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Viernes 07 de mayo de 2021
Alejandro Taibi (*): Capitalismo estético, totalitarismo y resistencia

En su obra “La estetización del mundo” Lipovestky nos advierte sobre el advenimiento del capitalismo estético, “momento en que los sistemas de producción, distribución y consumo están impregnados, penetrados, remodelados por operaciones de naturaleza fundamentalmente estéticas”.

Estadio, en suma, en el que la experiencia estética se encuentra en estrecha articulación con las dinámicas propias del turbocapitalismo, caracterizado por la caotización de la vida producto de la desregulación y globalización de los poderes financieros, la desterritorialización de la industria y el consecuente empobrecimiento de las condiciones de vida de la masa, desprovista de auténticos arraigos, que constituye el precariado

El arte en la edad del capitalismo estético se encuentra signado y en simbiosis con los mecanismos de producción y consumo. El capitalismo estético “explota racionalmente y de manera generalizada las dimensiones estético – imaginarias – emocionales con fines de ganancia y conquista de mercado”.

Bajo su dominio se produce la aniquilación de las diferencias civilizatorias, culturales, y sociales. Todo lo diverso se integra y unifica, eclécticamente para el consumo, o perece.

Aparece un tipo humano – consumidor desocializado cada vez más igual y baldío, a la vez que inmerso como nunca, en una realidad pródiga en experiencias estéticas.Y es, tal vez, esto último lo que permite al capitalismo poseer y transmutar todos los signos, resignificar la emoción y paralizar toda conciencia en la ilusión de lo vertiginoso.

Toda la experiencia estética está orientada a reproducir la ideología del hiperconsumo y la producción. Por lo que a la vez que se hace profusa y ecuménica; supuestamente múltiple y democrática; se vuelve más insípida e infecunda.

Así de la inconmensurable diversidad de expresiones estéticas resulta la uniformidad más alienante. El arte en simbiosis con el capitalismo, es decir el capitalismo artístico, se convierte en agente reproductor y justificante de sí mismo.

Un virus capaz de penetrar todas las esferas de la existencia humana. Enfermando, uniformando y subordinando. En su seno toda expresión está permitida, también controla los flujos del disenso. Nada amenaza su dominio, aunque sea habitual que recurra a fantasmas de propia invención para ajustar las clavijas del poder, cuando esto resulta conveniente.

El mundo adquiere el aspecto de un archipiélago donde es dado que coexista la isla de los veganos junto a la de los caníbales siempre y cuando no se cuestione la razón última capitalista. Este es el rol del arte bajo el totalitarismo de mercado: colorear la vida del precariado, sumirlo en el vértigo de la emoción primaria consumista y la autoexplotación.

El desierto de lo igual. Es la era de la superabundancia de experiencias estéticas, pero en tanto inauténticas, siempre insatisfactorias e incapaces de trascender la cúpula de lo cotidiano.

Todo lo que es, y todo lo imaginable, ha sido conquistado directa o indirectamente, asimilado o poseído, aniquilado o trasmutado. El capitalismo estético modela el mundo a su imagen y semejanza, aniquilando toda diversidad, homologando gustos y valores, de una manera más total y perfecta que bajo cualquier otro totalitarismo conocido por la humanidad.

Esto es: preservando la ilusión caleidoscópica de lo múltiple y dinámico, cuando en realidad todo es uno y estático. Es la ideología de lo mismo. El desierto de lo igual” Una maleable unidad de producción y consumo. A la vez que reconfigura territorios y culturas, asemejando todo, igualando todo, se consiente celebrar el color local - en tanto folclor de consumo inofensivo.

Se admite lo aldeano, pero se aniquilan los estados que resisten los flujos globales capitalistas y se proscriben las identidades nacionales. Se glorifica al individuo y se arrasa con el humanismo. Se idolatra el bienestar y se destruye el medioambiente.

Se deidifica la libertad y se algorimiza la existencia. Se alaba la democracia y se impone la gobernanza como modo insuperable de gobierno.

“Ningún centralismo fascista ha logrado lo que el centralismo de la sociedad de consumo (...) que ya no se conforma con un hombre que consume, sino que pretende que las ideologías distintas de las del consumo sean inconcebibles”.

El hombre está solo, convertido en una maleable unidad de producción y consumo, sin intermediación de instancias socio-comunitarias y arraigos simbólicos, frente al poder absoluto del mercado. Voluntades sitiadas. En el plano de las creencias, que es donde vive el hombre, el capitalismo artístico persiste en la mistificación de la proactividad individual por sobre la actitud reflexiva, empática y solidaria de la persona en armonía con su medio.

No hay espacio, sino para la continua movilización al consumo y la producción. Las masas aceptamos, graciosa o culposamente, el mandato de ser felices a través de la hiperactividad consumista, como vía natural a la plenitud. No serlo implicaría una desgracia auto infringida, no pretenderlo un disenso intolerable.

“El consumo es un paliativo que nos permite reemplazar y aliviar las insatisfacciones y los infortunios de la vida cotidiana. Antes la gente iba a misa a rezar, ese era su consuelo. Hoy en día lo es cada vez más y más el consumismo”.

Se abre un amplio mercado de experiencias falsamente trascendentales, a modo de espejismos en el desierto de lo igual que buscan, a la vez que justificar la precariedad de la vida, calmar la incertidumbre emergente de la caótica y avasallante dinámica del mercado. Sea a través de la nueva ciencia de la felicidad o por profesión de un sincretismo new age, en el que se conjugan optimismo, orientalismo y teología del éxito.

Ya no se pretende indagar por las condiciones objetivas que perpetúan el estado actual de las cosas. Todo lo contrario. Se trata de naturalizar un mundo de individuos, asolados y anonadados en la vorágine de lo insuperable, desde la banalidad estandarizada. Todas las voluntades son sitiadas, todas las libertades asechadas.

Colmena. El arte bajo el dominio del capitalismo estético no constituye un puente hacia lo trascendental; ni una vía para el goce de una existencia auténtica, sino una mera herramienta de mercado. El hombre desprovisto de toda identidad termina por creer que es lo que consume dentro de esa experiencia hiperinflacionaria en productos. Y, sin embargo, prevalece la angustia como trasfondo de la feliz parafernalia.

“I smile, and I smile, and I smile”

En tanto las tecnologías, penetran y comienzan a discurrir dentro de la esfera evolutiva donde la acción voluntaria y consciente, que constituye la acción política, es abolida. Se modela ya, lo consiente e inconsciente (la mente) y la sociedad adquiere –como sostiene Berardi- dinámica de colmena en la que el arte es a la vez causa y efecto de comportamientos programados y no de disrupciones conscientes y autónomas.

Resistencia

Frente a este panorama desolador, pero no final, existirá siempre la posibilidad de emprender una resistencia íntima y radical: no jugar el juego, “suspender la dictadura del tiempo y el consumo precipitado” Vivir bajo el influjo de un tiempo y tempo humano.

Esto es, desvinculados de la inconmensurable gama de mensajes y mandatos emergentes. Vivir despojados de la hiperactividad consumista.

Constituirse, en suma, en obstáculos únicos e indescifrables, solo accesibles en la alteridad tangible, que obstruyan la homogeneidad pretendida por un sistema cuya cosmovisión, raquítica y fatalista, dicta que todo es maleable - conciencias, cuerpos, territorios e identidades - menos su dominio.


(*) Licenciado en Relaciones Internacionales.

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