Viernes 09 de diciembre de 2011
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Interés general
Identificaron los restos de una estudiante paranaense
María Victoria Gazzano Bertos había sido inhumada como NN en un pueblo del interior santafesino. Los restos fueron recuperados por el Equipo Argentino de Antropología Forense y serán restituidos a sus familiares.
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María Victoria Gazzano Bertos estudiaba Arquitectura.

A

maneció gris ese 15 de septiembre en Pueblo Andino. No era uno de esos días en los que el invierno jugaba a ser primavera. El clima estaba enrarecido en ese poblado tranquilo de calles enripiadas y árboles frondosos al que solía escaparse algún que otro rosarino, caña en mano, en búsqueda de carpas, patíes, moncholos, surubíes y codiciados dorados que habitaban el río Carcarañá. El millar de habitantes todavía no alcanzaba a digerir el triste final de esa chica joven que unos días antes huyera de su casa y había encontrado la muerte en forma violenta a pocos kilómetros del ingreso al pueblo, a la vera de la autopista Rosario-Santa Fe, cuando la muchachita se apareció como un fantasma que no volvía de ninguna muerte sino arrepentida a su casa. ¿Pero entonces quién estaba en el cajón de muerto? Atónitos y sin respuestas, los andinenses la sepultaron como NN. María Victoria Gazzano Bertos había sido marcada el día anterior desde un Ford Falcon mientras caminaba a pocas cuadras de su casa en Rosario. El sol del mediodía calentaba la acera, ella llegó a la esquina, miró hacia los costados y tal vez alcanzó a ver a quien la señalaba, pero no alcanzó a reaccionar porque un grupo de hombres vestidos de civil se le abalanzaron y la empujaron dentro del tenebroso auto verde. Mientras Pueblo Andino velaba a la jovencita rebelde, a las 5 de la mañana del día siguiente, un grupo de uniformados que se presentaron como “de la policía” irrumpieron en la casa familiar, enfrente del Parque Gazzano, en Paraná, y se llevaron a su padre y su hermano. Estuvieron un rato revolviendo la casa. La dieron vuelta. Al mediodía, cuando ya no estaban, una voz en el teléfono le advirtió a la madre de María Victoria lo que había pasado en Rosario, sin saber que para esa hora ella ya estaba muerta. De familia María Victoria tenía 21 años cuando fue secuestrada el 14 de septiembre de 1976. Vivía con cuatro compañeras de la Facultad de Arquitectura en una casa que le habían comprado sus padres. No hay registro de su paso por ningún centro clandestino de detención, aunque es posible que hubiera sido trasladada al Servicio de Informaciones, la siniestra casa de torturas que dirigía la Policía santafesina. Había nacido en Paraná el 26 de agosto de 1955 y era la mayor de dos hijos de José Alejandro Gazzano y Lidia Argentina Bertos. Su padre era uno de los 29 nietos del fundador del parque que lleva su apellido y uno de los preferidos de aquel italiano que llegó cargado de sueños, vivió 96 años, formó familia, un barrio, un parque y mantuvo siempre vivo el espíritu de niño. Heredó de él algo más que esos rasgos de mujer alta, de contextura grande, regordeta, piel blanquísima, cara redonda, frente amplia, grandes ojos pícaros ávidos de mundo, sonrisa permanente y cabellos negros, lacios, largos. Sus compañeros la recuerdan como una joven de bajo perfil, tremendamente estudiosa, lúcida, inquieta, servicial y con afanosos deseos de conocimiento, a través de las más diversas lecturas que atravesaban los libros de política, pero también de literatura y filosofía. Eso también lo habrá heredado del viejo Gazzano. La distinguía su risa, de una picardía casi infantil. “Se reía como se ríen los niños”, recuerda la psicóloga Adriana Beades, que compartió con ella un taller de teatro en los últimos años del colegio secundario en el Instituto Cristo Redentor. De bajo perfil El paso por la secundaria le abrió una gran inquietud por conocer el mundo, por entenderlo y por cambiarlo. Eran tiempos de gran efervescencia política y social y los jóvenes estaban muy influidos por los cambios propuestos por el Concilio Vaticano II, con la Teología de la Liberación, y la irrupción del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Eso también se reflejó en una serie de actividades extracurriculares de las que participaba con compañeros de otras escuelas católicas. Ester Brafa era entonces catequista en el Instituto Cristo Redentor y en el Colegio La Salle. A partir de sus inquietudes artísticas conformó un taller de teatro y expresión corporal con un grupo mixto de alrededor de veinte alumnos. “En aquel momento trabajábamos todo de manera intuitiva, pero con un formato y un sustento ideológico, que era esta cuestión de que el arte no es solo una forma de expresión sino que constituye también una manera de conocimiento”, contó. El de 1973 fue el año más activo para ese grupo porque presentó dos obras de teatro de creación colectiva: en la primera mitad del año, una que se llamó Latinoamérica, quién eres; y en la segunda parte, Navidad según hoy. “María Victoria tenía un perfil muy bajo y no quería estar arriba del escenario, pero sin ella no se hubiera podido hacer nada, porque manejaba el sonido y las filminas (diapositivas) que proyectábamos en cada obra; era de las que estaba donde había que estar, de esas personas que no aparecen pero sin las cuales nada funciona”, la recuerda Brafa. “Ella no aparecía, estaba escondida, pero le daba sustento a lo que hacíamos”, se emociona. Beades, por su parte, acotó que “la obra de teatro fue una experiencia muy linda, en la que se proponía un análisis del momento histórico que vivíamos en América Latina, con una posición muy crítica de ese tiempo y las cosas que siempre sacuden a los jóvenes, delatando la indiferencia y la hipocresía del mundo. Eso era lo que transmitíamos”. La psicóloga remarcó que ese tipo de actividades extracurriculares “marcaron a toda una generación” y apuntó que “eran años de mucha discusión en el país, todos nos sentíamos muy involucrados en pensar, sentir y debatir sobre lo que estaba pasando; y además teníamos las ansias de transformación que siempre tienen los jóvenes”. María Victoria era parte de esa generación. Las influencias de su formación religiosa y las inquietudes por los conflictos sociales terminaron marcando sus rasgos de personalidad: inquieta, lúcida, ávida de conocer y ayudar. El oficio de identificar La identificación de María Victoria Gazzano Bertos fue posible a partir del cruce de información de los archivos policiales y judiciales correspondientes a la instrucción que se realizó a raíz de la aparición de un cadáver NN. En esos documentos constaban las huellas dactilares de la estudiante paranaense y otros elementos sobre las circunstancias en que había sido hallado el cuerpo, a un costado de la autopista Rosario-Santa Fe. A partir del relevamiento y análisis de esa información, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) realizó la exhumación de los restos del cementerio municipal de Pueblo Andino, una localidad ubicada a 55 kilómetros de Rosario, y tras cotejar con las muestras de sangre donadas por su familia confirmó la identidad. Hombres de hierro Ester Brafa recuerda un hecho que muestra esa avidez de conocimiento permanente: “Un día María Victoria apareció con un long-play y me dijo: ‘Escuchá a este tipo, es genial’. Era Hombres de hierro, de León Gieco; y esa canción fue parte de una de las obras de teatro, en una escena donde una diapositiva, con unas líneas blancas, proyectaba la idea de unos barrotes y detrás dos chicas hacían trabajos de movimiento corporal tratando de zafarse”. Así era ella.
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