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a Justicia provincial allanó el convento de Carmelitas Descalzas de Nogoyá. Así se decidió tras una denuncia periodística de la revista Análisis de este jueves. La investigación de oficio busca establecer torturas físicas y psicológicas a las monjas que están en claustro. En el informe se detallan condiciones de vida y castigos intramuros: desnutrición, autoflagelación, uso del látigo y el cilicio, un elemento de tortura del medioevo. "Se encontraron los elementos de castigo que denunció la investigación periodística", informó el fiscal a cargo, Federico Uriburu. Desde las 7 de la mañana se llevó adelante el procedimiento en el interior del convento. Autoridades judiciales y efectivos policiales del grupo de Operaciones Especiales trabajan en el allanamiento. Por el momento, todos los funcionarios guardan silencio respecto del motivo del operativo. El padre Jorge Bonin, párroco de la Basílica "Nuestra Señora del Cármen" se encuentra en el exterior del convento y expresó: "Esto es muy doloroso, son cuestiones que no entiendo. El obispo (Juan Alberto Puíggari) viaja urgente a nuestra ciudad", agregó. Sin embargo, desde el Arzobispado se expresó hacia el mediodía de este jueves que el prelado superior no hará declaraciones por el momento. La investigación periodística de Daniel Enz, director de Análisis, versa sobre la vida de las carmelitas descalzas del convento de Nogoyá, quienes sufren torturas físicas y psicológicas. La investigación periodística se extendió por casi dos años y comprendió a ex religiosas, familiares de ellas y profesionales de la salud de la mencionada localidad. Según consignó la revista paranaense, existen castigos permanentes; es habitual el uso del látigo y el cilicio para auto flagelarse; hubo casos de desnutrición y existe una estricta prohibición "de no hablar" de lo que sucede. Textual A continuación, un fragmento textual de la publicación. Nunca pudieron abrazar a un familiar. Tampoco darle la mano. Una de ellas no pudo ver a su padre por diez años, porque se había divorciado de su madre y por ende era "un pecador público". Nunca se pueden mirar a un espejo porque es símbolo de "vanidad" y si alguna de ellas intenta ver su reflejo en el vidrio de alguna ventana, habrá un inmediato castigo. Hubo veces que solamente se podían bañar una vez cada siete días. Todas las semanas, como práctica habitual, hay que auto flagelarse desnuda, pegándose en las nalgas con lo más parecido a un látigo, pero con varias puntas y durante 30 minutos. El escarmiento comprende también vivir a "pan y agua" durante una semana; el uso del cilicio en las piernas, por varias jornadas, como sacrificio o bien la colocación de una mordaza en la boca, durante las 24 horas y por espacio de siete días. En cada visita de un familiar, siempre hay una monja "de testigo" para escuchar lo que se habla y no se permite conversar de "cuestiones mundanas". Si ello sucede, de inmediato se avisa a la madre superiora y el castigo es la consecuencia directa. Todas las cartas que le llegan a las monjitas, son abiertas y leídas previamente. También se controlan las correspondencias que salen; con el agravante de que la mayoría de las veces, se las hacen redactar de nuevo y les dictan órdenes expresas sobre lo que pueden transmitir a sus familiares en esos escritos. Ninguna de las monjitas se puede sacar una fotografía con su madre, padre o hermano, porque con la imagen "pueden hacer alguna brujería". El castigo también comprende permanecer cerca de dos horas de rodillas, delante de otras, escuchando un duro sermón de la superiora. La atención médica es mínima y no existe la consulta psicológica. Seguramente nunca se enteraron sus conductoras religiosas ni en el Arzobispado de Paraná -de quienes depende el convento- de las agudas depresiones en las que cayeron quienes estuvieron allí y optaron por renunciar o de los intentos de suicidio de algunas de ellas. Si se enferman o deben ser internadas, ningún familiar lo podrá saber. Y se acude al profesional de la Medicina en última instancia. Primero, habrá medicación de parte de las autoridades religiosas y si llegan al hospital San Blas, será por extremísima necesidad. Cada ingreso al nosocomio será idéntico: de noche, en forma casi clandestina y serán retiradas de la misma manera, en horas de la madrugada, antes del amanecer. Parece una postal con prácticas medievales, pero no es así. Sucede a no más de 100 kilómetros de Paraná. Más precisamente en el convento de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá y nadie de la comunidad conoce realmente lo que sucede allí, por el "voto de silencio" al que están obligadas a cumplir cada una de las 18 religiosas (eran 23 hasta hace unos pocos años) que allí se encuentran. La mayoría ingresó con 18 años al convento, pero hubo algunas que lo hicieron a los 16, por lo cual tuvieron que hacerlo con permiso de sus padres. Tampoco saben lo que pasa puertas adentro sus familiares directos, precisamente por ese pacto de confidencialidad absoluta.