
En la madrugada en Paraná, aproximadamente a las 4, un incidente policial reveló no solo la sombra de un delito frustrado, sino también la luz de la conducta ciudadana. En la calle Echagüe, entre Perón y Palma, un hombre de 33 años, bajo los efectos del alcohol y vestido con una campera verde, fue detenido tras intentar forzar un vehículo estacionado en la vía pública.
Sin embargo, la historia no comenzó en la calle, sino en un ambiente cargado de recogimiento: la funeraria Lamperti. Allí, un empleado recibió una solicitud inusual. Un desconocido golpeó la puerta y, con un murmullo que combinaba urgencia y descontrol, pidió usar el sanitario. El trabajador, apelando a la antigua virtud de la solidaridad, le permitió el acceso, sin imaginar que minutos después ese mismo individuo se convertiría en un delincuente.
Al notar que el visitante se alejaba de manera inestable, el empleado decidió seguirlo. Lo que descubrió resultó inquietante: el hombre había roto la puerta de un Renault Symbol estacionado frente al local y registraba su interior. Así, la solidaridad se transformó en un compromiso cívico. Lejos de la indiferencia que a menudo cubre las ciudades como un manto de silencio, el trabajador dio aviso a la Policía sobre lo que estaba ocurriendo.
La respuesta fue rápida. Desde la Comisaría Segunda, se despachó el móvil 802, que interceptó al sospechoso en la intersección de calle Pascual Palma y 25 de Mayo. Tras un breve forcejeo, el individuo fue reducido y detenido. La propietaria del vehículo constató daños en el capot, el espejo retrovisor, la guantera y los parlantes.
El fiscal de turno, Martín Wasinger, ordenó la inmediata detención y el traslado del acusado a la Alcaidía de Tribunales.
En el centro de esta crónica policial, destaca un aspecto que rara vez se subraya: la acción del empleado de la funeraria. Su gesto tuvo un doble valor. Primero, al abrir la puerta para permitir que alguien en necesidad utilizara los sanitarios. Luego, al actuar como un ciudadano responsable, alertando a las autoridades y colaborando para evitar un robo.
En tiempos donde la solidaridad y la responsabilidad parecen dividirse, este episodio las reúne en un mismo rostro. Un ciudadano común, sin más atributos que su vocación de humanidad y su compromiso con la legalidad, se convirtió en el eslabón decisivo entre la intención de un delito y la protección de lo que es de todos.