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ías atrás, la Dirección Nacional de Información y Evaluación de la Calidad Educativa (Diniece) dio a conocer los datos referentes a la evolución de la matriculación de alumnos de la escuela secundaria entre 2002 y 2006. De acuerdo con ese informe, en el total de establecimientos del país se observa una disminución que alcanza a 69.302 alumnos, si bien el cuadro de las jurisdicciones es diverso. Por otra parte, el número de egresados en el mismo lapso se redujo en 45.877, si se consideran las cifras generales.
Es significativo apreciar que la provincia que acusa la mayor caída de inscriptos es la de Buenos Aires, en tanto que Tucumán se destaca por sus progresos. Evidentemente, la declinación de estos años plantea numerosos interrogantes que exigen respuestas fundadas para no seguir equivocando las políticas por seguir.
Conviene tener presente que el descenso actual quiebra una curva de crecimiento que se mantuvo entre 1960 y el fin del siglo. Además, la ley nacional de educación 26.206, que nos rige desde hace poco, ha fijado la obligatoriedad de la escuela secundaria por primera vez en el país. Ese gran objetivo por lograr se convertiría en letra muerta si la escuela en lugar de atraer alumnos los desalentase.
Revisando con mayor precisión algunos datos del informe provisto por la Diniece, puede señalarse que entre las provincias en las cuales más ha mermado la inscripción figuran Jujuy (-11%), Buenos Aires (-10,3%) y Entre Ríos (-6,1%). El menor número de graduados se registra en provincias como Buenos Aires, Córdoba, San Juan y Santa Fe. Han crecido, en cambio, Tucumán (27,9%) y otras como Santiago del Estero, La Rioja, Neuquén, Chaco y Córdoba.
No se puede dejar de mencionar en estas circunstancias que el actual informe se suma a uno anterior, referido a la evaluación de la calidad educativa, llevado a cabo por Unesco-OCDE a través de diversas pruebas y en la cual los alumnos del país, en 2003, se ubicaron en el lugar 32º en un conjunto de 41 países. En 2007 se realizó otra prueba del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) y en esa ocasión los resultados situaron al país en el lugar 53º, habiendo sido 59 los países que compitieron. En consecuencia, tanto por la vía cuantitativa de las estadísticas como por la estimación de la calidad, nuestro sistema educativo ha descendido, realidad que nos debe obligar a pensar y actuar muy seriamente en las políticas factibles.
Es indispensable hoy afrontar esa realidad con la mayor franqueza en el reconocimiento de errores u omisiones. Los funcionarios y ex funcionarios que han emitido opinión al respecto optaron por señalar que numerosos adolescentes dejan la escuela media porque han preferido trabajar ahora y reingresar luego al sistema a través de las escuelas de adultos, o bien han puesto sobre el tapete la necesidad de reformular el secundario. Lo primero es una hipótesis limitada como explicación del problema; en cuanto a la segunda posibilidad, supondría un incierto cambio general, como se hizo ya sin éxito con la reforma educativa sustentada en la ley 24.195/93, que hace muy poco caducó y fue reemplazada por la normativa sancionada en 2006, prácticamente apenas vigente.
La cuestión grave que debe enfocarse es que muchos adolescentes dejan de estudiar y tampoco trabajan, lo cual los conduce al camino de la exclusión social, el resentimiento y la tentación del delito y la droga.
Por otra parte, la obligatoriedad de la enseñanza media exige hoy encarar con más vigor que nunca el problema de la deserción escolar y, también, la necesidad de promover la conciencia familiar del valor de la educación, sin la cual no hay futuro para los hijos.
Por fin, corresponde señalar que, dentro de un cuadro tan preocupante, reconfortan los logros de provincias que, como es el caso de Tucumán, han llevado adelante exitosamente su gestión y pueden aportar sus valiosas experiencias sobre los caminos seguidos. (La Nación)
