrían haberle encargado conducir la Honda Tornado en la que iba el sicario. El seguimiento de la moto mediante cámaras de seguridad llegó hasta Provincias Unidas y avenida Zanni, donde se perdió su rastro; ese punto está relativamente próximo a su vivienda en Paraná V y en la dirección que tomaron los asesinos. En el allanamiento a la casa de “Pañal” se secuestraron una bermuda y zapatillas color oscuro, muy parecidas a las que usó el conductor de la moto.

La prueba más incriminatoria fue el testimonio de un hombre que declaró haber cruzado a los motociclistas momentos antes del ataque y señaló a Colman detrás de un vidrio espejado en una sala de Tribunales, asegurando que había visto el rostro del conductor pese a que llevaba casco. Con esos indicios, el fiscal lo imputó por triple homicidio agravado por el uso de arma de fuego y premeditación, con participación de dos o más personas, en carácter de autor, y le dictaron prisión preventiva. Pero otras medidas posteriores terminaron debilitando la acusación.

Primero se desmoronó la bermuda: una pericia de mejoramiento de imagen sobre la cámara de la casa de Barreto —que registró de frente al motociclista— mostró que la prenda del atacante tenía una figura blanca en la parte superior izquierda que no coincidía con la bermuda secuestrada en la casa de Colman. Luego se cotejó la contextura física: “Pañal” siempre fue morrudo, mientras que el conductor de la moto, según las imágenes, era delgado. Esos contrastes fueron fundamentales para debilitar la imputación.

Otra línea apuntaba a los vínculos de Colman con narcos del Paraná V que serían rivales de los Barreto y podrían haber tenido motivos para matarlos. En esa hipótesis, Colman sería mano de obra local y no se descartaba la intervención de paranaenses, aunque la pista de Rosario siempre fue más firme en la causa por datos objetivos: el Renault Kwid de apoyo fue robado el 28 de octubre en Rosario y llegó a Paraná por el túnel subfluvial el 5 de noviembre; la noche del 15 de noviembre apareció incendiado en Supremo Entrerriano. Es decir, fue robado y trasladado por gente de Rosario con vínculos claros con narcos de Paraná, pensado para la logística del operativo. Además, ataques similares ocurren a diario en Rosario, lo que explica la pregunta de muchos aquel domingo: más allá de quién fue, ¿quién en Paraná tenía capacidad para contratar sicarios? Uno de los nombres que surgió fue el de Gustavo “Petaco” Barrientos, entonces preso por un doble homicidio y con un entorno con antecedentes. Pero los indicios apuntaban a otro actor menos ostentoso en el hampa local, aunque de mayor relevancia en el narcotráfico regional: Germán Velázquez (ver recuadro). Velázquez era conocido de Colman por ser oriundo del mismo barrio.

En los primeros meses, los investigadores hicieron numerosas medidas y viajaron por gran parte del país en busca de pruebas. Había expectativas sobre lo que podrían obtener en Rosario: informes y pericias balísticas sobre los indicios recogidos en la escena. La frustración fue mayor: en Rosario, con altas tasas de homicidios, la Policía y la Justicia no tenían una base de datos balísticos adecuada. A pesar de la creación de una unidad especial de balaceras en la Fiscalía, la penetración del dinero del narcotráfico en instituciones limitó los intentos para identificar y encarcelar a los responsables. Los investigadores paranaenses regresaron con las manos vacías.

Colman volvió a ser detenido por hechos violentos. Tras recuperar la libertad al terminar la prisión preventiva —que cumplió primero en la Unidad Penal y luego en modalidad domiciliaria— regresó a actividades delictivas. En febrero de 2021 quedó libre y la División Robos y Hurtos lo ubicó como protagonista de tiroteos en la zona de la Escuela Hogar. “Pañal” también fue víctima de un ataque a tiros cerca de su casa, por la banda del “Pillo” Maidana, un joven del Paraná V que dominaba la venta de drogas en el barrio. Finalmente, en junio de ese año fue detenido en un hotel de calle Moreno, donde había pagado dos meses por adelantado; le secuestraron una pistola calibre 9 mm y 16 balas. Aunque no tenía ingresos lícitos, parecía disponer de efectivo. Volvió a quedar con domiciliaria y poco después recuperó la libertad. En agosto de 2022, tras acordar un juicio abreviado con el fiscal Wasinger, fue condenado por estos últimos hechos a tres años de prisión efectiva y declarado reincidente, por lo que cumplió la pena íntegramente en la Unidad Penal. Recientemente terminó esa condena y, además, quedó libre de la más grave causa que pesaba sobre él —la del triple crimen— que podía implicar prisión perpetua.

El auto, la moto y el arma

La pesquisa llegó hasta una Honda Tornado de características similares a la utilizada por los sicarios; la moto fue entregada por dos jóvenes luego de rastreos a partir de videos sobre los movimientos del Renault Kwid que sirvió de apoyo. Ese auto había estado entre el parque automotor de familias gitanas que venden vehículos en la zona de la Circunvalación. El Renault Kwid fue robado a mano armada a una mujer en Rosario el 28 de octubre; el 5 de noviembre ingresó a Paraná por el túnel subfluvial con la patente cambiada y, desde entonces hasta el día del triple homicidio, habría estado guardado en ese lugar de la ciudad.

Los dos jóvenes, de 18 y 22 años, son de la comunidad gitana local, familiares de quienes administraban ese lugar de compra y venta; uno vivía cerca de donde apareció el auto quemado. Ambos fueron vistos con una Honda Tornado roja que publicaban en redes sociales, por lo que fueron citados como testigos. Al principio aportaron información falsa; el fiscal los imputó por encubrimiento agravado. Dijeron luego que mintieron por miedo y quedaron libres con restricciones, con el compromiso de entregar la moto, lo que hicieron el 3 de diciembre por la tarde. El vehículo no tenía patente y la numeración de cuadro y motor no arrojó pedido de secuestro. El cotejo de la Tornado con la que se ve en el video no aportó un detalle concluyente que la vincule definitivamente al triple crimen.

Del arma utilizada se infirió que se trató de una Glock G5 con cargador para 30 disparos, una pistola de última generación y poco común entonces en Entre Ríos. Costaba alrededor de 1.000 dólares y no había registros de ese modelo en la provincia. Las pericias balísticas sobre la veintena de vainas servidas en la escena no dieron correspondencia con otros hechos en Paraná, y mucho menos en Santa Fe y Rosario, donde faltaban bases de datos para comparar.

Quién era quién

Los nombres que surgieron no eran nuevos en el mundo narco de Paraná. Los hermanos Barreto estaban en el negocio desde hace 20 años y, en tiempos recientes, se convirtieron en los principales proveedores de la región: abastecían no sólo a bandas de Paraná sino a toda la provincia y a grupos de Santa Fe. Eran conocidos como “Los Teros” y ocultaban sus ganancias en negocios pantalla: licencias de taxis, bares, boliches y pinturerías con varias sucursales. Víctor, por ejemplo, vivía desde hacía un par de años en un country de Nordelta. Las familias viajaban al exterior y llevaban una vida ostentosa, y eran queridos en un amplio ámbito social porque ayudaban a clubes y personas. Cristian, además, jugaba en Instituto de Paraná y tenía muchos amigos.

Herlein, de 32 años, había salido de la cárcel casi un año antes del triple crimen con libertad condicional tras integrar una banda dedicada a la distribución y venta de drogas en Paraná. A pesar de la prisión, seguía en el negocio con más experiencia y ambición. Tras su muerte, en un allanamiento a su departamento de calle Andrés Pazos la Policía encontró un millón de pesos en el ropero; poseía varios vehículos a nombre de terceros, entre otros bienes.

Morales, de 23 años, era un colaborador de Cristian. Tenía antecedentes por robos callejeros pero no figura como actor central en el narcotráfico; pese a ser parte de la banda de los Teros, fue la víctima principal en el ajuste de cuentas.

El sospechoso de siempre

El nombre de Germán Velázquez apareció públicamente por primera vez en el programa Cuestión de Fondo y luego en Análisis Digital, donde se informó que era prófugo de la Justicia Federal de Santa Fe en una causa por narcotráfico, y que había vivido en pleno centro de Paraná. Su trayectoria delictiva es de larga data. A comienzos de la década del 2010 se radicó en Rosario, donde se vinculó con el narcotraficante Luis “Pollo” Bassi, enemigo de la banda Los Monos, liderada por Claudio “Pájaro” Cantero. A Velázquez —apodado “el Gurí” en Rosario— lo nombraron como uno de los sicarios de Bassi, presuntamente contratado para actuar en el asesinato de Cantero, hecho que marcó un antes y un después en la criminalidad rosarina; por ese homicidio condenaron a Bassi y a otro sicario, Milton Damario.

Velázquez volvió a Paraná y cayó preso a fines de 2013 por un asalto: con un dato equivocado, entró a robar a una heladería en avenida Ramírez y lo atraparon a pocas cuadras. Fue condenado a cinco años y dos meses. Cuando obtuvo libertad condicional, creció rápidamente en el mercado de drogas hasta consolidarse como proveedor regional.

Su vínculo con los Barreto ya era conocido y se confirmó en una causa por una estafa con “cuento del tío”, a partir de documentación hallada en un vehículo. Por ese episodio volvió a la cárcel, salió y no se presentó más en el Juzgado, por lo que la Justicia libró pedido de captura nacional e internacional. En una causa investigada por el fiscal federal de Santa Fe, Walter Ramírez, lo imputaron por ser proveedor del narcotraficante santafesino Luis Paz, un acaudalado empresario rosarino del boxeo y otros rubros.

Desde 2019, se decía que Velázquez tenía diferencias marcadas con los Barreto; en la calle se comentó que los hermanos quisieron “pasarse de vivos” y que se adueñaron de su línea con Paraguay, aprovechando que Germán tenía dificultades para transitar por el país por el pedido de captura. Por eso se pensó que el triple crimen podía ser una venganza, pero esa línea no aportó indicios concluyentes.

Germán se entregó en la cárcel el 12 de noviembre de 2022, firmó un juicio abreviado en Santa Fe, estuvo preso y ya se encuentra en la casa de Pre Egreso de la Unidad Penal 1 de Paraná, con buenas calificaciones de conducta. La sombra de sospecha sobre él tras el asesinato de Barreto, Herlein y Morales quedó apenas como una anécdota.

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