E
l ex arzobispo de Santa Fe, Edgardo Gabriel Storni, falleció ayer, a los 75 años, en La Falda, Córdoba, adonde se había recluído en 2002 luego de abandonar su cargo al frente de la arquidiócesis santafesina tras conocerse las duras acusaciones en su contra presentadas por seminaristas, víctimas de abuso sexual. Los casos habían quedado sepultados bajo el secretismo durante varios años, hasta que la Justicia tomó cartas en el asunto. El fin del año 2009 fue una fecha clave de un proceso extenso, que por fin saltaba a la luz. Entonces, la Justicia de Santa Fe condenó a Storni a ocho años de prisión al hallarlo culpable del delito de abuso sexual agravado. “Ha quedado palmariamente demostrado que las situaciones vividas dentro de los claustros eran anómalas, irregulares y perjudiciales para los seminaristas”, anotó en su sentencia la jueza de Sentencia Nº 2, María Amalia Mascheroni. Condena y anulación La publicación del libro Nuestra Santa Madre, de Olga Wornat, había disparado la investigación de una serie de hechos que, para entonces, eran de público conocimiento en Santa Fe. Pero la sentencia se apoyó en una denuncia, la de Rubén Descalzo, seminarista, por una situación ocurrida en enero de 1993. El muchacho había ingresado al Seminario de Santa Fe en 1990, pero no concluyó su vocación religiosa: abandonó tres años después. Tras la muerte de su madre en diciembre de 1992, Desalzo solicitó no viajar a la estancia Los Algarrobos, de la localidad cordobesa de Santa Rosa de Calamuchita, como lo hacían todos los años los seminaristas santafesinos en viaje de descanso. Sin embargo, Storni lo citó y lo convenció de viajar. En ese encuentro privado, el seminarista dijo que al despedirse Storni lo hizo con un abrazo “que se prolonga y comienza a besarle el cuello y abrazándolo cada vez más fuerte sintió que no sabía como escapar, haciendo sentir el roce de sus partes íntimas”. No fue el único testimonio contundente contra el ex arzobispo. En aquella causa judicial, los testimonios en contra de Storni a raíz de situaciones que rozaban la ilegalidad fueron abundantes. “Te entregás o te vas”, le habría dicho a otro joven que declaró como testigo. Pero aquella condena judicial no quedó firme. Fue apelada, y en abril de 2011 la Cámara de Apelación Penal de Santa Fe anuló la sentencia contra quien había sido apodado “El rosadito”, por el color de su piel. La Justicia entendió, esta vez, que no hubo delito de parte de Storni. El camarista Sebastián Creus argumentó que “en el proceso no se juzgan actitudes del imputado; si defraudó las expectativas de los seminaristas, si tuvo manejos afectivos impropios, si se negó a la investigación, si fue un mal obispo, si éticamente resulta reprochable para los fieles de la Iglesia Católica Apostólica Romana, si incurrió en conductas equívocas con relación a la investidura, si, en definitiva, tuvo actos que revelan una tendencia homosexual, son todos cuestionamientos ajenos al ámbito de la responsabilidad penal de la cual no podemos ni debemos, por mandato constitucional, apartarnos”. Se apoyó en el caso de Rubén Descalzo, el seminarista que había acusado al ex arzobispo. Creus sostuvo que “en la sistemática de la ley, los tocamientos o conductas de contenido sexual constitutivas del abuso son típicas si han sido causadas con alguno de los modos establecidos legalmente para vencer la voluntad del sujeto pasivo y ellas son: la violencia, la amenaza, la intimidación, el abuso coactivo o intimidatorio de una relación de dependencia, autoridad o de poder, la edad la víctima (menor a trece años) o cualquier otra circunstancia que anule la libertad de elección”. A su juicio, ninguno de esos supuestos se dio en el caso del seminarista. Y como aquel testimonio había sido clave para condenar al ex arzobispo, la sentencia en su contra quedó anulada. La causa Pero una y otra resoluciones judiciales fueron muy posteriores a la investigación que, en forma previa, había ordenado el Vaticano, enterado de las situaciones irregulares que rodeaban al arzobispo de Santa Fe. Todo había comenzado en 1994. El Vaticano había encargado al arzobispo de Mendoza, monseñor José María Arancibia, con apenas 57 años, y apenas siete años después de haber recibido la ordenación episcopal, una misión delicada: investigar las denuncias por abuso sexual sobre seminaristas que pesaban sobre Storni. Para escuchar los desgarradores testimonios, Arancibia pidió al entonces arzobispo de Paraná, Estanislao Esteban Karlic, ocupar uno de los despachos de la residencia episcopal de la Costanera Alta. De esas averiguaciones y de los testimonios que dieron seminaristas y sacerdotes que a diario viajaban desde Santa Fe poco se supo entonces, y poco se sabría después. Arancibia comenzó la investigación ordenada por Roma en mayo de 1994, y recién la concluyó a finales de ese año. De aquella investigación, y de los testimonios recogidos, sin embargo, no se tuvieron noticias hasta que en agosto de 2002 empezó a ventilarse el escándalo. El libro de Olga Wornat rescata partes de aquella investigación. Allí se cuenta que Arancibia recopiló las declaraciones de 49 testigos, entre seminaristas, laicos, sacerdotes y hasta el ex juez Federal Raúl Dalla Fontana. Uno de los seminaristas que acusó a Storni, Martín Lascurrain, procuró resguardarse, y le comentó los hechos de abuso al sacerdote José Guntern, y rápidamente este redactó una carta dirigida a Storni, en la que le reprocha el “desliz”. Después, Gutern hizo público el hecho pero lo que consiguió fue una dura reprimenda eclesiástica: la Curia santafesina lo convocó para que, en acta firmada bajo coacción, según después denunció en sede judicial, se desdijera de lo que había dicho por radio. De todos modos, la estrella de Storni ya se había apagado por completo. En la primavera de 2002 presentó su dimisión al Vaticano. “Esta presentación de mi renuncia es un servicio pastoral más a la Iglesia que amo y he tratado de servir a lo largo de mi vida como sucesor de los apóstoles y vicario de Cristo”, escribió. Y se recluyó en el número 100 de la calle Alta Vista, en La Falda, adonde el lunes murió. Storni había nacido el 6 de abril de 1936 y se ordenó como sacerdote en 1961. En 1976 fue nombrado obispo titular, y en 1984 fue promovido como titular de la arquidiócesis de Santa Fe, tras la muerte de su antecesor, Vicente Faustino Zazpe, cargo al que renunció el 1° de octubre de 2002, después del escándalo por la acusación de abuso sexual.