E
n la Sala I de la Cámara del Crimen, se comenzó a juzgar a Juan Manuel Riera, acusado de asesinar a puñaladas a su hijo Nahuel, de 17 años, el 3 de julio de 2008 en Santa Elena. El Tribunal Oral está integrado por los jueces Ricardo González, José María Chemez y Hugo Daniel Perotti. El imputado, representado por el defensor oficial Juan Alberto Silvio Velazco, dio su versión de los hechos, y declararon tres testigos, incluida la madre de la víctima, con un relato desgarrador. La Fiscalía de Cámara estaba a cargo de Leandro Ríos. La tarde negra El hecho fue el trágico desenlace de una historia de muchos años de violencia familiar. O más bien, de violencia del padre hacia su esposa e hijos, según se constató en la audiencia de este lunes. Hace dos años y dos meses, Riera fue a la casa donde vivían su ex esposa, Rosa Lescano, con dos de sus hijos, Nahuel y Yamil, en el barrio Martín García. Hacía un tiempo que el hombre estaba excluido del hogar por las reiteradas denuncias de violencia y amenazas contra el grupo familiar. Pero esa tarde lluviosa insistió en que lo dejen entrar. Rosa lo atendió desde la pequeña ventana de la puerta, y le pidió que se vaya: “Me amenazaba con que me iba a quitar los chicos y me decía de todo”, contó. Luego de cruzar gritos e insultos, Riera se fue a la casa de la hija, donde vivía con su pareja, pero no la encontró. A los 15 minutos estaba de vuelta en la vivienda de su ex esposa. Rosa estaba afuera, y lo vio bajarse del auto y acercarse. Ingresó con Nahuel y cerró la puerta con llave. El hombre estaba enfurecido, logró entrar por la ventana e increpó a la mujer. Nahuel, cansado de ver a su madre ser víctima de tantos atropellos desde chico, no dudó en defenderla. Riera lo hirió con una cuchilla que traía en la mano, de unos 30 centímetros, y luego corrió a Rosa por la cocina, a quien también logró cortarla en la espalda. Nahuel saltó por la ventana para escapar, pero afuera resbaló y cayó al piso. Su padre lo alcanzó y le propinó varias puñaladas, provocándole heridas mortales. Dos vecinos llegaron de urgencia para socorrer a la familia, Riera corrió a su Renault 12 rojo y se dio a la fuga. Estuvo prófugo hasta el día siguiente, cuando fue detenido. Recuerdos a medias Riera declaró ante el tribunal. Al momento de identificarse, adujo no recordar muchas cosas de su vida. Hasta creía que su madre estaba viva, cuando los jueces tenían la información contraria. Pero relató el episodio fatal con bastante consistencia, salvo el momento de la ejecución de su hijo. El imputado manifestó que ese día estuvo desde temprano tomando entre nueve y 10 litros de vino con otras personas. Luego tomó junto a otro individuo un litro de licor de café al coñac. En estado de ebriedad fue a la casa del barrio Martín García, contó Riera, donde Rosa Lescano lo habría provocado para que él proceda en forma violenta. Luego de ingresar por la ventana peleó con su hijo Nahuel, quien lo agredía con un cinto. En la calle habría recibido un cascotazo en la cabeza, por lo que vio “todo rojo” y de ahí en más no recuerda nada. Al día siguiente se despertó en un campo con su ropa ensangrentada, y un vecino conocido le dijo que había matado a su hijo. “Yo en ningún momento quise lastimarlo, ni herirlo, ni nada”, dijo Riera, mientras se mostraba acongojado por el hecho. El juez González se percató de una contradicción: un informe de un psicólogo y un psiquiatra afirma que Riera presentaba alucinaciones y delirios que no había vivido. Sin embargo, en su relato realizó un relato coherente de los hechos. Riera manifestó que la violencia que se daba en el hogar era mutua, y se justificó con que Lescano “salía de noche”: “El problema en mi casa era mi mujer, porque ella salía, me dejaba mal”, ante la sociedad, según se entiende. Recuerdos dolorosos Rosa Lescano se sentó en la silla de los testigos. Pidió declarar en ausencia del asesino de su hijo por todo lo que le tocó vivir, pero el tribunal no consideró válido el fundamento. Constantemente quebrada, la mujer relató la tarde en la que su ex marido destrozó su vida y la de toda la familia. Pero también recordó que la violencia no comenzó ese día: “Estando embarazada de mi primer hijo, yo ya era desfigurada y golpeada”, contó. La exposición de la mujer fue triste y conmovedora, pero Riera, sentado unos metros a su derecha, permanecía inmutable con sus cejas arqueadas. La mujer estaba acompañada por la titular de la Dirección General de Asistencia Integral a la Víctima del Delito, dependiente de la Secretaría de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Provincia, Marcia Paula López, la abogada y la psicóloga del organismo. La historia dejó entrever falencias en la atención a las víctimas de violencia familiar en Santa Elena, ya que Lescano afirmó haber denunciado muchas veces lo que le tocaba vivir, pero nunca recibieron tratamientos específicos, y las medidas restrictivas dispuestas por la Justicia de La Paz no eran controladas, y por lo tanto violadas por Riera a su antojo. La atención y acompañamiento llegó luego de la tragedia. Y la sensación es que el crimen se podría haber evitado. (Fuente: diario Uno)