E
l viernes a la noche Graciela Ocaña empaquetaba documentos reservados del caso de la "mafia de los medicamentos" en unas cajas azules como primer paso para vaciar su despacho, mientras le martillaban en la cabeza los nombres de los 21 muertos por la gripe A que había hasta ese momento. Y se preparaba para finalizar de redactar la carta de renuncia al ministerio de Salud que tiene previsto presentar este lunes a la presidenta Cristina Kirchner. Ocaña había terminado de decidir su dimisión cuando Néstor Kirchner lanzó las candidaturas testimoniales en mayo y se negó a aceptar una. "Son el último golpe a la democracia", decía a sus íntimos. Durante el verano, había quedado prácticamente sola en la lucha contra la epidemia de dengue. Pero por "respeto" a Cristina decidió esperar hasta este lunes. Todo confirmó su convicción en los últimos días. El viernes se enteró de que su colega bonaerense Claudio Zin se resistía a apoyar medidas extremas para la gripe A. En realidad, una buena parte del Gobierno se negaba a cerrar cines o shoppings en medio de la campaña electoral. Sus críticos en el Gobierno señalaban que Ocaña no es médica sino licenciada en Comercio Exterior y la responsabilizaban por "deficiencias técnicas" para enfrentar las dos epidemias. También era cuestionada por organizaciones médicas y de la salud. Pero ella se va convencida de que su principal pelea es con el jefe de la CGT, Hugo Moyano, contaron dos fuentes cercanas a la ministra. Desde que llegó a Salud en el 2007, luego de alejarse del ARI de Elisa Carrió y de estar tres años al frente del PAMI, la "Hormiguita" empezó a forcejear con el superintendente del servicio de Salud y recaudador de la campaña de Cristina, Héctor Capaccioli. La pulseada se dirimió en noviembre del 2008 cuando el jefe de Gabinete, Sergio Massa, le pidió la renuncia a Capaccioli y Ocaña lo reemplazó por el abogado Juan Rinaldi, un ex moyanista que comenzó a poner controles sobre los millonarios fondos de las obras sociales sindicales. Luego llevó un informe reservado a la Presidencia en el que señalaba que los sindicatos debían devolverle al Gobierno "$ 220 millones" de subsidios que se le habían entregado para enfermedades graves como el sida. Era porque no habían entregado los comprobantes de los gastos. Al día siguiente, el informe Moyano lo repartió en la CGT y su hijo, Pablo, decía públicamente "llegó el momento" de que la central obrera "maneje Salud". Ante esta situación, en mayo Ocaña dio otra señal a su equipo: "Que Moyano se quede con la plata y yo con mi libertad política". Eran momentos en que hablaba de "maltratos", como el del gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, quien tres veces le prometió la renuncia de su esposa y ministra de Salud provincial, Sandra Arroyo, y no lo cumplió. "Preparamos un cordón sanitario contra el dengue en Salta, Jujuy y Formosa frente a las epidemias de Bolivia y Paraguay y nos saltó un foco en el Chaco por la prevención deficiente de la provincia", repetía. Cuando veía en un canal de TV por cable su cara junto a una foto del mosquito del dengue hablaba de "una operación de desgaste ultrakirchnerista. Y recordaba que Cristina no la llamó nunca por esta epidemia. El viernes, después de esta dura experiencia política en Salud y mientras empaquetaba, recordó una frase de su abuela: "Lo que no mata, fortalece".