Domingo 13 de mayo de 2012
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Interés general
Causa Harguindeguy: vinculan a la Iglesia con la represión en Entre Ríos
Un testigo en el juicio contra represores que actuaron en Concepción del Uruguay, Concordia y Gualeguaychú reveló que Victorio Erbetta fue sacado de su lugar de cautiverio para entrevistarse con el arzobispo de Paraná y desaparecido al día
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Testigo brindó desgarradores relatos en la Causa Harguindeguy.

E

n la cadena de testimonios, hay aportes que permiten reconstruir una trama oculta del poder en tiempos de dictadura. Una trama en la que los victimarios no solo calzan botas sino que a veces visten sotanas y exhiben crucifijos. Todo lo que se sabe de aquellos años es por los testigos que aportan datos para la reconstrucción de la historia. El jueves, Luis Ricardo Silva, cantante popular al que todos llaman Pico, se sentó ante el Tribunal Oral Federal de Paraná a contar la tarea macabra de los represores y las complicidades civiles aún dentro del Batallón de Comunicaciones del Ejército. En su relato se mezclaron los recuerdos de los desaparecidos Victorio Coco Erbetta, Claudio Fink, Norma Beatriz González y Oscar Alfredo Dezorzi, con la crudeza de las torturas, la deshumanización de los detenidos y la presencia cómplice de Adolfo Servando Tortolo, arzobispo de Paraná y vicario castrense. Entre anécdotas, evocaciones y recuerdos terribles, emocionó y arrancó lágrimas en la sala. Pico Silva fue secuestrado en Gualeguaychú, pasó la noche en una Jefatura Departamental de Policía y al día siguiente fue trasladado al Batallón de Comunicaciones del Ejército. Fue incluido en el Consejo de Guerra por la muerte del general Jorge Cáceres Monie y condenado a 14 años y medio de prisión. Su derrotero carcelario lo llevó por Paraná, Caseros, Sierra Chica, Devoto, La Plata y nuevamente Paraná, hasta que fue liberado el 30 de marzo de 1982. Cancha embarrada La declaración de Pico Silva es de gran valor para la construcción de justicia, pero también representa un aporte a la verdad histórica. Es que el suyo es un testimonio fundamental para la megacausa denominada Área Paraná, que tiene a 10 represores procesados y sometidos a un juicio escrito que se sustancia bajo el antiguo Código de Procedimientos en Materia Penal de 1888. Allí se investigan violaciones a los derechos humanos en perjuicio de 52 víctimas en la zona oeste de la provincia durante la última dictadura. Se trata de una causa compleja que tramita por el antiguo Código de Procedimientos en Materia Penal y las actuaciones son escritas, aunque hay un planteo de los querellantes para que las audiencias se oralicen. El año pasado los fiscales y querellantes presentaron las acusaciones y el juez de sentencia Fermín Ceroleni ha ido corriendo vista a las defensas. Hasta el momento han contestado cinco de los diez imputados, pero en el medio surgieron también algunas chicanas jurídicas –con recusaciones incluidas– que vienen demorando un proceso que se desarchivó el 11 de mayo de 2004. Tortolo Silva fue detenido el 12 de agosto de 1976, en días mucha actividad para la patota, que se cargó a varios jóvenes. Dezorzi, Fink, Noni González, Erbetta permanecen desaparecidos y se sospecha que pasaron por Comunicaciones. Tras pasar una noche en la Jefatura Departamental de Gualeguaychú, Pico Silva fue trasladado al Batallón de Comunicaciones por los propios efectivos policiales. Contó que “levantaron las puertas y entró el auto”, dando cuenta de la coordinación entre la Policía y el Ejército en el accionar represivo. “Pelotudos, basuras, hijos de puta, cómo van a traer a este tipo así”, bramaba el militar que los recibió a ver que Silva no estaba esposado ni encapuchado en el ingreso al centro de detención clandestino. En Comunicaciones compartió cautiverio, entre otros, con Coco Erbetta. “Lo vi destrozado”, recordó. Contó que una noche Erbetta fue llevado a una reunión en la residencia de Tortolo en el Parque Urquiza y al día siguiente vio “cuando sacaron el cadáver en una camilla (de Erbetta), todo ensangrentado, cubierto con una sábana”. Erbetta pasó varias horas fuera del cuartel y volvió “con dos cajas de cigarrillos que le había regalado Tortolo. Nosotros contamos cuántos éramos y los repartimos. Después de esa noche, nunca más lo vi. Leía que decían que se había fugado y eso era imposible: atado de pies y manos, con la capucha y con una custodia de 20 hombres armados”. Tortolo murió impune el 1 de abril de 1986. Pero su nombre aparece con fuerza en la megacausa Área Paraná ya que no pocos sobrevivientes relataron que el entonces arzobispo de Paraná visitaba las cárceles de la dictadura, visitó a los secuestrados en cautiverio y vio cuerpos deshechos por la tortura. Un exdetenido contó: “Recuerdo una noche de tortura, que fue corta. Me llevaron a los calabozos y sentí muchas voces en el trayecto. Era algo normal. Vi cómo sacaban a un muchacho que estaba a la izquierda de mi calabozo. A los 15 o 20 minutos lo trajeron y le pregunté: ‘¿Qué pasa que hay tanto revuelo, para qué te sacaron?’. ‘Vino Tortolo a verme’. Y le pregunté: ‘¿Vos denunciaste lo que está pasando acá?’ Me respondió que no, me dijo solamente: ‘Si estás acá, por algo será’”. Otros tres testigos contaron que el arzobispo los visitó en la cárcel y les dio misa el 24 de diciembre de 1976. “Fue humorístico porque dijo ‘a los comunes me los sentás de este lado, a los subversivos de este otro’”, relató uno. “Le decían lo que pasaba y él se tapaba los ojos”, confió otro. “Dijo que si alguien deseaba hablar con él podía hacerlo. Yo le conté lo que sucedía y le pregunté por qué mataban gente. Tortolo me dijo: ‘Las armas están bendecidas. Ustedes matan con armas sin bendecir’. Le aclaré que no había matado a nadie y me dio dos cachetadas porque no había dicho la verdad. Si alguien recibía una cachetada, era porque había dicho la verdad”, agregó el tercero. Erbetta, como Claudio Fink, Oscar Dezorzi y Noni González, permanece desaparecido. “Se llevaron seres humanos maravillosos”, sentenció Pico Silva el jueves. La casa del terror Comunicaciones fue el centro clandestino de detención más grande de la provincia. Por ahí pasaron alrededor de un centenar de secuestrados. Eran 10 calabozos de unos 2,50 metros de altura, 1,20 metros de ancho y 2,50 metros de fondo. Adelante tenían una puerta metálica, con un cerrojo y un candado en el exterior, con seis agujeros en el medio para que entraran luz y aire, aunque estaban tapados con una especie de papel encerado, que dejaba lugar a un pequeño hilo de luminosidad. Sólo había un colchón de paja en el suelo. Había secuestrados, torturados, algunos que después fueron muertos y desaparecidos, otros que entraron y salieron. Y también había bestias que torturaban. “Ahí escuché los gritos más crueles”, afirmó Pico Silva en su declaración ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, que juzga a ocho represores por delitos de lesa humanidad en la costa este de la provincia de Entre Ríos. Dijo no haber presenciado sesiones de torturas, pero sí “los gritos de los interrogatorios” a los que eran sometidos otros detenidos. “Eran gritos desgarradores”, recordó. Explicó que “en la tortura, uno hacía de bueno y el otro hacía de malo. El bueno me decía que hable, que no los contradijera; y el malo me decía que cantara la marcha peronista y cuando cantaba me pegaban. Entonces alguien que supongo era médico les decía: ‘Pará, hasta ahí nomás que lo vas a matar, tomale el punto’”. “A mí me interrogó el teniente (Jorge Humberto) Appiani. Ese rostro no me lo olvido más. Era el que me ahorcaba con un lazo mientras me interrogaba”, acotó. También mencionó a (José Anselmo) Appelhans como el director de la cárcel de Paraná y Alfredo Ismael Duré y Ramón Oscar Balcaza como sus subalternos en la conducción del penal. “Eran quienes entregaban a los presos cuando los llevaban a la tortura”, reafirmó Silva. “Esos días fueron un infierno”, acotó.
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