
Tras la última reunión entre Javier Milei y Mauricio Macri, y en medio de las recientes derrotas electorales y los escándalos de corrupción, en el Gobierno hay quienes sostienen que, después del 26 de octubre, nada será igual y que se producirán cambios importantes.
Coincido en que ya nada será igual; no así respecto a esos “cambios importantes”. Nadie que esté convencido, como los hermanos Milei, de haber sido encomendado para una misión divina aceptaría que el camino fijado por Dios fuera incorrecto.
Sea cual fuere la verdad, existen altas probabilidades de que el posmileísmo comience ese día.
Siempre existe un momento en que concluyen los ciclos de apogeo de un gobierno. A la administración anterior, la de Alberto Fernández, eso le ocurrió en su segundo año de gestión, después de haber alcanzado una adhesión del 80%.
Eso le ha sucedido a todos y seguirá sucediendo.
La duda es si ese proceso ya comenzó con el actual gobierno o cuánto faltará para que suceda.
El factor Cristina. Ese es el clima que, desde hace semanas, se respira en el círculo rojo y entre los estrategas de los distintos partidos. De ahí nace el interrogante presente en cada espacio y que, por razones tácticas, prefieren no hacer público: más allá de cuándo ocurra, ¿cómo prepararse para el inicio de la debacle oficialista?
En el peronismo, tras el categórico triunfo bonaerense, la pregunta que sigue es qué hacer con Cristina Kirchner.
Meses antes de mayo de 2019, cuando CFK sorprendió al correrse de la carrera presidencial, en esta columna se planteaba que ella era el único obstáculo para que el peronismo regresara al poder (tras cuatro años de Macri y tres de caída del PBI, su reelección resultaba casi imposible). Hoy ocurre algo parecido.
No por el riesgo de que compita —ya no puede hacerlo—, sino por el protagonismo político que aún conserva. Cristina coincide con sus opositores en algo: ellos la necesitan vigente y ella no quiere perder centralidad. Ellos aciertan; yo creo que ella se equivoca.
Para estas elecciones, Axel Kicillof respondió a la pregunta de “qué hacer con Cristina” incluyéndola en el armado electoral y omitiéndola durante la campaña. En septiembre, la estrategia le dio buenos resultados.
La cuestión es qué empezar a hacer con ella de cara a un eventual cambio de poder. Porque, aun cuando no pueda competir, puede seguir siendo protagonista. Sus rivales preguntarán: si llegan al gobierno, ¿qué hará con su detención domiciliaria el candidato presidencial de una alianza que incluya a La Cámpora?
Ella también se plantea esa duda y, como en 2019, cuando entendió que debía “correrse” para volver al poder (algo que consiguió a medias), ahora estima que debe permanecer central para defender su inocencia e incidir en el futuro poder.
El problema es que quienes compitan contra un candidato que la represente la tratarán como a una candidata: candidata a ser liberada por una administración amiga.
El factor Milei. Para cualquier hipótesis de alianza antimileísta, Cristina se volvió inevitable, con lo positivo y lo negativo que eso implica en términos electorales.
Es bueno porque garantizaría una base sólida de votantes (¿20%?). Es malo porque tendría un techo bajo de adhesión general (¿30%?).
Lo bueno o lo malo depende de los objetivos: si se busca ganar en primera vuelta, un 30% no alcanza; si el objetivo es disputar un balotaje, tal vez sí.
En los comicios de este año, LLA consiguió menos del 30% de las bancas en juego. Habrá que esperar al 26 de octubre para conocer cuánto lo afectará la profundización de la crisis económica, sumada al 3% por el coimagate de Karina y al escándalo del aportante narco de Espert.
Habrá que esperar hasta entonces para ver cuánto puede afectar la mezcla de crisis y corrupción: cuánto daña al país y cuánto incide en la psicología de quien se imagina encabezando, por designio divino, “el mejor gobierno de la historia”.
La magnitud del daño se reflejará en la diferencia respecto del 56% obtenido hace apenas dos años en el balotaje. Presentado como un plebiscito por oficialismo y oposición, todo dependerá de la profundidad del descenso de votos para imaginar lo que sucederá al día siguiente de las elecciones, y de cómo llegarán a 2027 dos hermanos cuyo estilo de gobernanza no admite previsibilidad ni flexibilidad.
Sin embargo, salvo una hecatombe económica y política, cabe suponer que los Milei serían candidatos a competir por la reelección, quizá con la aspiración de conservar entonces el núcleo duro del 30% que los acompañó en las PASO y en las generales de 2023.
Terceros en juego. Entre el peronismo que no reniega de Cristina y los Milei surge una tercera corriente, hasta ahora inorgánica, que rechaza a ambos. La integran líderes de Provincias Unidas (Llaryora, Pullaro, Torres, Valdés, Sadir, Vidal y Schiaretti), peronistas independientes como Pichetto, Urtubey, Uñac y Randazzo, y sectores de lo que alguna vez fue Cambiemos (Jorge Macri, Manes, Carrió, Lousteau, Larreta, Stolbizer).
Si el mileísmo y el kirchnerismo encontraran un techo conjunto que no superara el 70% de los votos, quienes se oponen a ambos podrían aspirar a convertirse en la tercera opción. Sería una tentación para un acuerdo electoral que agrupe a los desencantados (o a quienes nunca estuvieron convencidos) con Milei y Cristina.
Las próximas legislativas les servirán para medir sus respectivas fuerzas.
En cualquier caso, el problema seguirá siendo el mismo: un 30% quizá alcance para acceder al poder (como sucedió con Milei), pero no para gobernar.
Ni siquiera la adhesión de la mitad de la sociedad basta para impulsar un modelo de desarrollo previsible y de largo plazo. Al menos no con una sociedad partida por la mitad, agrietada por el clima de época y por líderes que fomentaron y se beneficiaron de la polarización.
Dos tercios. Lo curioso —y lo que puede despertar optimismo— es que buena parte de los políticos mencionados en esta columna comparte en privado la convicción de que el país necesita acuerdos mayoritarios que permitan un crecimiento sustentable.
De hecho, si esa amplia mayoría debe representar a dos tercios de la sociedad, no sería posible sin puntos de coincidencia entre los dirigentes de al menos dos de esos tres tercios.
Es posible que esos dos tercios no incluyan al mileísmo duro ni a los extremos ideológicos, pero sí a la mayoría de los gobernadores (no solo a los de Provincias Unidas), al peronismo, al radicalismo y al macrismo no mileísta, entre otros.
Hoy a todos ellos los une la oposición a Milei y los divide la pregunta de qué hacer con Cristina Kirchner.
Puede que ella tenga la llave para abrir el camino, aunque sea por una motivación egoísta.
Así como en 2019 entendió que su mejor jugada era correrse de la disputa presidencial, ahora debería ser ella quien escenificara un alejamiento público de cualquier intervención o armado electoral.
Ella lo considerará riesgoso por temor a perder porciones concretas de poder político y territorial. Pero es aun más arriesgado que la sigan denigrando desde un gobierno y que le cierren para siempre la posibilidad de recuperar algún día su libertad y cierto respeto institucional.