L
a felicidad es una condición propia de los seres racionales. Y si bien desde siempre los hombres aspiraron a recorrerla, no todos son capaces de encontrar el atajo. Buscando ampliar este concepto, un investigador holandés sondeó en más de 140 estados el grado de satisfacción de sus habitantes. Curiosamente, los argentinos logran en la tabla general un promedio bastante elevado. A pesar de la huella del tango, la debacle económica y los malestares cotidianos, el puntaje alcanzado es de 7,5 sobre una escala de 10. Los países en donde la gente se siente más a gusto con su vida -con índices superiores a los 8 puntos- son, entre otros, Islandia, Dinamarca, Colombia y Suiza. Entre los peor situados figuran Tanzania, Zimbawe, Angola, Chad e Irak. La Argentina comparte el puesto 13 del ranking de la felicidad junto con Irlanda y Holanda. El estudio se realizó en 2008 y, en el caso de Argentina, incluyó a mil personas. Forma parte de la "Base de Datos Mundial de la Felicidad", creada por el sociólogo Ruut Veenhoven. Profesor emérito de la Universidad Erasmus de Rotterdam, dedicó parte de su carrera a analizar las causas psicológicas que se esconden detrás de la felicidad y la abordó como a una ciencia empírica. Para él, "la felicidad se define por cuánto te gusta la vida que vivís. Es real y existe porque mucha gente está satisfecha con su vida como totalidad". A priori, cualquiera puede suponer que las personas con mayor poder adquisitivo tienen más chances de ser dichosas. Y si bien ésta es una variable para no perder de vista, la felicidad -señala Veenhoven y coinciden especialistas locales- también se nutre de otros valores como la amistad, el sentido de pertenencia, la relación de pareja, el trabajo, la creatividad individual, el funcionamiento de las instituciones y el ser parte del engranaje cultural. Como bien lo explica Veenhoven, "el dinero es importante en los países más pobres. En las sociedades igualitarias sólo supone una pequeña diferencia". Esta idea se articula con la "Economía de la felicidad", una corriente originada en los Estados Unidos y Europa a mediados de los 70, cuando Richard Easterlin introdujo estadísticas de felicidad de la población en modelos econométricos. Así surgió la "Paradoja de Easterlin", que acuñó el concepto de que el dinero no hace la felicidad, ya que tiene una moderada influencia sobre el bienestar psicológico. Sobre esta teoría, Victoria Giarrizzo, del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX) e investigadora de la Universidad de Buenos Aires, indica que "está claro que la felicidad no depende exclusivamente de la economía, aunque tiene gran incidencia. La gente supone que con mejores ingresos va a estar más contenta y, cuando los consigue, se da cuenta que no está plena". A modo de resumen, dispara: "La economía le pone un piso y un techo a la felicidad. Lo básico es tener cubiertas las necesidades elementales y el techo está en pensar que la plata te resuelve cualquier inconveniente. La felicidad no hay que buscarla en los bienes sino en algo interior". Y aunque la felicidad es un estado totalmente subjetivo, Roberto Sivak, médico psicoterapeuta y docente de la UBA, brinda algunas claves para lograr ejercitarla. "La felicidad depende de una serie de factores psicofísicos y emocionales. Entre los más importantes se cuentan el sentido del humor frente a las dificultades, la capacidad de proyectarse a futuro y encontrar un sentido a la propia existencia. También poder enfrentar la adversidad y entender que se trata de un elemento más de la vida que requiere ser superado". En cambio, para Guillermo Velázquez, investigador del Conicet y director del Centro de Investigaciones Geográficas de la Universidad Nacional del Centro en Tandil, la felicidad está ligada a los espacios demográficos, ya que hay una relación muy estrecha entre escala urbana y bienestar social. Junto con su equipo, Velázquez compuso un ranking basado en la calidad de vida de las ciudades argentinas. "Las metrópolis en donde el nivel de bienestar es mayor son la intermedias, como Mar del Plata, Mendoza y Salta. En el medio quedan las grandes: Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Al final se acomodan los pueblos y urbes pequeñas". Las ciudades con mejor calidad de vida, dice, son las que disponen de servicios e infraestructura donde la población está contenida en el sistema productivo. Y, por último, el economista Bernardo Kliksberg apunta tanto a una cuestión física como social. Como expuso en una conferencia en el Foro Ecuménico Social, "cuando hacemos cosas por los demás, biológicamente se produce un neurotransmisor que se llama dopamina. Y genera un efecto de felicidad interna. Los seres humanos nacimos para ser felices".