I
nvestigadores del Instituto Médico Howard Hughes (HHMI, según sus siglas en inglés) y de la Universidad Rockefeller, en Estados Unidos, buscan métodos para bloquear el sentido del olfato de los insectos. De ese modo, al no percibir el olor de los seres humanos, podrían evitarse las molestas picaduras. La doctora Leslie Vosshall encabeza uno de esos equipos de investigación. Ella y sus colegas estudian el sistema olfativo de los insectos porque consideran que su manipulación podría ser una estrategia para luchar contra determinadas insectos que transmiten enfermedades o que dañan diversos cultivos. Según Vosshall, el secreto estaría en conocer cómo los diferentes olores influencian el comportamiento de los insectos. Para eso exploran el modo en que el cerebro y el sistema nervioso transforman las señales olfativas en comportamientos específicos. Bajo la dirección de Vosshall identificaron un tipo de proteínas que sería claves en la detección de olores del ambiente. Esas proteínas llamadas receptores ionotrópicos fueron halladas en las antenas de las moscas de la fruta, un insecto que se emplea como modelo de estudio en múltiples investigaciones. Los resultados fueron publicados en la revista Cell del 9 de enero. Una investigación previa indicaba que los receptores odoríferos se encuentran en sólo cerca del 70 por ciento de las neuronas olfativas de la mosca de la fruta. El reciente trabajo de Vosshall y de sus colegas se centró en saber si el otro 30 por ciento de células contaba con mecanismos para detectar olores. Los investigadores descubrieron que en ese porcentaje de neuronas olfativas se hallaban receptores dotados de una estructura diferente a los conocidos en el resto de las neuronas olfativas. Finalmente descubrieron los llamados receptores ionotrópicos de glutamato. Esos resultados indicaron que en las moscas de la fruta, y quizás también en otras especies de insecto, las antenas tienen dos maneras distintas de oler. "Necesitamos saber qué tan importante es este camino paralelo. Si realmente es importante, entonces no podemos ignorarlo", señaló Vosshall. Para detectar esos receptores en las neuronas que carecían de los receptores odoríferos bien conocidos, los investigadores realizaron una serie de experimentos. Uniendo una pequeña aguja de tungsteno a la región de la antena donde los receptores fueron encontrados, los científicos notaron que ciertos olores podían activar esas células nerviosas. Asimismo los científicos manipularon genéticamente las neuronas para confirmar los resultados. Para ello, insertaron un receptor particular de una neurona de la parte de la antena estudiada y lo colocaron también en otro tipo de célula nerviosa que no lo poseía. Acto seguido, observaron que ese receptor llamado IR84a, sensible a un producto químico conocido como fenilacetaldehido -cuyo aroma es similar a una combinación de miel y césped-, activaba un impulso nervioso ante la presencia de ese compuesto. Lo mismo ocurrió, pero con un efecto más débil, cuando emplearon un receptor sensible al amoníaco que fue transferido a otra célula nerviosa que no lo tenía. Aún no está claro cómo los olores detectados mediante este camino alternativo influyen en el comportamiento de las moscas de la fruta, y quizás de otros insectos, pero Vosshall y sus colegas pretenden averiguarlo. Lo cierto es que el trabajo que acaban de publicar en la prestigiosa revista Cell abre el camino para hacerle frente a diversas especies de insectos en diferentes contextos. (Fuente: Agencia de noticias científicas y tecnológicas - Instituto Leloir)