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El Diario).- La noche del lunes 20 un zarpazo arañó la rutina en la Escuela Nº 156 Amado Bonpland, adonde adolescentes y algunos adultos concurren a diario con la idea de concluir la primaria. Ese día, cuatro jóvenes —tres chicas, un muchacho— que asisten al bachillerato acelerado para adultos que funciona en el mismo edificio, en Avenida Zanni al 1.300, rodearon a otras dos menores de la primaria, en una guerra de guerrillas que primero empezó con insultos, siguió con golpes y que terminó en batalla campal, mezclando a docentes, alumnos, ex alumnos, directivos y ordenanzas en una discusión furiosa. La llama que encendió la mecha pudo haber sido un asunto de amores y desamores, traiciones y peleas, pero el nivel de virulencia fue tal que derivó en la presentación de tres denuncias contra los muchachos agresores ante la Policía: una docente que terminó con su vehículo dañado; un profesor que resultó seriamente golpeado; y la directora, Liliana Denis, que fue amenazada de muerte. “Estaba sacado”, dijeron los docentes. Las miradas apuntaron a uno de los muchachos, de 17 años, que según todos los testimonios llegó cargando una ira que sólo era posible si antes había sido mezclada con el consumo de alguna sustancia. Margarita Merlach, que es supervisora de 14 escuelas nocturnas en el departamento Paraná, entiende que lo que ocurrió en la Escuela Amado Bonpland es consecuencia del clima de violencia social que se vive hoy, pero también fruto de “padres ausentes y consumo de drogas”. —¿La escuela ya no está ajena a esta problemática? —En la mayoría de las escuelas se escucha hablar a los chicos de lugares en los barrios donde se vende droga. Que tienen un amigo, un hermano, o que forman parte de un grupo que consume en la esquina. Es como una cuestión de reconocimiento en el grupo esto de prenderse un porrito, y de formar parte del grupo que consume. Es una cuestión que realmente podemos decir que está siendo común. Ojo, el consumo no se da adentro de la escuela. Que pasa En 2008, en el marco del programa El consumo y sus bordes, el área de Prevención y Asistencia de Conductas Adictivas de Entre Ríos realizó una encuesta entre 600 alumnos de entre 15 y 16 años que cursaban la escuela secundaria, y descubrió que el 14 % manifestó haber consumido alguna vez droga; y de éstos, el 92 % probó la marihuana, y el 8 %, la cocaína. Un sondeo previo, hecho en 2005 sobre 2.047 adolescentes de entre 13 y 17 años, había revelado una incidencia más baja: entonces, se pudo constatar que el 12 % de los estudiantes secundarios había consumido drogas ilegales alguna vez. Un porro, la forma más corriente de consumo entre los adolescentes, se consigue a 2 pesos, y en algunos barrios de la ciudad, se puede pagar hasta 1 peso. José Luis Cian, coordinador del Centro Huella, el único dispositivo del Estado que da asistencia terapéutica a los adictos en Entre Ríos, admite que la consulta ha trepado, y que ello ha derivado, por primera vez, en la formación de listas de espera que, en algunos casos, llegan al mes. “Pero acá la consulta llega después de un período largo de consumo –aclara—, no lo hace inmediatamente, porque es la etapa del enamoramiento con la droga. Los registros nuestros dan cuenta que, en promedio, llegan recién después de seis años de consumo”. Aunque hay otro dato que se agrega, a juicio de Cian: en los últimos tiempos ha bajado la edad de inicio en el consumo: a mediados de la década de 1990 era entre los 13 y los 14 años, y ahora es a los 12 años. Y la peculiaridad es el “policonsumo”: luego de un inicio con drogas legales, se sigue con una mezcla variada, en la que se incluyen psicofármacos y alcohol, marihuana y cocaína. En los alrededores Roberto Smit, director de la Escuela Alberto Gerchunoff, que funciona en horario nocturno en el Complejo Escuela Hogar Eva Perón, dice que los docentes aprendieron ya cómo detectar a un alumno cuando ha consumido. “Pero si consume, no lo hace en la escuela, lo hace afuera, y se nota después, cuando está en la escuela, porque cambia su ritmo habitual, están menos predispuestos, no quieren trabajar”, detalla. Ese diagnóstico lo replica María Rosa Audisio, directora de la Escuela Nº 143 Manuel Antequeda, de nivel primario, que funciona en horario nocturno en el edificio de la Escuela Nº 20 Casiano Calderón, en San Agustín. “Acá —distingue, y acá es la escuela— no consumen. Están bien controlados los chicos. El problema es en la calle, donde el chico pasa sus horas libres. Por eso hay que concientizar a los padres para que no dejen a los hijos en la calle, que le busquen alguna actividad. Acá tenemos casos de padres que han venido a traer a sus hijos, como forma de que salgan de la droga. `Yo lo quiero sacar de la droga´, dicen. Vienen los padres desesperados.Yo creo que el padre que sabe que su hijo se droga, busca ayuda. Si nosotros vemos que vienen mal, o notamos algo, llamamos a los padres. Pero son casos aislados”, dice. El psicólogo Mario Sarli, coordinador del Departamento de Prevención y Asistencia de Conductas Adictivas del Ministerio de Salud y Acción Social, adjudica el problema al resquebrajamiento de las redes de contención social y a la naturalización de un problema que debería espantar. Sarli indica que “a la escuela se lleva la cultura del barrio, y en el barrio se ha naturalizado que consumir alcohol, que tomar sustancias se convierten en parte del paisaje cotidiano. Los docentes hoy están mejor preparados que hace diez años para enfrentar este problema. Pero siguen sintiendo la angustia de no saber qué hacer frente a una demanda tan intensa”. La caída de la ley paterna “Hay un delibilitamiento en general de la sociedad respecto a la contención de la problemática del joven. Debilitamiento que se traduce en el hecho de que la figura del padre, en su rol de autoridad, está resquebrajada”, dice el psicólogo Mario Sarli, coordinador provincial del Departamento de Prevención y Asitencia de las Conductas Adictivas. Al respecto, dice: “Los hijos tienen más facilidad para tomar los caminos que en sus grupos se define como lo atractivo, y muchas veces, lo atractivo de los jóvenes no está en sintonía con lo que piensan los adultos. Y en esa tensión, lo que antes se resolvía a favor del pensamiento del adulto, hoy los jóvenes no solamente toman caminos alternativos, sino que muchas veces ni siquiera es considerada la posición de los padres”. “Es lo que yo denomino como la caída de la ley paterna —afirma Sarli—. Hay una pérdida de la ley del padre. Y esto, cuando se traslada al ámbito de la cultura, al ámbito de la sociedad, se relaciona con la forma cómo nos relacionamos con la salud, con la justicia, la educación. Ahora, dejaron de ser creíbles escenarios que antes lo eran, como el policía, el docente, el médico”. Y puntualiza: “Se va naturalizando entonces el resquebrajamiento de las imágenes de autoridad”. El dato 1.928 ES LA CANTIDAD DE CONSULTAS que tuvo en 2008 el Centro Huella, el único dispositivo del Estado encargado de la asistencia terapéutica a los adictos