E
xpansivo, locuaz, intenso, cuesta mucho imaginarse a Dardo Páez encerrado solo en un local. En el ranking de los perjudicados por el corte, es probable que él integre el top ten: es –y era– el encargado del free shop que está en el paso fronterizo. “No, no lo cerré, porque hubiéramos perdido la concesión. Así que me quedé yo, acá, sin hacer nada”. Páez volvió al trabajo, pero no se olvida del conflicto. “De todas maneras –asegura– el mayor daño no es el económico, sino el de las relaciones entre los pueblos. El vínculo antes era excepcional y ahora va a pasar mucho tiempo para que volvamos a sentir lo mismo”. Sin trabajo, Páez se convirtió en uno de los mayores defensores de la instalación de Botnia en Uruguay. Hoy sigue convencido de que el mayor error lo cometieron sus amigos gualeguaychenses. Ahora está feliz: el negocio volvió a facturar en dólares. “Todo cambió”, dice, mientras mira orgulloso su local, que se prepara para recibir una invasión de turistas. “Ya estamos bien. Ahora tengo 30 empleados, pero en diciembre voy a contratar a 10 más. Tengo que estar preparado para lo que viene”. (Clarin)