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or Daniel Guebel Miércoles por la mañana. Además de percudirme la cabeza, las gotas caen sobre el paraguas pintado de flores de mi hija, que protesta porque no tengo coche y me pregunta a dónde voy a trabajar luego de llevarla al colegio. A Gualeguaychú, le digo. Ella me pregunta si es ese lugar de montaña con caminitos que suben y bajan. No, le digo, eso es Machu Picchu. Ah, contesta, y después de un silencio me pregunta cómo se llaman los habitantes de Gualeguaychú. “Nosotros somos porteños y argentinos”, dice, “¿ellos son gualeguaychusianos y argentinos también?”. Le digo que argentinos sí son, pero gualeguaychusianos seguro que no. La pereza de pensamiento de las horas tempranas apenas me permite pensar gualeguaychunos, gualeguaychusenos y gualeguaychenses. Entonces ella ofrece: “gualeguaychunianos”. Parece algo poco probable pero al mismo tiempo verosímil: si el Tribunal Internacional de La Haya dictamina este 20 de abril en contra de las aspiraciones argentinas, ni anos va a tener Gualeguaychú para recibir los puntapiés humorísticos de nuestros hermanos orientales, sobre todo los de fraybentinos o fraybentenses o fraybentistas, que durante tres años y pico padecieron el corte del puente internacional, corte debido a la demora primero y la negativa de su gobierno después de erradicar a la papelera contaminante –o no– de Botnia. Mundo acuático ¿Es la Ruta 6 o la 9 que nos lleva a Gualeguaychú? En cualquier caso, parece un mundo acuático alisado. Los vehículos desplazan líneas de agua como brillantes parasoles al costado de la ruta, y cada tanto hay ambulancias y vehículos policiales y camiones volcados sobre la banquina. Pero la guerra no empezó aún; es sólo la consecuencia lógica de la elección de un sistema de transportes individuales, cuando –de no haber invertido en autopistas inseguras y costosas y coches que se arrugan como abanicos de plástico fabricados por la industria china– podríamos tener hermosísimos trenes bala. La cercanía a la ciudad rebelde y asambleísta la va marcando el aumento de carteles puestos a los costados de la ruta donde se ofrece carnada y lombrices, vino patero, chacinados, maderas reforzadas, queso de campo y jabalíes, ciervos, vizcachas y carpinchos en escabeche, combinados estratégicamente con otros que claman por el sí a la vida y por el no a Botnia, que ni siquiera se divisa en la ruta internacional que sale de Gualeguaychú y se corta por una frágil barrera en Arroyo Verde. A las 13 horas, los asambleístas son tres, y se refugian de la lluvia que arrecia en esa especie de club social de barrio pobre que creció al costado del camino. Los perros, en cambio, se espulgan a la intemperie. Miguel González es el primero que se anima a salir para la foto; tiene botas de agua. Dice que esperan con tranquilidad el fallo de la Corte Internacional de La Haya, que Gualeguaychú está segura de sus derechos. Le pregunto qué piensan hacer los asambleístas si esa corte falla en contra de sus demandas. El hombre sonríe tranquilo y dice que no tienen previsto nada, que la Asamblea lo decidirá entonces, en asamblea. María Elena Biondi dice que esperemos para sacarla linda; mientras, termina de enjuagar unos vasos en una bandeja de plástico. Cira Muñoz, que ha salido a hablar por celular, corta y comunica la noticia: su interlocutor acaba de decirle que alguien escuchó al ministro Aníbal Fernández declarando por radio que si el fallo de La Haya es contrario a la demanda argentina, va a haber que levantar el corte, con la Gendarmería si hiciera falta. —¿Y qué piensan hacer si eso ocurre? –le pregunto. —Que vengan –dice–, se van a llevar unos cuantos muertos de acá, y van a pagar el costo político de enfrentarse a un pueblo. ¡Que venga Cristina a ver! Hasta acá se siente el olor a podrido, ¿siente? —Es un zorrino muerto –atenúa, suave, González. —Ah, ¿es zorrino? –dice Cira, y sigue–. Pero el viento sopla para este lado, se siente bien clarito, el olor a podrido, ácido. Vayan para allá, crucen. Cuando está ventoso como hoy, los de Botnia aprovechan para tirarlo todo al agua. Cuando el río está manso se ve bien clarito: el río tiene rayas oscuras que lo atraviesan, con las porquerías. —¿Están seguros de que contamina? –pregunto. —¿No vio el cartel de adentro? Vealó. Y además, todos los que venimos acá nos hacemos cada seis meses radiografías de tórax. Yo estaba sanita, nunca fumé ni un cigarrillo, y en la última radiografía el médico me dijo que veía algo en los pulmones y me preguntó cuántos cigarillos por día estaba fumando… Adentro, el cartel, titulado: “Contribución Botnia al río Uruguay”, en el rubro “emisiones atmosféricas” indica que a diario Botnia arroja al agua 1.037 kg de material particulado, 924 kg de dióxido de azufre, 190 kg de compuestos reducidos de azufre, 3.361 kg de óxido de nitrógeno, 86 kg de compuestos clorados, 4.838.000 –¿kilogramos, centímetros cúbicos?– de gases de efecto invernadero, y 2.590 kg de emisiones volátiles. En cuanto a “efluentes líquidos y sólidos”, para su funcionamiento diario insumiría 33.000 kg de demanda química de oxígeno, 2.000 kg de demanda bioquímica, y utilizaría 430 kg de compuestos orgánicos clorados (dioxinas, furanos, etc.), así como 600 kg de nitrógeno, 60 de fósforo y 2.900 de sólidos en suspensión. Además, usa 1.000 litros de agua dulce por segundo (más de 86 millones de litros por día para una producción de un millón de toneladas anuales), lo que supone un daño ambiental continuo, progresivo e irreversible a corto, mediano y largo plazo a la biota del río. La fuente: Suplemento del diario El Día, del informe del grupo técnico interdisciplinario, Asamblea Ambiental de Gualeguaychú. El cruce Arriba del puente, en la parte alta, donde vibran los tensores por el viento y la lluvia sigue fastidiando, se ve Botnia entre la bruma celeste y los vapores propios, y sí, ahí en lo alto, se siente, entre las ráfagas, el olor a podrido, a repollo hervido. Un olor entre dulzón y ácido. En la aduana compartida hay al menos diez funcionarios de uno y otro país, que te hacen recorrer la pequeña marea burocrática –tramite uno, dos, tres, cuatro, en formación–, un movimiento que apenas permite disipar el tedio de la falta de circulación. Tienen televisores prendidos, al lado de las caras, donde Anabella Ascar entrevista eternamente a Zulma Lobato. Uno no distingue entre qué país va y viene, porque todos hablan igual, el mismo idioma, el mismo acento, son los del entrerriano y el uruguayo. Al lado de esa doble frontera descansa en reposera su cadera mala el encargado del San Martín Tax Free Shop, Dardo Páez, esperando las visitas que no llegan. Dice que hace tres años y medio que trabaja a pérdida. “Perdimos 200.000 dólares en mercadería vencida que ni siquiera podemos eliminar porque habría que pagar los impuestos correspondientes. Está ahí, esperando. ¿A quién le conviene esto? Piensen. ¡No a los pobres asambleístas que están ahí chupando frío! ¡O díganme si Alfredo de Angeli, que andaba al principio por ahí del otro lado del puente y tiene un pool sojero, va a ser un ambientalista, con lo que contaminan los fertilizantes y pesticidas de la soja!”. —¿A quién le conviene este estado de cosas? –le pregunto. —A López Mena, el dueño de Buquebús, que antes tenía dos barcos para cruzar el Río de la Plata por día, y ahora tiene como veinte viajes con el puente cerrado. Bah, López Mena es Kirchner y su socio Peirano. Averigüen, ustedes que son periodistas. ¿Cuál es el negocio de tener cerrado el puente? Uno de los líderes asambleístas, Pouler, que tiene una pizzería con dos mesas ocupadas, máximo, se acaba de comprar una camioneta cero kilómetro. El corte está financiado. Es un negocio. Les pagan para tenerlo cortado. También le conviene a los comerciantes de Fray Bentos, están chochos, porque la gente les compra a ellos y no cruza del lado argentino. —Pero los ambientalistas también le hicieron piquetes a Buquebús. —Sí. Y el piquete duró cinco minutos. Ja. Hablan de la contaminación, pero desde que está Botnia el agua está más limpia que antes, y hay más pajaritos que nunca y más colmenas de abejas que antes, y decían que esto iba a quedar como después de una bomba atómica. —Nosotros sentimos el olor –le digo. —¿Olor? Yo estoy acá todo el día, a un kilómetro, y nunca sentí nada. —A repollo hervido. Los ambientalistas dicen que cuando el tiempo es bueno se ven las rayas del material que expele Botnia, flotando en el río. —¿Qué, el río rayado? ¿Es un tigre, el río? Mire, el de Fray Bentos es un pueblo arisco, si nosotros supiéramos que Botnia contamina la sacamos nosotros, en rueditas, no hace falta que nadie venga a decirnos nada. El problema es político, y los asambleístas no dejaron ninguna puerta abierta para negociar. Mire, en el balneario Ñandubayzal, del lado argentino, hubo cien casos de alergia, y dijeron: “¡Botnia, Botnia!”, pero era porque fueron tan brutos que hicieron la salida de los desagües cloacales río arriba en vez de hacerlos río abajo, y entonces se bañaban en su propia mierda. Investiguen. Salió en los diarios. ¿Qué, Arroyo Verde está contaminado por Botnia o por los químicos de la soja? Minitour a Botnia Pasamos dos o tres trámites más, entre ellos la barrera sanitaria, damos una especie de vuelta a la manzana y llegamos a las inmediaciones de la megafábrica de papel. El fotógrafo hace unas tomas. Desde la puerta de entrada se acerca una especie de basquetbolista ancho como dos roperos con sus respectivos espejos desplegados. La campera negra tiene inscripto: “Seguridad”. Nos dice que a partir de la rotonda estamos adentro de Botnia, que sólo podemos sacar fotos desde más allá de la rotonda. La distancia y la diferencia resulta un poco inespecífica, teniendo en cuenta que desde Roger Bacon en adelante existen telescopios, largavistas y teleobjetivos, pero no nos vamos a poner a discutir con alguien que puede asesinarte con un golpe de canto. La música persuasiva de los poderosos al alcance de la mano. Por suerte tenemos la salvación cerca, del otro lado. Ora pro nobis El obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, dice que cuando la superioridad lo trasladó a Gualeguaychú, con el tema de los piquetes ya instalados, él se propuso tres actitudes. Escuchar, acompañar e iluminar. La idea de la iluminación es la más estética, y ardo en deseos de llegar a ese momento. Pero monseñor despliega su estrategia: escuchó para conocer las angustias, temores y necesidades del pueblo de Gualeguaychú. Acompañó para estar cerca, e iluminó con el aporte de las ideas y pareceres de la doctrina social de la Iglesia. También se juntó con los obispos de Uruguay, sobre todo con los de Mercedes y de Salto, una oración católica en común en medio del puente, declaraciones conjuntas, oraciones interreligiosas. Dios mira desde arriba con agrado su gestión, aunque tal vez se le hayan traspapelado los distingos de nacionalidades y la sutileza de los conflictos. Para monseñor, hay una preocupación legítima por el riesgo ambiental, y él allí ve una aspiración importante más allá de un bien sectorial: la asamblea se preocupa por el bien común. El encuentra positivo que una sociedad se movilice reclamando. Le complace que este conflicto, a diferencia de aquel que casi llevó a la guerra a Argentina y Chile, no requiera de ninguna intervención papal –o si se quiere celestial– y que sean dos gobiernos constitucionales de países hermanos quienes diriman sus diferencias ante un tribunal internacional, como marcan los estatutos firmados por los dos países. Y si existiera un fallo adverso a los reclamos nacionales, él continuará escuchando, acompañando e iluminando. Cuando salgo del Obispado, el cielo parece despejarse. Lo que sobrevuela allí, sobre los espacios infinitos, no es la paloma blanca del Espíritu Santo, sino bandadas de pájaros (negros) que manchan el fondo bruñido de pálido gris. Sí, pero no Juan José Bahilo, del Frente para la Victoria e intendente de Gualeguaychú, nos recibe en la puerta de la Intendencia. Mientras espero, bajo un alero, a que el fotógrafo termine de hacerle las fotos, me advierte: “No es un buen lugar. Ahí arriba se posan las palomas. Ya sabés lo que pasa…”. Me corro. Entramos. —Una asambleísta dice haber escuchado declaraciones de Aníbal Fernández asegurando que, si La Haya se pronuncia contra las aspiraciones argentinas, habría que terminar con el corte. Incluso que Gendarmería… —Yo no escuché eso. Y no creo que fuese una decisión feliz desalojar el corte por la fuerza. Por otra parte, quien ordenaría algo así es la Justicia, porque se trata de una ruta internacional, la 136, y no esta Intendencia ni el Gobierno. —¿Está de acuerdo con el reclamo de los asambleístas? —Estoy de acuerdo con el reclamo, aunque no avalo el corte de rutas. Pero la cuestión de fondo es Botnia y no el corte de rutas. Desde luego, y con relación a la instalación de Botnia a orillas del río, Uruguay está en derecho de elegir su modelo de desarrollo, pero el río es un recurso compartido y al menos debería habernos consultado, de acuerdo a como marca el Tratado Binacional. —¿Teme un fallo adverso? —No temo nada, ni sé de que exista ningún trascendido. La presentación argentina ante el tribunal fue muy sólida, basada en dos puntos. La violación del Estatuto del Río Uruguay, que indica consulta previa al país vecino frente al uso de bienes compartidos, y otra la evidencia del daño insoluble que produce Botnia al medio ambiente. En los análisis del río participaron más de 90 técnicos y científicos de la CNEA, la UBA, la UNLP y el Conicet. El estatuto tiene rango constitucional. En un acto de sincericidio, una senadora uruguaya cuyo nombre desdichadamente no recuerdo, en el marco de unas audiencias admitió que, si hubieran consultado previamente, Botnia no habría sido hecha. Y es innegable que, con ese volumen, y en ese lugar, es incompatible con ese entorno y el medio ambiente. Por supuesto, tendría que haber una solución compartida y que contemple los intereses de nuestros vecinos de Fray Bentos, no los de Botnia. —Botnia es una empresa… —En este conflicto, Botnia se hizo la distraída. No puede crecer y desarrollarse y subordinar a sus intereses la solidaridad y fraternidad de dos pueblos hermanos. —Se dice que Cristina negoció con Mujica una eventual acotación argentina ante un fallo adverso de La Haya a cambio del apoyo uruguayo a la candidatura de Néstor a la presidencia de Unasur. —Creo que los fallos internacionales no son materia de negociación. —¿Cómo ve a Mujica? —Veo al nuevo presidente uruguayo más receptivo y con mayor voluntad de encontrar y solucionar las causas. Tabaré, en cambio, fue un frontón. —Es curioso que un reconocido oncólogo como el ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez haya sido tan poco receptivo a las objeciones sobre Botnia. —La vida de uno es testimonial y la política es gestual. Los gestos de Tabaré fueron de suma intransigencia. —¿No es una intransigencia equivalente a la de los vecinos argentinos que cortaron la ruta internacional? —El corte fue una decisión de los vecinos. La intransigencia de Tabaré implica otro grado de responsabilidad. —Una última pregunta: ¿cómo se llaman los habitantes de Gualeguaychú? —Gualeguaychenses… ¡No! Con u. Gualeguaychuenses. (Fuente: Perfil)