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urante una amena charla que ofreció en Agmer Paraná, por invitación del Partido Socialista Auténtico, el estudioso recordó que la independencia de todos los poderes del mundo y con espíritu republicano y federal fue dictada el 29 de junio de 1815 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, en el Congreso de los Pueblos Libres o Congreso de Oriente, liderado por el libertador José Artigas. Coincidió así con estudiosos de la región que ponen de relieve las convicciones independentistas de esta región, que habían sido expuestas incluso en las instrucciones a la Asamblea del Año 1813, y dijo más: que lo del 9 de Julio de 1816 es un engaño porteñista. Una mentira En la ciudad Histórica, un grupo de entrerrianos y santafesinos presentaron hace tres meses un proyecto de ordenanza para denominar Congreso de los Pueblos Libres a una arteria costanera de esa bella ciudad. La medida fue redactada y promovida por un centro de estudios, la Junta Americana por los Pueblos Libres, que abreva en las fuentes de la revolución Artiguista y tiene sede central en Paraná, con integrantes en Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, Rosario, Santa Fe, Montevideo, Paraná y otra media docena de localidades. Los concejales uruguayenses están demorando aún esta decisión que se cae de madura, y que empezaría a revisar una historia sesgada y a darle el lugar central que debe ocupar la cuna de Francisco Ramírez. Maradona y San Martín Carlos del Frade ofreció un pantallazo de la historia argentina sobre un eje: las monedas y los billetes, y los símbolos que contienen, desde la pequeñita de un centavo hasta el de 100 pesos. Es que el estudioso encuentra allí muy manifiestos los vicios argentinos, la historia oficial, la prepotencia centralista, el triunfo de la oligarquía. Julio Argentino Roca en el billete de mayor denominación sería la coronación del sistema, reconocida en la moneda, en pleno apogeo neoliberal durante la gestión peronista de 1989 a 1999. Al finalizar la exposición, y como un plus, Del Frade jugó con el fútbol y la historia. Ágil, creativo, profundo, crítico y con humor, se ganó un aplauso sostenido, que agradeció con la simpatía que le es propia. Armó una Selección argentina y, como si relatara un superclásico, fue presentando uno a uno a los jugadores. No reproduciremos aquí sus fundamentos, que no tenemos grabados, y su forma que fue por demás animada. Apenas los nombres que eligió, por ejemplo: al arco las madres de Plaza de Mayo. En la línea de cuatro: por los laterales Hipólito Yrigoyen y Juan Perón, y los dos últimos hombres Manuel Belgrano y Mariano Moreno. Al medio, con el número 5 para distribuir la pelota: José de San Martín. Al lado, Ernesto Guevara, el Che, y con el número 10: Diego Maradona. Ese nombre, dijo, le permitía jugar mejor en las charlas con chicos y adolescentes. Para la punta: por los costados Martín Miguel de Güemes y Agustín Tosco, y con el número 9, de goleador: José Gervasio Artigas. Alguien sugirió que el Diego podía compartir medio tiempo con Andrés Guacurarí, y se mostró de acuerdo y recordó que en la actualidad están rodando una película sobre Andresito Artigas. Es cierto que el equipo suena por demás atractivo, en defensa, en juego, en ataque. Y que los nombres citados (con Andresito incluido) representan en verdad movimientos, procesos, tendencias a veces revolucionarias, porque de lo contrario nos quedaríamos con personalismos que suelen tergiversarnos la historia. De cinco, mi papá Los desaparecidos de los años 70 tuvieron su antecedente en las desapariciones que provocó la “Campaña al desierto” (que Del Frade considera una campaña de producción de desierto), y antes también en la desaparición del propio Andrés Guacurarí, por dar un nombre. Lo mismo: las campañas libertadoras de Belgrano, San Martín, Artigas, tuvieron un antecedente glorioso en Tupac Amaru, Tupac Catari, Bartolina Sisa, Micaela Bastidas; en las luchas de resistencia charrúa, incluso en la independencia de Haití que fue la primera y más completa y que el pueblo haitiano aún sigue pagando con miseria y muerte. Pero Del Frade se valió de diferentes anécdotas cotidianas para llamar a la participación y producir cambios. Recordó por ejemplo cómo una santafesina había debatido en familia la conformación de la “Selección”, y al momento de transmitírsela le reconoció la importancia que le daba el disertante al número cinco, San Martín, pero ella había preferido colocarle la camiseta a su propio padre, por los esfuerzos, el talento, y la actitud que había tenido para hacer las cosas bien. “Siempre nos dejan de espectadores, pero cada uno de nosotros somos protagonistas”, subrayó Del Frade. Dedicó un capítulo de su charla a recorrer palabras de origen africano que aquí todavía interpretamos con el sentido que le dieron los amos. Así paseó al auditorio por catanga, mondongo, quilombo, mina, mandinga, mucama. “Las clases dominantes nos dan el sentido de las palabras”, sintetizó y llamó a resistir. Incluso recordó que durante la revolución haitiana se resolvió que lo blanco fuera llamado negro, y a la inversa, para provocar un giro en la conciencia de la gente. Y apuntó que hoy mismo un trabajo sin papeles es un trabajo en negro, un panorama difícil es negro... “descubramos las mentiras que llevamos adentro”, sugirió. Los billetes hablan Carlos Del Frade presentó, con su exposición, su nuevo libro “Historia política de la esperanza”, que todavía no leímos, y lo hizo tomando como eje las monedas y los billetes. Dijo que en las monedas se puede ver quién vale más y quién menos, para el poder. Empezó con un “pedazo de metáfora”, como le llamó a esta paradoja: así como en el Himno Nacional pedimos que “sean eternos los laureles que supimos conseguir”, a esos laureles que debieran ser eternos los dibujamos en las monedas de UN centavo, es decir, en las que desaparecieron. Al sol inca que Belgrano colocó en la Bandera como símbolo americanista de la continuidad, y como recuerdo de la gran revolución tupacamarista, lo dejamos para la moneda de cinco centavos. El escudo en la de diez, y en la de veinticinco centavos el Cabildo, pero recortado. No el auténtico, sino el actual. La de cincuenta centavos muestra la Casa de Tucumán, “una mentira inventada por Buenos Aires. La Declaración de la Independencia se produjo en esta tierra (Entre Ríos), y fue en el primer proyecto político transformador, con democracia directa, participativa, en la Liga de los pueblos Libres. La tierra se repartió, los negros, los indios valían igual...”, recalcó el estudioso. Ahí fue que recordó cómo las calles de nuestras ciudades rinden homenaje a los dirigentes que nos combatieron. “En Rosario hay una calle Balcarce en homenaje al Balcarce que incendió Rosario”, rió Del Frade. Luego, en otra de sus tantas arremetidas contra el poder centralista pidió permiso a los presentes “para decir una mala palabra: Bernardino Rivadavia”. Estaba, claro, en una de las instituciones que promovió la devolución del nombre Alameda de la Federación a la ex avenida Rivadavia, en Paraná. Lo que dice Famatina Del Frade eligió bien el hilo conductor de su crítica histórica, dado que durante tantos años se ha impuesto la línea unitaria, y considerando que en el último gran cambio de moneda, con el auge del neoliberalismo, se eligió la línea tradicional que se expresa en Rivadavia, Mitre, Roca. Habló así de la “primera moneda patria”, de UN peso, de los desquicios del unitarismo y su enfrentamiento con expresiones federales como la del propio Artigas, cuyos diputados fueron expulsados de la Asamblea que impuso esa moneda, o como Facundo Quiroga, que defendió el cerro de famatina en tiempos en que Buenos Aires y los ingleses querían apropiarse de sus riquezas. Claro: hoy ese cerro es parte de la explotación de nuestros yacimientos realizada por las multinacionales... Habló del billete de dos pesos con Bartolomé Mitre, caracterizado por las persecuciones políticas a sus adversarios. Del San Martín en el billete de cinco pesos y sus actitudes que molestaban a la línea porteña al punto que, al analizar algunas de sus disposiciones patrióticas, Mitre interpretó que el general “estaba cansado y tenía problemas psicológicos”; y del Belgrano de los 10 pesos. Analizó a Juan Manuel de Rosas (billete de 20), y sus contradicciones, y el homenaje a la “soberanía” mientras se dejan los cereales, los minerales, el petróleo y la producción de automóviles en manos de extranjeros y multinacionales. Llegó al billete de cincuenta con Domingo Sarmiento y sus expresiones de discriminación negativa sobre los pueblos sudamericanos, y al de cien con Julio Argentino Roca: “el mayor símbolo del poder económico, genocida”. Como un adicional, señaló que el reverso presenta una imagen del paso del río Limay un sugestivo... 24 de marzo. Y apuntó que después de la llamada “conquista del desierto” Roca propuso nuestra incorporación a la división internacional del trabajo, en la función de productores primarios, como después de la dictadura Menem postuló la incorporación al primer mundo. Periodismo entrerriano, pionero Para ampliar la visión histórica de Carlos Del Frade transcribimos aquí fragmentos de una columna suya, aparecida bajo el título “José Hernández y el asesinato de Peñaloza”, que involucra de lleno al periodismo ejercido por José Hernández en Paraná. Lo que sigue es textual de Carlos Del Frade: La investigación periodística revela el funcionamiento de los factores de poder en una sociedad y descubre el por qué existencial de las mayorías populares. La historia del periodismo argentino está plagada de antecedentes del género que tomó auge a fines de los años cincuenta del siglo veinte pero que, en realidad, asumió sus formas desde el diecinueve con políticos y escritores como Belgrano, Fray Mocho y José Hernández. Este último, conocido de manera mayoritaria por “Martín Fierro”, fue uno de los pioneros de un periodismo de denuncia precisa que revela el nombre y el apellido de los multiplicadores del dolor del presente que le tocó vivir. La investigación sobre el asesinato del Chacho Peñaloza es una pieza de antología que no solamente es útil para los miles de estudiantes de periodismo, sino tambiénpara la historia política de los argentinos. Vayan estas líneas, entonces, como modesto homenaje a dos hombres comprometidos con el sueño inconcluso de los que son más, Hernández y Peñaloza que, en estos días, se recordaron con tibieza por las efemérides de sus nacimiento y muerte, respectivamente. Del Chacho a los hijos y entenados José Hernández es el símbolo de un periodismo de denuncia y prólogo del género de la investigación que descubre la trama íntima de la impunidad en torno a un crimen político que conmovió a la sociedad argentina de principios de la década del sesenta del siglo pasado. El asesinato del Chacho Peñaloza fue presentado por los periódicos de la época, los de Buenos Aires, como el “lógico final de un bandolero”. Sarmiento y Mitre justificarían el método en nombre del progreso. Frente a esta construcción de sentido del presente, tendiente a conformar una visión que justificaba la eliminación de las resistencias del interior ante el proyecto económico y político de la burguesía porteña en alianza con los ganaderos de la Mesopotamia, el periodista Hernández, militante del proyecto de la Confederación, descubriría otra historia. Y lo haría a través de una serie de artículos que publicó en el periódico entrerriano “El Argentino”, de Paraná. La primera nota se titulaba “Asesinato atroz” y comenzaba con una cabeza escrita según los conceptos actuales de la estética del periodismo informativo. “El general de la Nación, Don Angel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual”, en referencia a noviembre de 1863. “El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la genrosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios”. Hernández describe y utiliza los adjetivos que informan. El periodista con conciencia política que es Hernández denunciará desde el presente, el proyecto de dominación que enfrenta desde el campo de batalla y desde el escritorio de una redacción. “El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy”. Luego vendrá un segundo artículo, “La política del puñal” en la que advierte desde la lucidez del analista político: “Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido Unitario”. La tercera nota es la presentación del género de la investigación periodística en la Argentina. “Peñaloza no ha sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el 12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus asesinos”, aseguró el periodista. Agregó que “ha sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas. Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las notas oficiales. Los partes y documentos confabulados mucho después del asesinato con el solo objeto de extraviar la opinión del país, incurren en contradicciones estúpidas”. (Uno)