E
n los fondos de un caserío del barrio Tiro Federal de Paraná, en un sitio de difícil acceso, sobre una especie de cañada, donde la ciudad y los ruidos se pierden, vive Carlos Farías, un hombre de 65 años. Para llegar hasta su morada, no es un trámite fácil: hay que ingresar por el gran predio que perteneció a la institución de Tiro y que ahora es de una entidad bancaria local, por el lado de Avenida Almirante Brown al 900, y avanzar –mediante unas sendas angostas– por el interior de un asentamiento añoso formado a la vera del arroyo Colorado. Para pasar por ahí, se requiere la autorización de los dueños de las viviendas, pues se debe caminar por patios internos de las construcciones que se ubican sin orden, una detrás de otras, hasta alcanzar el fondo del vecindario, donde otrora, según los vecinos, fue el cauce –luego entubado en ese tramo– del arroyo. Justo en la depresión del terreno, donde corría el agua del Colorado, en el fondo de todo, rodeada de basura y en medio de una maraña de vegetación, se mantiene en pie una choza maltrecha, construida en base a trozos de chapas y trastos viejos. Se trata de la estrechísima habitación donde vive desde hace unos cinco años Carlos, quien al entornar la puerta desnuda la extrema precariedad por dentro de su casa: rendijas y agujeros en las paredes, un piso de tierra empapado en humedad y poquísimos enseres y ropa mezclados en el desorden. “Aguanto”, dice ante la pregunta de cómo soporta estos días de tanto frío. Con heladas impiadosas y un caño –ubicado en el sector alto del terreno, en la parte trasera de una de las viviendas del asentamiento– desaguando en forma permanente en dirección al rancho, Farías transcurre sus días sin mayores aspiraciones. Para comer, “me las rebusco en la basura”, dice y cuenta que cirujea para poder sobrevivir. Cuando consigue “unos pesos”, producto de la venta del cartón, compra alimentos. E ilustra que hay jornadas que recauda entre 25 y 30 pesos, según cómo rinde la recorrida por las calles que suele extenderse hasta las dos de la madrugada, apuntan los vecinos. Para calentar el cuerpo, afirma que tiene estufas. Carece de baño y al agua accede mediante baldes que le cargan los vecinos. Carlos cuenta poco Dice que no tiene familia, que nunca conoció a su mamá y que fue criado por otras personas, que nació en calle Sudamérica de barrio Consejo y que trabajó en una gomería y como changarín. Pero admite que el alcohol en su vida hizo estragos, que ahora hace años que dejó la adicción y menciona su paso por tratamientos psiquiátricos. Como la de Carlos, hay otras tantas historias de pobreza y desamparo en la ciudad. Por ejemplo, el año pasado dio cuenta del caso de un hombre, que levantó un toldo en un terreno cubierto de vegetación en la zona del Acceso Norte, a metros de Blas Parera. “Yo vivo acá porque no tengo adónde ir”, había dicho Darío Javier García, de 51 años, una tarde gris y helada de mayo de 2010. Desde entonces el armazón precario continúa plantado y con gente alrededor. También se reflejó la realidad de pura carencia de familias, asentadas en frágiles ranchos a la vera del arroyo Antoñico, en barrio Libertad, y otras ubicadas en la jurisdicción de la vecinal Arroyo Los Berros. Demanda sostenida Para Miguel Velazco, sacerdote de la Parroquia San Roque de Paraná, el panorama es claro: hay personas en situación de calle en la ciudad y estimó que rondan las 200. Basó el cálculo en el permanente contacto con esa realidad, pues junto a un grupo de vecinos viene asistiendo con un plato de comida a personas desamparadas los martes y jueves por la noche. Los martes cocinan para unas 20 familias del barrio Consejo, donde está enclavada la parroquia, y los jueves para entre 60 y 70 vecinos de la ciudad que se acercan a la Plaza Alberdi (del bombero) a recibir la ración. “Nosotros cubrimos una ínfima parte” de la necesidad, dice y recuerda que hay otros grupos solidarios que brindan alimentos los lunes y viernes –mediante el comedor Cenador Manolo, en un salón de la zona céntrica– y los martes y miércoles bajo la modalidad itinerante: en vehículos, acercan la comida a lugares puntuales de Paraná. “Haciendo un sondeo sobre la realidad de la gente en situación de calle, hay casi 200 personas en toda la ciudad de Paraná. Nosotros alcanzamos a cubrir alrededor de 70”, reafirma el sacerdote. Sobre la evolución del número de gente desamparada, Velazco expresa que no observa que decaiga la cantidad: “Se sostiene (la cantidad) y hay momentos en que sube”. Para afrontar el invierno, desde la parroquia –ubicada en las calles Vicente del Castillo y Soler– recolectan frazadas y ropa de abrigo (medias, gorros, bufandas). Sin DNI Juan Carlos, Carlos Alberto. Por esa combinación de nombres varió Farías, durante la charla, al referirse a su propia identidad. Y la imprecisión no tiene cómo saldarse, puesto que el vecino dice carecer de Documento Nacional de Identidad (DNI). Tampoco ha sido posible –explica Andrea Suárez, referente del barrio– conseguirle alguna cobertura social debido a que “para todo trámite se necesita el documento”, detalla. La intención del vecindario era poder tramitar una pensión o alguna ayuda, que le permita al vecino vivir mejor. Suárez comenta que desde la comisión vecinal se gestionó el DNI –actualmente está en trámite– y plantea la imperiosa necesidad de una asistencia para Farías: “Es que está viviendo en condiciones infrahumanas, no es habitual ver alguien viviendo de esa manera”. La vecina añade que el sector donde está el rancho se inunda cada vez que llueve, pues se rebasan los desagües y con el agua también corren líquidos cloacales. “Vive en lo que era un gallinero”, afirma en referencia a la endeble estructura y expresa que los alrededores están plagados de basura, que en la mayoría de los casos arrojan vecinos poco solidarios.