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��Amo la vida”, dijo luego, y sobre sus planes para la diócesis, aclaró que “no es mi deseo transplantar experiencias, sino reconocer el sendero recorrido y sumarme a caminar en esta Diócesis, que celebrará en el 2007 los 50 años de su creación”.“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (I Jn 4, 16). Con esta cita de la Primera Carta de Juan comenzaba el Santo Padre Benedicto XVI su primera Carta Encíclica. Quiero hoy con humildad, al inicio de mi servicio pastoral en esta Diócesis de Gualeguaychú, realizar esa misma profesión de fe, que también es confesión de amor.
En este segundo Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos propone el relato evangélico de la Transfiguración del Señor en la montaña. La blancura resplandeciente y luminosa nos habla de la Divinidad de Jesús, mostrando su Gloria.
Aparecen, también, dos amigos de Dios que vivieron apasionadamente el camino de la fe. Moisés y Elías habían conocido lo que implica la lucha y el sacrificio, el ser despreciados y perseguidos por ser amigos de Dios. Pero también tuvieron el privilegio de hablar con Él en la montaña. En ellos dos está presente todo el Antiguo Testamento siendo testigos del cumplimiento de las promesas mesiánicas.
“¡Maestro!. ¡Qué bien estamos aquí!”. Sí Pedro, se está muy bien junto al Señor. El Papa Benedicto nos enseña: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est, nº 1).
El Santo Padre nos habla de encuentro, acontecimiento, Persona, horizonte, vida, orientación. ¡Qué palabras tan cargadas de significado y sentido para nosotros!.
Podríamos decir esto: para el cristiano, decir “creo” es decir “amo”. No se puede separar la fe del amor.
El Papa Juan Pablo II nos insistió en los últimos años de su Pontificado en hacer de la Iglesia, “casa y escuela de comunión”. Dos imágenes que nos ayudan a percibir una realidad profunda: “casa” porque es lugar de encuentro familiar, distendido, en que cada uno es recibido y querido como es; “escuela” porque la comunión implica también aprendizaje prolongado y paciente.
Queridos hermanos venidos hoy de los departamentos de Gualeguay, Gualeguaychú, Islas del Ibicuy, Tala, Uruguay y Victoria; que desde sus diversas vocaciones, edades, condiciones, forman esta Iglesia Diocesana de Gualeguaychú; quiero sumarme como Obispo en esta construcción de la Iglesia como “casa y escuela de comunión”.
Imagino en el corazón de ustedes algunas preguntas e inquietudes: ¿cómo será este nuevo obispo? ¿qué ideas trae? ¿qué querrá hacer?
Yo amo la vida, que es un misterio, un regalo de Dios, desde que va creciendo despacito en el vientre de la mamá para ver la luz y alegrarnos con sonrisa de niño y promesa de futuro.
La vida que se hace joven, que anhela, que sueña, que quiere proyectarse, la vida que quiere ser amor, y que en el amor encuentra su expresión de ternura, de cariño. La vida que goza ese misterio de la amistad y de la comunión. De la comunión que nos ayuda a vencer el encierro, a salir de la soledad, a construir juntos. A anhelar horizontes comunes hacia los cuales caminar, esa vida que no queremos que sea menoscabada ni despreciada, en ninguno de sus momentos.
Una vida que reconocemos como don de Dios y se desarrolla en esta creación hermosa regalada por Él para todos. Los bienes creados por Dios son para la felicidad de todos sus hijos. Esta vida nos comprometemos a cuidarla, a protegerla desde que comienza hasta que concluye de manera natural. Una vida que queremos apreciar hecha sabiduría en nuestros mayores, en nuestros ancianos. Una vida que se dignifica por el trabajo, que no admite opresión, ni ser atada o encadenada. Una vida que no queremos sea limitada por ningún tipo de contaminación.
Sé que hay una gran preocupación por los riesgos de contaminación en la zona. Hay dos palabras que son centrales en nuestra actitud pastoral en esta situación: acompañar e iluminar. La primera nos hace referencia a la cercanía y la escucha; al corazón y la mente abiertos para recibir y comprender. La segunda nos lleva a encontrar luz desde la fe, principalmente en la enseñanza de Juan Pablo II y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
También hemos de cuidarnos de otras contaminaciones: las del pecado, la injusticia, la avaricia, la mentira, la violencia, todo atropello a la dignidad de la persona humana.
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II comienza así: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (G. S. 1).
En una de las Plegarias Eucarísticas pedimos al Señor “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad (de nuevo) las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación” (P. E. V c.).
Por eso no sólo queremos compartir angustias y tristezas, sino también alegrías y esperanzas. La alegría de la fraternidad entre los pueblos, la esperanza que nos impulsa a dialogar en la búsqueda del bien común. Alegrías y esperanzas que hoy se hacen palpables en estos dos hermanos obispos vecinos del Uruguay. No sólo nos une vecindad geográfica e historia compartida; sino también el anhelo de construir juntos, hermanados, una sociedad con los valores de la solidaridad, la paz y la justicia e el horizonte común.
Algunos me preguntaban también si tengo previsto algún plan para la Diócesis. Mi inquietud primera está centrada en recorrer, visitar y escuchar a los sacerdotes y fieles en cada comunidad. No es mi deseo transplantar experiencias, sino reconocer el sendero recorrido y sumarme a caminar en esta Diócesis, que celebrará en el 2007 los 50 años de su creación.
Desde toda la eternidad el Padre nos pensó en su corazón para compartir esta parte de la historia. Al fin nos conocemos. Dios los bendiga.
“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (I Jn 4, 16).