Viernes 24 de julio de 2009
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Interés general
Investigadores de la Uner ponen bajo la lupa el monocultivo sojero
El tema es muy debatido pero no bien debatido, con posiciones de antemano a favor y en contra. Y entonces es difícil entender profundamente de qué hablamos cuando hablamos de la soja, sin resbalar hacia una falsa dicotomía.
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Docentes de Ciencias Económicas estudian el fenómeno del monocultivo en Entre Ríos.

U

n equipo de investigadores de la UNER acaba de publicar las conclusiones de un estudio de la problemática en Entre Ríos, titulado Impactos en la estructura agraria por la ampliación de la frontera agrícola en base a la expansión del cultivo de soja en la Región Pampeana: la historia reciente de Entre Ríos. —¿Cuál fue el diseño metodológico? —Analizamos básicamente la década de los 90 y actualizamos la información con lo sucedido con posterioridad a la crisis de 2001. Tomamos el Censo Nacional Agropecuario de 1988 y el último, de 2002. En rigor, ya estarían procesados datos de 2009 pero no están disponibles, por problemas que existen en el sistema estadístico nacional. También utilizamos información secundaria gentilmente aportada por la Dirección de Estadísticas y Censo de Entre Ríos. —El período que eligieron es central: se incorpora la soja y luego, la soja transgénica… —Así es. En Entre Ríos y en muchas otras provincias el quiebre de la tendencia en cuanto al uso del suelo con la consecuente explosión del fenómeno de la soja se da en la década de los 90, hacia 1995 y 1996, que es cuando se vuelven compatibles el glifosato con la semilla transgénica RR. En el corazón de la Pampa Húmeda, lo que se llama la zona núcleo, este fenómeno había surgido en los años 70 con la revolución verde. Por eso, en Santa Fe, Buenos Aires o Córdoba, el crecimiento del área dedicada a la soja creció en una proporción inmensamente menor durante los 90 si se lo compara con provincias como Salta y Chaco, con Entre Ríos como un caso realmente notable. En Entre Ríos, entre los censos de 1988 y 2002 la superficie sembrada con soja aumentó el 2.200 %: con sólo recorrer las rutas de la provincia alcanza para advertir cómo ha cambiado el paisaje, con la deforestación, la eliminación de montes nativos y la sustitución de otros cultivos. En el trabajo se advierte bien cómo decayó el área sembrada con trigo, el leve aumento del maíz, la eliminación del lino. Hay otro efecto vinculado a la traslación de la ganadería: en Entre Ríos se nota con claridad cómo esta forma de producción se muda hacia zonas de menor fertilidad, por ejemplo las islas en el Delta y el Predelta. Es notable cómo aumentó el stock ganadero en el departamento Ibicuy, Victoria y Gualeguay, lo que trajo aparejado un problema ambiental al decir de los especialistas. Por el mango —¿Permiten las estadísticas advertir un proceso del que todos hablan: que los 90 fueron un período de alta concentración en la propiedad de la tierra, con aparición de empresarios dedicados a la soja que no viven en Entre Ríos? —El modelo implicó cambios importantes en los agentes sociales. Algunos se pueden probar, otros no. Lo que está a la vista es que ha habido una fuerte contracción de las pequeñas y medianas explotaciones familiares, pero el grueso de las explotaciones al 2002 sigue siendo de tipo familiar, donde el productor y su entorno vincular juegan un rol particular, donde lo que pasa con la explotación tiene que ver con el ciclo de vida familiar, que en general arraigan la población rural. Concretamente, entre 1988 y 2002 desaparecieron en Entre Ríos 5.500 explotaciones, casi todas de menos de 100 hectáreas, es decir, pequeñas unidades generalmente en manos de familias. Algunos propietarios se proletarizaron, pero es probable que buena parte de estos actores se haya transformado en rentistas, capitalizando el jugoso canon de arrendamiento que se pagó por lo menos hasta 2008. Esto que parece menor tiene su impacto altísimo porque un rentista puro deja la actividad agropecuaria por otra o por ninguna y porque usualmente cambia de residencia, lo que produce consecuencias sociológicas graves en diversos sentidos: la cultura de la renta (enriquecerse sin trabajar) viene a reemplazar a la cultura del trabajo productivo. El cuadro habilita el ingreso de otro actor económico y social, que nosotros llamamos arrendatario puro. Se trata de productores que tienen propiedad cero sobre la tierra que explota, es decir, la alquilan, la arriendan. Pero la mayoría son a la vez productores y productores arrendatarios. La norma es que sean propietarios entrerrianos, pero seguramente los habrá de otras jurisdicciones. —¿Usted se refiere a los pool de siembra? —Sobre los pool de siembra poco se sabe. Hay un especialista, Roberto Bisang, investigador de la Cepal y docente universitario, que intuye que debe haber unos 30 pool de siembra formales, constituidos a partir de fideicomisos, que cotizan en bolsa y demás. El resto son informales. En Entre Ríos, la tercera parte de los productores son además arrendatarios, es decir, propietarios radicados en Entre Ríos que además alquilan otros campos para incorporarlos a la producción. Supongo que se trata de actores económicos con exceso de capital físico (maquinaria actualizada), que su vez formarán una especie de pool de siembra informal, colectando inversores en el pueblo o ciudad de origen. A esto lo quisiéramos estudiar más a fondo. Concretamente, tenemos datos de esos productores porque la idea es visitarlos, pero no sabemos si nos recibirán porque, a pesar de que explicamos que sólo nos interesan los aspectos cualitativos de la problemática, existe el miedo de que sean sorprendidos por comisiones de inspectores impositivos. Lo que nos mueve es conocer, por ejemplo, cómo se dio el proceso de acumulación. Para tener una idea: hay producciones de 24.000 hectáreas y gran parte de la tierra es arrendada. —Entonces, ¿la concentración que uno intuye efectivamente puede comprobarse? —Hay toda una polémica en torno a esto: un historiador y economista de formación marxista, Eduardo Azcuy Ameghino, sostiene que lo que se ha concentrado es la propiedad y un investigador del Conicet, Osvaldo Varsky, postula que lo que se concentró es el capital. El planteo nuestro es que ha habido concentración de la propiedad y concentración del uso, a partir del alquiler. Cuando en la investigación hablamos de concentración de la propiedad nos estamos refiriendo a las maquinarias, porque es muy difícil acceder a información financiera sobre el patrimonio de tal o cual. Uno tiene sospechas, pero es muy difícil de probar. Suponemos que ese 35 % de productores que además arriendan han protagonizado un proceso de concentración de capital físico (maquinaria, tractores, sembradoras, cosechadoras) y que ese crecimiento ha estado emparentado con la expansión del capital financiero. La política cierta de las políticas ausentes —¿Coincide con que se hace política por acción u omisión y en ese sentido que ha habido un fuerte respaldo oficial al desarrollo del monocultivo sojero? —Lo que ha pasado con esta fuerte especialización de la soja ha tenido que ver con la rentabilidad propia del cultivo y la rentabilidad relativa en función de otras alternativas. Pero a su vez con la omisión de políticas activas desde el Estado. La situación de la ganadería y del sector tambero, son claros ejemplos de esto. El Estado no planifica, no orienta, no conduce y estamos entrando en un terreno donde peligra el abastecimiento alimentario. Esta inacción es grave. Los términos en tensión de la rentabilidad y el abastecimiento alimentario debieran ordenar el panorama. Y no lo hacen. El sector empresario y muchos políticos enarbolan la rentabilidad a secas como medida de análisis propicia. Eso es un error. Pero tampoco se pueden tomar medidas para que un negocio no sea rentable. Como vemos, lo que nos caracteriza es la falta de políticas, antes y después de la crisis de 2001. —¿Es posible un punto de equilibrio entre una producción de soja que no altere la salud y el hábitat y, a su vez, una economía que garantice variedad alimentaria? —Debiera buscarse un modelo productivo más diversificado. Más allá de los efectos nocivos de la soja que nadie puede desconocer, en tanto estrategia económica cualquier monocultivo nos vuelve enormemente dependientes de condiciones que no gobernamos. El 50 % de nuestra producción es grano de soja y una parte importantísima de nuestras exportaciones es aceite de soja. Eso nos convierte en una economía altamente vulnerable. Agreguemos un concepto: un modelo que se basa en la exportación de alimentos es al menos problemático si, además del crecimiento, nos interesara el desarrollo. Está en el libro nuestro: la economía argentina está siendo reprimarizada. Diversificar lo que se produce, lo que se exporta y los mercados que se atienden; incorporar cada vez mayor valor local a la materia prima, no son banderas que levanten ni los que ganaron ni los que perdieron el 28 de junio. Y eso es preocupante. —Paralelamente, hay un ejército de argentinos que no tiene cómo proveerse de los alimentos diarios que precisa… —Es cierto, el famoso y discutido efecto derrame es mucho menor aún cuando las economías regionales no están industrializadas. Por fuera de esto, hay una fuerte concentración de la renta del suelo, que aumentó tanto entre 2003 y 2006 o 2007 (por poner un límite no exhaustivo) que fue similar a la renta del suelo obtenida en toda la década de los 90. Hay toda una discusión pendiente ahí. Tal vez haya que hacer una política de retenciones menos altas y diferenciales. Y, sobre todo, tener política de promoción de largo plazo para los sectores de baja rentabilidad o nula. (Fuente: El Diario)
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