U
n medio nacional se internó en Entre Ríos; la misión: verificar si, tal como lo denunció el ex presidente Néstor Kirchner, quien dijo no entender “por qué están armados”, los chacareros se están preparando para resistir de esa forma si el 2 de mayo vuelven al paro. Mario Sartori estira la mano y apenas alcanza a escudriñar con sus dedos arriba del placar. Como hace 20 años, la Centauro está ahí. Luego de sacudirle un poco el polvo y quitarle algunas telarañas, la escopeta de casi un siglo de edad está lista para ser cargada. Sartori es uno de los ruralistas entrerrianos que, como en su gran mayoría, tiene un arma en su campo. A diferencia de este productor ganadero, no todos quisieron poner su nombre en sus historias. El miedo a “represalias” y los “ataques del Gobierno” fueron los justificativos más esgrimidos. Desde el lunes, la mayoría de los ruralistas de la entrerriana Gualguaychú tuvieron que cambiar ciertas cotidianidades que los han acompañado desde hace años. Así lo graficó uno de ellos: “El martes por la mañana saqué el rifle que tenía desde hace dos años detrás del asiento de la camioneta. Ahora tengo miedo de que me paren los milicos y, como lo tengo sin papeles, lo van a usar como excusa para meterme preso”. Para que la paranoia se apoderara de ellos, bastó una sola frase de su máximo referente actual publicada en un medio de Capital Federal. A partir de que Alfredo De Angeli, dirigente de Federación Agraria y la cara más representativa de los 21 días de paro del campo, afirmó ante Crítica de la Argentina que los productores tenían armas en los piquetes “para resistir” el posible embate de los camioneros de Hugo Moyano, el tema pasó de ser algo natural a transformarse en tabú. “No es algo de ahora, el campo está armado desde que el campo es campo. No es que nos armamos hace 40 días para sostener el paro y los cortes de ruta”, explicó el productor Adolfo Rodríguez. En la ciudad de Gualguaychú, la polvareda que levantaron los dichos de su hijo pródigo en Capital Federal no se sintió. “Dijo algo obvio, de toda la vida se sabe que los ruralistas usan las armas para proteger su hacienda”, contó Marta Rodríguez, una vecina de la ciudad. En cambio, la acusación contra De Angeli que presentó el fiscal Guillermo Marijuán por los delitos de acopio de armas e intimidación pública sí hizo mella entre los ruralistas. Hoy pocos se animan a relatar a un oído desconocido anécdotas de cómo su rifle los salvó ante el acecho de un puma o cómo evitaron un robo de ganado disparando al aire; historias que antes compartían en mesas de café con cualquiera. “El Gobierno quiere demonizarnos. Primero nos acusaron de golpistas, después de provocar los incendios en el Delta y ahora dicen que andamos armados, como si nadie supiera para qué se usa un rifle en el campo. Son todos ataques para tratar de empujar a la opinión pública en nuestra contra o que el campo se divida”, reflexionó una productora, miembro de la comisión directiva de la Sociedad Rural local, que prefirió mantener en reserva su identidad. “Nos quieren tildar a nosotros de agresivos, pero ellos tienen un funcionario como (el secretario de Comercio Interior) Guillermo Moreno, que negocia con un revólver en la mesa. O los de Moyano, que si fueron armados a lo que debía ser un festejo, en la quinta de San Vicente, cómo iban a ir a enfrentarnos a la ruta”, ironizó Rodríguez, recordando el duro enfrentamiento durante el traslado de los restos de Juan Domingo Perón. Algunos, por lo bajo, juran que los productores que además tienen negocios de productos agropecuarios recibieron la “visita” de agentes de la AFIP y la DGI por el mero hecho de haber ido a los cortes de ruta con las camionetas pintadas con los logos de sus comercios. “No sé qué me pueden hacer a mí si muestro mi Mauser”, se excusó uno de ellos. Si bien no quieren admitir si había o no armas, algunos productores que estuvieron en aquella primera noche de piquete en Ceibas justifican su supuesta presencia. “Si había, era en las camionetas, porque es natural que uno que anda de campo en campo lleve una como herramienta de trabajo. No es que habíamos juntado un arsenal para cuando llegaran los camioneros”, confió uno de ellos. Herramienta de trabajo. Para comprender la histórica simbiosis entre productores y armas, basta preguntarse para qué se usan los rifles, escopetas, pistolas y revólveres en los campos. El caso del ganadero Sartori sirve como ejemplo. “Es una herramienta de trabajo, apenas sirve para hacer ruido y matar alguno que otro loro o paloma que quiere comerse el maíz o el girasol”, contó el productor ganadero, con un dejo de vergüenza por tener que explicar por qué tiene un arma en su casa. Insignificantes en las grandes ciudades, los pequeños animales como el loro, las palomas y los perros cimarrones son una peligrosa plaga que puede hacer peligrar todo un año de trabajo. “Este año sembré 30 hectáreas de girasol, y apuntaba a sacar 2 mil kilos; por culpa de los loros apenas junté 900 kilos.” Según él, hace dos meses fue la última vez que se usó la Centauro, una escopeta de industria argentina en la que el óxido impide conocer más datos de su origen. “Les disparamos a los loros pero eran tantos que era imposible evitar que se comieran las semillas”, acotó la mujer de Sartori, Isabel. Este matrimonio vive desde hace 20 años en un campo a 15 kilómetros de la entrada a Gualeguaychú, uno de los focos del conflicto desatado hace casi un mes. La propiedad, comprada por su abuelo en 1946, pasó a manos de su tío y su padre, y hoy es el hogar de Satori, su mujer y sus dos hijas, de 7 y 10 años. La escopeta, como sucede en la mayoría de los cascos de estancias entrerrianas, siempre estuvo allí. A pesar de que sufrió una ola de robos en medio de la crisis desatada en 2001, Sartori jura que nunca pensó en “Centauro” como un elemento que le podía brindar seguridad. “Yo preferí poner un corral a pocos metros de la casa, porque antes los animales dormían a campo abierto. Pero la escopeta sólo me ha ayudado en aquellas noches que escuché ruidos afuera y tiré algún tiro al aire. Nunca la vi como un arma para matar a una persona”, afirmó. Legado. “Es una cuestión de herencia. El rifle va pasando de padre a hijos”, adujo Carlos G, otro productor que prefirió no dar su nombre. “Desde siempre, el hombre de campo necesitó sacrificar un animal, matar serpientes, pumas y otros peligros en el monte, y espantar a los animales que hacen peligrar su hacienda. ¿Con qué lo va a hacer?”, fue su reflexión. Por ser el mayor de 7 hermanos, Carlos G heredó de su padre un rifle calibre 22, marca Winchester, fabricado en los Estados Unidos en 1906. El dueño original fue su abuelo, que llegó de Inglaterra a principios del siglo pasado. Así como su padre, que desde los 17 años recorría el monte con el arma en el recado de la montura del caballo, él lleva el Winchester en su camioneta. “Nunca le tiré un tiro a nada que no fuera un bicho”, aclaró por las dudas. Para este productor, la “herramienta de trabajo” también tiene utilidad ante los anónimos ruidos nocturnos. Confesó que “algún tiro al aire” lo ha salvado más de una vez de perder un animal. “Las más vulnerables son las ovejas porque son las más fáciles de llevar”, explicó. “¿Pero los ladrones no saben que los hombres de campo tienen armas?”, preguntó PERFIL. “Sí, pero también saben que uno no les tira a matar, sino que tira tiros al aire”, fue la respuesta. Hoy, su Winchester quedó a cargo del encargado de su campo, un joven de 23 años. “Lo uso para ahuyentar a lo que yo llamo perros dañinos, los cimarrones, pero también a los zorros que matan a las gallinas”, dijo. Según contó, en el último mes disparó dos veces. “La última fue a la noche. Escuché ruidos, prendí el reflector que apunta al corral de las ovejas y vi a un perro cimarrón. Ante la desesperación tiré un tiro al aire. El animal se asustó y se perdió en la negrura”, relató el encargado.Obviamente, la caza es otra de las actividades que se desprenden de una vida entre armas. “En temporada puedo cazar ciervos, también, carpinchos. Pero el hombre de campo mata para comer”, relató el dueño de un Mauser de 1911, que le compró al Ejército Argentino a principios de los 90. Las armas blancas merecen un capítulo aparte. Machetes y cuchillos son otros accesorios infaltables de un ruralista. Con sus más de 60 centímetros de largo, la hoja del machete impresiona, pero es otra herramienta para hacer frente a la vida silvestre. “Las espinas, cada 15 días, hay que podarlas porque interfieren en los alambres eléctricos. Además, yo voy a otros campos, por eso lo llevo en la camioneta. Ando en alpargatas y hay lugares donde hay que hacerse el paso, a mí no me gusta pincharme, no sé a vos”, explicó el productor Tomás Fogg. Además del guardamonte, la protección de cuero de vaca que cubre el frente de las piernas, el cuchillo es otro elemento característico de un peón de campo. “Lo uso desde que me levanto hasta que me voy a descansar. Sirve para descolar a los animales (antes de mandarlos al frigorífico), trabajar en soga, cortar las espinas, cuerear los animales muertos, y los domingos, para comer un buen asado”, dijo con una carcajada de remate el encargado del campo de Carlos G, exhibiendo su cuchillo con mango de plata. (Fuente: Perfil)