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oberto Lavagna habrá podido levantar la copa de fin de año bastante tranquilo. Parte por arrastre estadístico, parte por supuestos optimistas sobre el futuro inmediato, las proyecciones privadas coinciden en que la economía crecerá este año alrededor de un 6 por ciento, dos puntos por encima de lo que cautamente pautó Economía en el proyecto de Presupuesto. Los economistas más entusiastas hasta prevén una mejora en el nivel de empleo y en las remuneraciones. Los menos pronostican que no hay ninguna acechanza contundente contra aquella buena suerte de la macro y descuentan que en breve habrá un acuerdo por la deuda en default. Pero casi a coro señalan que la deuda social, alarmante pobreza y el empleo en negro, es la ineludible cuestión pendiente. A este lastre de antigua data, habría que agregar otros desafíos políticos muy delicados para el 2005. ¿Qué hará la gestión de Néstor Kirchner con los 6000 millones de pesos de superávit fiscal aún no asignados al pago de la deuda? ¿Cómo hará para multiplicar las exportaciones y la inversión, intentando transformar la reactivación actual en crecimiento genuino? Conseguir una buena aceptación para concretar el canje de deuda con los acreedores privados parece un objetivo al alcance de la mano. Pocos ponen en duda que al final del verano, entre un 60 y un 70 por ciento de los bonistas habrán aceptado la propuesta argentina, consagrándola como exitosa. El problema es qué ocurrirá con los organismos multilaterales de crédito, a los que desde la cesación de pagos Argentina transfirió más de 10 mil millones de dólares netos. El cronograma de vencimientos de 2005 con esas entidades es al menos inquietante: 3000 millones de dólares no prorrogables con el Fondo Monetario Internacional; 3300 millones con el Banco Mundial y 2700 millones con el BID. Renovar un acuerdo con el FMI podría desligar a la Argentina de algunas fastidiosas exigencias sobre metas estructurales. Pero no la eximirían de afrontar pagos multimillonarios. Esta demanda pondrá a Economía ante un dilema difícil de resolver. El equipo de Lavagna presupuestó un superávit primario equivalente al 3,9 por ciento del PBI y previó destinar al pago de la deuda 2,9 por ciento. La cuestión es qué hará con el resto, equivalente a unos 6000 millones de pesos: o cancela más obligaciones o los destina a mejorar la política asistencial o de salarios públicos, que están entre los más rezagados. Las tensiones en uno y otro sentido son muy fuertes. Sobrevivir políticamente indemne a las crecientes demandas salariales en un año electoral es complicado. Quizá tanto, como conservar el capital electoral congelando en 150 pesos la asignación para los beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. Pero tal vez más complicado es combatir la informalidad laboral, que deja a la mitad de los trabajadores afuera de cualquier ventaja salarial promovida por los decretos oficiales: en este segmento, las remuneraciones perdieron al menos un cuarto de su poder de compra tras la devaluación. El Producto Bruto Interno creció más del 8 por ciento en 2004 y, aunque atenuada, esa buena performance promete mantenerse en el nuevo año: más consumo interno, más ventas al exterior y más inversión. Después de este golpe de bonanza adicional, quizás el producto bruto y otras variables consigan recuperar los niveles de 1998, cuando comenzó la recesión que se está conjurando. Pero para celebrar más confiados el Año Nuevo, Néstor Kirchner y su equipo deberían haber dispuesto de algunas certezas difíciles de conseguir. Entre ellas, que la inversión crezca este año a un ritmo superior al actual: hoy roza el 18 por ciento del PBI, y debería superar el 20 para garantizar un crecimiento sostenido. Con este mismo cometido, los especialistas aseguran que las exportaciones deberían crecer el doble de lo que aumenta el PBI, otra meta excesivamente ambiciosa si se piensa que en el próspero 2004 apenas crecieron la mitad.Brasil es un arma de doble filo. Su prometida pujanza es una real promesa para la Argentina, que puede colocar allí gran parte de sus exportaciones. Pero esa supuesta succionadora de bienes locales puede paralizarse si no se consiguen superar definitivamente los conflictos comerciales en danza con el país vecino. Durante los próximos meses Argentina aspira a modificar el marco legal del Mercosur para defenderse de las importaciones brasileñas con la aplicación de salvaguardias, algo que la administración de Lula Da Silva resiste con uñas y dientes. Pocas horas antes de fin de año, la Cancillería local difundió un informe en el que se da cuenta de un promisorio cambio en el perfil exportador que está experimentando la Argentina. Contrariamente a la “primarización” que acusan varios economistas, los datos del Centro de Economía Internacional muestran que cada vez se venden más productos industriales, en particular a otros países de Latinoamérica. Empezando por el precio de la soja, los técnicos de Rafael Bielsa saben que el valor de los commodities argentinos no será tan alto como en el año que acaba de expirar. Aún así, prevén que las ventas externas aumentarán en dólares “alrededor de un 4 por ciento”, empujando las exportaciones argentinas hasta los “35,5 o 36 mil millones de dólares”, según se entusiasma Eduardo Sigal, responsable de las relaciones continentales. El dato es auspicioso, pero insuficiente para dar garantías de que los buenos indicadores económicos del 2005 no serán sólo la prueba de que Argentina logró emerger de una de sus peores crisis aunque sin conseguir, al menos por el momento, mucho más que ese oxígeno. También en los despachos oficiales especulan con que la salida del default decidirá a muchas trasnacionales a invertir. El mundo está “líquido” y si el desastre de Tailandia no desvía hacia al Asia incluso los recursos que también podrían venir a la Argentina, es posible que haya un ingreso de capitales importante. Sin embargo, este dato, a priori alentador, impone otro desafío a la gestión económica: cómo mantener el dólar a 3 pesos para hacer competitiva las exportaciones sin alterar la pauta de emisión monetaria que se autoimpuso el Banco Central.