
La madrugada en Paraná volvió a estar marcada por la violencia, esta vez con un relato que plantea más interrogantes que certezas. En el cruce de Palestina y Cortada 1539, un joven de 17 años fue hallado con una herida de arma de fuego en su antebrazo derecho. Según explicó a la Policía, el disparo no se produjo en ese lugar, sino a varias cuadras de distancia, en República Siria y Basualdo, de donde logró escapar por sus propios medios. Un trayecto caracterizado por la desesperación y el desconcierto.
En la misma zona, los agentes detuvieron a un hombre que, al notar la presencia policial, intentó huir. Durante la requisa, le encontraron un arma de juguete —una réplica negra de plástico— y un proyectil deformado. Elementos tan ambiguos como insuficientes para armar un rompecabezas que aún se encuentra desordenado.
El caso quedó bajo la dirección del fiscal de Delitos Complejos, quien ordenó realizar un dermotest al sospechoso y dispuso que quedara alojado en la Alcaidía de Tribunales, a la espera de cómo evolucione la causa. Sin embargo, los investigadores son conscientes de que los datos son limitados: un herido, un detenido y un arma que no dispara. Una ecuación que, por el momento, no cierra.
Lo que está en juego va más allá del esclarecimiento de un hecho aislado. Se trata de prevenir que la violencia armada, en todas sus formas, siga normalizándose en las calles y que la impunidad termine convirtiéndose en la norma. El fiscal tiene pocos hilos para seguir, pero sobre ellos recae la necesidad de que la investigación avance y el caso no se diluya en el archivo de los inexplicables. Porque cada bala perdida ocasiona, además de heridos visibles, cicatrices invisibles en una ciudad que demanda respuestas.