Y
a pasaron 12 años desde que los vieron por última vez, y aunque se tejieron mil historias, no hay una sola pista sobre qué pudo haberle ocurrido a ese peón rural que vivía con su familia en una estancia en un pequeño pueblo del departamento Nogoyá. Lo que ocurrió con la familia Gill es un misterio, pero también una página negra de la historia judicial entrerriana, por la inacción y falta de compromiso de quienes debieron investigar. Rubén Mencho Gill, su esposa Norma Margarita Gallegos y sus cuatro hijos María Ofelia, Osvaldo José, Sofía Margarita y Carlos Daniel desaparecieron un día sin dejar rastros. Sus vecinos los vieron por última vez el 12 de enero de 2002 y al día siguiente estuvieron los seis en un velatorio en Viale, a veinte kilómetros de Crucesitas Séptima. El resto es misterio, desconcierto y mil conjeturas. Aunque desaparecieron en enero, la búsqueda comenzó en abril, cuando se radicó la denuncia. Es que recién en ese momento la familia advirtió que hacía tiempo que Rubén, de 56 años, se había ausentado de su trabajo como puestero en la estancia La Candelaria, donde vivía con su esposa, de 26, e hijos. El dueño del campo, Alfonso Goette, no dijo una palabra sobre la ausencia de la familia y en la escuela donde la mujer trabajaba como cocinera tampoco lo notaron. El propio Goette dio a entender, meses después de la desaparición de la familia, que podrían haber ido a visitar parientes en Santa Fe o que se habrían marchado en busca de otro empleo en el nordeste, a pesar de que en la casa habían quedado sus documentos, ropas, muebles, electrodomésticos. Eso demoró la búsqueda. Se mencionó que podrían estar en Córdoba, Corrientes, Chaco, también se habló de Brasil y Paraguay. Mientras tanto, la causa estaba caratulada como una simple averiguación de paradero. Según consignó El Diario, con el tiempo, el irascible alemán que empleaba a Mencho Gill en su campo, se volvió el centro de la investigación, pero el juez Jorge Sebastián Gallino nunca pudo reunir elementos que comprometieran su situación. Tiempo perdido Hace cinco años, siete después de la desaparición de la familia, se realizó un minucioso rastrillaje en el campo donde trabajaba y vivía la familia. Peritos judiciales y expertos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) detectaron la presencia de rastros de sangre y cabellos, pero en el laboratorio no se pudo determinar que pertenecieran a los Gill, dado que la evidencia se estropeó por el paso del tiempo. “Aquellos estudios no permitieron determinar si se trataba de sangre humana y mucho menos a quién pertenecía”, explicó el abogado Maximiliano Navarro, que representa a María Delia Gallegos, la madre de Norma. “Ahora se pidió otro análisis de ADN sobre las muestras que se recogieron aquella vez en La Candelaria y esa prueba está pendiente”, agregó el letrado. El abogado recordó que en 2010 José Rubén Gill, su esposa y los cuatro hijos aparecieron en los padrones de beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo, aunque enseguida se aclaró que se trataba de “un error del sistema” que los había dado de alta en forma automática. “De todas maneras, la familia sigue en los registros de personas extraviadas, se realizan entrecruzamiento de datos y los organismos oficiales están pendientes de que surja algún movimiento”, confió Navarro. El año pasado, María Delia consultó con una vidente, que le señaló un lugar donde estaría enterrado el cadáver de Mencho Gill, en un campo cercano a La Candelaria. Se hicieron rastrillajes y excavaciones, pero tampoco hubo novedades. Así las cosas, está claro que la suerte de la familia de Gill no forma parte de la agenda de prioridades de las autoridades públicas. No hay alusiones al caso en los discursos oficiales ni circulan fotos de los desaparecidos. La familia reclamó durante mucho tiempo, en vano, que se imponga alguna recompensa para quien aporte datos sobre el destino de los seis desaparecidos. Otto Gill, hermano de Mencho, murió hace un tiempo sin saber qué pasó con la familia. El resultado de tanto desinterés es conocido: no hay un sólo dato que permita conocer qué pudo pasar con ellos. A 12 años de la desaparición de seis integrantes de la familia, Navarro fue claro: “La causa está en un punto muerto, no hay nada nuevo, ninguna pista. Todo aquello que se perdió de hacer en forma inmediata, hoy no se puede reconstruir. Quizás el resultado sería otro si se hubiese actuado inmediatamente”, sentenció.