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Dicen que me quiero eternizar en el poder, pero usted sabe que nos vamos juntos en 2011”, le confesó la Presidenta al cardenal desde la cabecera de su mesa larga. Una verdad a medias de parte de Cristina Fernández pronunciada en plena Casa de Gobierno. Sin chances de ser reelecto como presidente del Episcopado, Jorge Bergoglio aspira a preservar su poder dentro de la Iglesia y a influir en la elección de su sucesor. En contraste ideológico, la línea interna más conservadora e intransigente –aliada al delegado del Vaticano en la Argentina, Adriano Bernardini, adversario íntimo de Bergoglio– promoverá otro candidato, más afín al clima actual de Roma y al ala dura de la Iglesia local. El principal crédito conservador es el ultraconservador Héctor Aguer, actual arzobispo de La Plata. Al igual que Cristina Fernández de Kirchner, Bergoglio tiene mandato como presidente de la Comisión Episcopal Argentina hasta fines del año próximo. A diferencia de la Presidenta, el cardenal no podrá ser reelecto, según el estricto protocolo eclesiástico que no permite un tercer período. También en 2011, el 17 de diciembre, el jefe de la Iglesia local cumplirá 75 años y, por ley católica, deberá jubilarse y abandonar su rol de arzobispo de Buenos Aires. Una sensible pérdida de poder institucional para este jesuita movedizo, intelectual, hermético, moderado en temas sociales, papable y de buen vínculo con dirigentes de la primera línea política como Gabriela Michetti, Elisa Carrió, Hugo Moyano y Eduardo Duhalde, entre muchos de una lista larga. En los últimos años, durante el ciclo político de los Kirchner, Bergoglio se volvió una amenaza para el matrimonio que gobierna. A pesar de no acumular desencuentros graves en los temas morales que más preocupan a la Iglesia –la legalización del aborto, en especial–, Bergoglio se volvió una presencia incómoda para los Kirchner. “Es el jefe de la oposición”, lo acusó alguna vez Néstor cuando era presidente. El jueves pasado, en una de sus clásicas elipsis críticas, el cardenal observó que “la crispación viene de pretender controlar el propio poder”. Con tal currículum, resulta improbable que, de golpe, desaparezca su marca y su influencia intramuros de la Iglesia. “Hay muchos obispos con ambiciones de sucederlo. El cardenal no tiene el aval del nuncio Bernardini ni la mejor relación con Roma. Pero, al final, apuesto a que impondrá a un candidato que respete su línea”, pronosticó una fuente episcopal cercana a Bergoglio. En septiembre de 2011, cuando unos 80 obispos nacionales, todos de negro, todos callados, se reúnan en un campo de Pilar para elegir –vía voto electrónico y hasta alcanzar los dos tercios– al nuevo presidente del Episcopado, se conocerá al fin el reemplazo de Bergoglio. Por ahora, uno de los obispos más nombrados dentro del mundo episcopal es el actual obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano. A Bergoglio lo conoce bien desde hace 10 años, cuando Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar porteño. Al igual que el cardenal, Lozano combina una formación teológica fuerte con una tendencia a “ponerle el cuerpo a los problemas sociales”, según describen los que le auguran el ascenso. Por estos días, Lozano acompaña a los asambleístas entrerrianos que se oponen a la instalación de la pastera Botnia y espera “con fe y optimismo” el fallo de la Corte Internacional de La Haya. El incendio de República de Cromañón y los reclamos campesinos fueron casos que también merecieron el compromiso público de Lozano. Sus 55 años –pocos para el promedio de una institución poco amiga de lo juvenil– atentan contra sus chances. La línea más conservadora de la Iglesia apuesta, en cambio, por el ultramontano arzobispo Héctor Aguer. Actual presidente de la Comisión Episcopal de Educación, Aguer describió la materia escolar bonaerense Construcción de Ciudadanía como “neomarxista y gramsciana”. A favor del arzobispo figuran sus 65 años y, sobre todo, su fuerte poder de lobby en el Vaticano, potenciado por las gestiones de su amigo Esteban “Cacho” Caselli, ex embajador menemista en Roma. Sus contactos con el Vaticano continúan y, últimamente, se actualizaron con la designación de otro amigo, el cardenal Leonardo Sandra como miembro de la Congregación para los Obispos, donde pesará a la hora de designar purpurados argentinos. “Si Bergoglio se fuera mañana, Aguer sería el elegido por experiencia y capacidad intelectual. No será muy querido entre los obispos más cercanos a Bergoglio, pero no se hará problema. Aguer no padece de ‘afectivitis’”, opinó un sacerdote afín al arzobispo. Hasta el actual embajador argentino en el Vaticano, Juan Pablo Cafiero, confirmó que “monseñor Aguer está muy bien visto en Roma. Los cardenales lo tienen bien conceptuado”. Desde el kirchnerismo, ilusionados con nuevo ciclo K después de 2011, un funcionario del Gobierno se animó a un análisis político, algo nostálgico, de la Iglesia post Bergoglio: “El cardenal tiene una mirada integral del escenario político. Es uno de los últimos y mejores cuadros de la Iglesia. Entre las generaciones más jóvenes es difícil encontrar un perfil parecido. Él promueve la separación entre la Iglesia y el Estado pero, a la vez, no deja de hacer política. En 2011, dejará los cargos pero no el poder. Aunque no esté, seguirá estando. Quizás, ojalá, nos toquen otros cuatro años de convivencia con el jesuita”. (Fuente: Diario Crítica)