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uenta Raúl que una parte de su vida se le pasó por la cabeza a modo de diapositiva, “como en las películas”. Confiesa, además, que fue bautizado por las enfermeras del hospital como “el hombre-milagro”. A los 37 años, le tocó vivir un terrible accidente que por milagro puede contar: cayó desde un octavo piso de un edificio en construcción y sólo sufrió una fractura en su brazo derecho . “Ya tenía el trabajo casi terminado; fui a poner un tornillo al conducto de aire del hueco del ascensor. Estaba sobre una tabla que se movió y ahí me vine para abajo”, explicó Raúl Pérez, mientras reposaba en la pieza 27 del hospital Cáceres de Allende de Córdoba. El martes, cerca de las 16.30, Raúl estaba trabajando en el octavo piso de un edificio ubicado en la céntrica calle Independencia. Le faltaban algunos minutos para cumplir su horario. “Fueron segundos, nunca en mi vida me había asustado así. Para colmo me acuerdo de todo, porque estuve siempre consciente”, relató. En sus manos, quedaron marcadas las huellas de la desesperación. “ Tengo los dedos lastimados porque intenté manotear cualquier cosa mientras caía ”, describió el plomero que carga con 19 años de profesión. La caída fue desde más de veinte metros y –según narró– antes de estrellarse contra el piso “unas maderas del primer piso amortiguaron un poco el golpe”. En la habitación, el hombre-milagro parece estar custodiado por sus afectos. Ayer bien temprano, recibió la visita de su hija, de 19 años. A un costado de la cama y bien pegadito a él, también se encontraba su mamá, Irma. “Yo soy muy creyente, todas las noches rezo por él, seguramente Jesús tuvo mucho que ver en esto”, contó a este diario la señora. ¿Vos, Raúl, sos creyente? Hasta el accidente no lo era; pero ahora puedo decirte que sí lo soy. Me voy a tomar dos meses de vacaciones porque quiero descansar. Prometo no trabajar nunca más en las alturas. La bandeja del almuerzo ingresa a la pieza al mismo tiempo que su novia. Un plato de carne y otro de fideos lo esperan humeantes. Con el cuello ortopédico puesto, pero con la impronta cordobesa a flor de piel, Raúl bromea: “Tengo dos alas invisibles; están en mi espalda pero nadie las ve”. En continuado, y luego de recibir la visita de muchísimos medios, se anima a pedir una lapicera porque –asegura– “pronto firmaré autógrafos”. Desde el hospital indicaron que “el paciente padeció una fractura en su brazo derecho; tiene un pequeño desvío de coxis y quedará internado unos días bajo observación”. Al fondo del pasillo donde se encuentra la habitación de Raúl, se luce la única imagen de yeso de Jesús que tiene el hospital.