L
os verdugos irrumpieron casi simultáneamente. A los golpes. Con armas y con botas. Tres veces ocurrió la misma escena. Como un deja vu. Varios hombres que ingresan a una casa, golpeando y rompiendo puertas, a los gritos y se roban lo que encuentran a su paso. Dardo fue el primero, le siguió Armando y el último fue Edgardo. Los tres hermanos fueron arrancados de sus camas en medio de la noche en cuestión de horas. Los hermanos Torres Retamar fueron secuestrados entre el 7 y 8 de diciembre de 1976, en una noche de verano, cálida y apacible, como cualquier otra de ese diciembre. Integraban la comisión gremial interna de la Química Mebomar, una fábrica del partido bonaerense de Esteban Echeverría, cuya producción consistía en el procesamiento de sales de cromo y productos para curtiembres. Los tres permanecieron en el centro clandestino de detención El Versubio, fueron salvajemente torturados y en horas de la madrugada del 24 de diciembre fueron cargados en furgonetas junto con otros militantes y fusilados por fuerzas conjuntas en un simulacro de enfrentamiento. Sus restos fueron enterrados en fosas comunes en el cementerio municipal de Lomas de Zamora. Los restos óseos fueron exhumados entre 1983 y 1985, pero en ese momento no se pudo lograr la identificación. Hace unos años, a partir de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas que lanzó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), se consiguieron las muestras genéticas de sus familiares y los estudios antropológicos confirmaron sus identidades. El anuncio fue efectuado esta semana por la Cámara Nacional de Apelaciones de la Capital Federal, en el marco de las actuaciones encabezadas por el juez Horacio Cattani por la búsqueda de la verdad y el destino final de desaparecidos durante la última dictadura, aunque la resolución judicial tiene está fechada el 10 de noviembre. Familia mutilada La dictadura se encargó de alterar o suprimir la historia de las personas. El caso de los hermanos Torres Retamar es emblemático en la tragedia de la dictadura porque se trata de una familia entera que ha sido diezmada. Seis hijos nacieron del matrimonio entre Ramón Buenaventura Torres y Lorenza Felisa Retamar. Era una familia humilde de la zona rural de Mojones Norte, en el departamento Villaguay. Vivían en sus tierras de una explotación con algunos cultivos y animales, de la fabricación de los ladrillos que amasaba y vendía el padre y de la ropa que planchaba la madre. Los chicos ayudaban en el trabajo cotidiano e iban a la escuela cuando podían, así que el estudio consistió en aprender a leer y escribir. Cuando tuvo edad suficiente, Herculano, el mayor de los hermanos, marchó a Buenos Aires detrás de un sueño de progreso y bienestar. Le siguió Edgardo y juntos se esforzaron hasta juntar el dinero para los pasajes del resto de la familia. Con los mismos bríos ahorraron hasta que pudieron comprar un terreno en Esteban Echeverría, en el humilde barrio La Morita, en medio de un descampado, con calles sin asfaltar, casas bajas, sencillas, con algunas piezas de material, elementos de madera y techos de chapa. Allí construyeron una vivienda con sus propias manos y convivieron con su madre. Delegados Armando, Yiyín, fue el primero de los hermanos en ingresar a la Química Mebomar, en los primeros años de la década de 1970; le siguieron Dardo César, Moriche, y Edgardo Buenaventura, Chato. Antes habían trabajado juntos en la confección de ladrillos, el oficio que heredaron de su padre, pero cada uno tenía otras changas y también se hacían un tiempo para realizar tareas comunitarias en el barrio. Las condiciones de trabajo no eran buenas en la fábrica. Los obreros carecían de elementos de seguridad suficientes para maniobrar el ácido, los cuidados sanitarios tampoco eran los adecuados y la cobertura médica era deficiente. Esas cuestiones tensaban la relación con la patronal. Tras la muerte de un obrero en un accidente dentro de la planta, los trabajadores conformaron una comisión gremial interna para ayudar a la familia del compañero fallecido y reclamar mejores condiciones de trabajo y la reducción de la jornada laboral de ocho a seis horas, por tratarse de un tipo de trabajo insalubre, entre otras reivindicaciones. Las cosas empeoraron a partir de 1976. Maestros, obreros y dirigentes gremiales de otras empresas de la zona fueron secuestrados. Un delegado de Mebomar también fue arrancado de su casa por una patota. Chato decidió renunciar a la fábrica y mudarse a Pontevedra después que un grupo de tareas saqueara y destruyera su casa. Aunque el temor los acechaba, los otros hermanos continuaron allí. Los tres hermanos fueron secuestrados de sus domicilios. Armando tenía 23 años y dos hijas, Dardo tenía 28 y dos hijos y Edgardo tenía 31 y un hijo. Con ellos se llevaron también a Leticia, la esposa de Chato, que pasó varios días en El Vesubio hasta que fue liberada. Recién en 1979 los familiares presentaron un habeas corpus, pero solo por el caso del mayor de los hermanos Torres Retamar. Los otros dos casos recién fueron denunciados en el Juicio por la Verdad en el año 2000 y así se pudo reconstruir la historia de esta familia de obreros solidarios que cayeron bajo las garras de la dictadura. Asesinato y desaparición Los hermanos Torres Retamar fueron torturados durante 17 días en el centro clandestino de detención El Vesubio. A las 3 de la mañana del 24 de diciembre de 1976 los cargaron en furgonetas del Ejército y marcharon junto con otros secuestrados. El diario Clarín, el día posterior a la Navidad, publicó la versión oficial sobre un enfrentamiento que se había producido en una esquina de Banfield, cuando fuerzas conjuntas que realizaban un operativo de control de automotores fueron atacadas por “delincuentes subversivos que se desplazaban en varios vehículos”. La nota periodística daba cuenta de la muerte de nueve “extremistas”, entre ellos el ex diputado nacional Miguel Zavala Rodríguez.