Viernes, 8 de agosto de 2025   |   Campo

Nuevos mapas digitales revelan el impacto del carbono en el suelo argentino

Nuevos mapas digitales revelan el impacto del carbono en el suelo argentino

Durante el XXXIII Congreso de Aapresid, que se lleva a cabo hasta hoy en La Rural de Palermo, especialistas abordaron el estado actual del carbono orgánico del suelo (COS) en Argentina, un recurso fundamental tanto para la salud del suelo como para la productividad y la lucha contra el cambio climático.

La ingeniera agrónoma Florencia Moresco, coordinadora de la Red de Carbono de Aapresid, y el investigador Marcelo Beltrán, del Instituto del Suelo del INTA, presentaron datos, mapas, modelos de simulación y perspectivas sobre cómo cerrar las brechas existentes.

“Presentamos la digitalización de los mapas de reserva de carbono junto con sus respectivos niveles”, indicó Moresco. Estos niveles nos permiten conocer la cantidad de carbono presente en los suelos, el potencial alcanzable mediante buenas prácticas y la capacidad máxima de almacenamiento, conocida como saturación de carbono.

De acuerdo a su explicación, los niveles alcanzables dependen de que los productores implementen cuatro principios fundamentales para la salud del suelo: mantener la siembra directa sin remoción, incorporar al menos un 50% de gramíneas en la rotación, sumar cultivos de servicio o verdeos invernales, y aplicar una nutrición balanceada, especialmente en nitrógeno y fósforo.

“La idea es similar a un tanque de combustible: se puede estar más lleno o más vacío, dependiendo del manejo realizado”, ilustró. Gracias al desarrollo de estos mapas, hoy es posible responder preguntas clave, como en qué nivel de carbono está cada lote; cuál es la capacidad máxima de ese suelo y qué aporte de materia seca necesita anualmente para mejorar.

Una de las áreas donde la diferencia entre el nivel actual y el potencial alcanzable es más notable abarca el norte de Buenos Aires, el centro-sur de Santa Fe y el oeste de Chaco. “En estas regiones existe un gran potencial de mejora si se adoptan esas cuatro prácticas que mencioné anteriormente. Los niveles actuales son bajos o alguna de esas prácticas aún no se lleva a cabo a gran escala”, sostuvo Moresco.

En contraste, en el sudeste bonaerense, las reservas actuales de carbono están muy cerca de su capacidad de saturación o máxima de almacenamiento. “Allí, tanto las brechas como el margen de mejora son menores”, detalló.

Los datos indican que áreas como el norte bonaerense y el centro-sur santafesino podrían aumentar considerablemente sus reservas mediante cuatro prácticas clave de manejo.

Durante la charla, se presentaron también mapas digitales de aportes de materia seca, disponibles de forma gratuita en la web de Aapresid. “Estos mapas permiten estimar cuánta biomasa necesita un lote para mantener o mejorar sus niveles de carbono. Por ejemplo, un lote cercano a Venado Tuerto requeriría alrededor de seis toneladas de materia seca por hectárea anualmente para alcanzar el nivel deseado”, explicó.

Actualmente, se estima que las reservas de carbono en los suelos agrícolas del país se encuentran apenas en un 46% de su capacidad máxima de almacenamiento. “En regiones como el sudeste de Buenos Aires se llega a un 85-95%, pero hay zonas como el centro y sur de Santa Fe, norte de Buenos Aires, Córdoba y parte de San Luis que están muy por debajo, y ahí es donde debemos trabajar intensamente para atender las necesidades de esta área”, enfatizó.

Para proyectar escenarios futuros, el equipo de Aapresid utilizó el modelo de simulación ROTC (Reserve Officers Training Corps), que permite estimar cambios en las reservas de carbono a lo largo de 50 años. “Modelamos un caso real de un productor en el sudeste de Santiago del Estero, en un lote con un perfil de franco arenoso y franco arcilloso, con altas temperaturas, elevada evapotranspiración y, por ende, alta mineralización del carbono si estos suelos no se mantienen cubiertos durante todo el año. El escenario intensificado, con cultivos de servicio como vicia, mostró un crecimiento claro y sostenido en el tiempo del carbono, en contraste con una rotación típica soja-maíz-soja que apenas mantiene los niveles de carbono”, expuso Moresco.

Si dicho productor ingresara al mercado de carbono, podría monetizar esa ganancia de carbono con un ingreso estimado de 473 dólares por hectárea a lo largo de 50 años, equivalente a 20 toneladas de carbono por año. “Es un ejemplo de cómo las buenas prácticas pueden traducirse no solo en beneficios ambientales y agronómicos, sino también económicos”, destacó.

“Otro caso se encuentra en la provincia de Santa Fe, donde un lote con suelos de textura franco-limosa y franco-arcillosa, que generalmente no sufren déficit hídrico prolongado, pueden expresar sus potenciales de rendimiento y parten de niveles de carbono elevados en comparación con el promedio nacional. La rotación típica propuesta es maíz, soja, centeno, soja, maíz, centeno, soja, en dos campañas, incluyendo cultivos de servicio. Es evidente que este productor, aproximadamente a los 50 años, estaría ganando un promedio de 20 toneladas de carbono por hectárea, a diferencia de lo que sucedería con una rotación típica representativa de la zona que es trigo-soja-maíz-soja, la cual ni siquiera logra mantener el nivel de carbono en el suelo. Teniendo en cuenta que estos suelos pueden expresar todo su potencial, también requieren un alto aporte de materia orgánica. Si se desea monetizar la ganancia de carbono en su sistema, podría acceder a alrededor de 710 dólares por hectárea”, agregó.

Beltrán apuntó: “Cuanto mayor es el contenido de carbono, más alta es la incertidumbre de los datos, por eso estamos trabajando para aumentar la densidad de muestreo y mejorar la calidad de la información”.

Por su parte, Beltrán subrayó la importancia de trabajar sobre el carbono orgánico del suelo: “Aporta múltiples beneficios, no solo ambientales, sino también productivos. Mejora la estructura, la porosidad, la dinámica del agua y el ciclo de nutrientes. Todo esto estabiliza los rendimientos en zonas frágiles e incluso los incrementa en áreas de mayor potencial”.

Además, el investigador se refirió al mapa nacional de carbono elaborado en 2023 con la participación de diversas instituciones: INTA, Aapresid, CREA, Conicet, universidades y la Secretaría de Agricultura. “Se tomaron más de 5500 muestras de suelos en todo el país. El mapa revela que los suelos argentinos almacenan aproximadamente 13 millones de toneladas de carbono en los primeros 30 centímetros, lo que representa un 2% del carbono mundial”, precisó.

En promedio, se registraron 51 toneladas de carbono por hectárea, aunque existen diferencias: las zonas arenosas del norte tienen valores más bajos (29-30 t/ha), mientras que las áreas arcillosas y del sudoeste bonaerense superan las 100 t/ha.

Beltrán también señaló: “Cuanto mayor es el carbono, más incertidumbre hay en los datos, por eso estamos trabajando en aumentar la densidad de muestreo para mejorar la calidad de la información”. Además, se está evaluando el impacto del cambio climático sobre el carbono en los suelos: “El aumento de temperatura puede reducir el contenido de carbono en zonas cálidas, aunque podría alcanzarse un equilibrio en zonas frías”, explicó.

La textura del suelo también es un factor determinante: “La arcilla fija el carbono, por lo que es fundamental conocer la composición del suelo. Cuanto más arcilla, mayor es la probabilidad de retener el carbono generado por la biomasa”, afirmó.

Al concluir, ambos especialistas coincidieron en que los suelos argentinos tienen un gran potencial para mejorar sus reservas de carbono, aunque esto exige decisiones concretas, inversiones en prácticas sustentables y políticas de apoyo. El camino está delineado: se dispone de mapas, modelos, tecnologías y experiencias reales. Ahora, queda por llenar el tanque.

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