E
n una columna publicada en Pagina/12 titulada Delincuencia, castigo y ética el destacado Osvaldo Bayer subraya en el final de sus comentarios, que apuntan al tipo de democracia de Alemania, refiere textualmente: (...) Y para eso, el primer ladrillo de una verdadera democracia debe ser el diálogo, la palabra. Termino ahora con algo que me llena de tristeza pero no de conformismo. Los argentinos no somos capaces ni siquiera de debatir nuestra historia y preguntarnos qué nos ha pasado en esa bella y más que generosa tierra argentina. Me acaban de comunicar que el presidente de la municipalidad entrerriana de Gualeguaychú, Juan José Bahillo, acaba de vetar la resolución de cambiar el nombre a la calle General Roca por el de Pueblos originarios. Es decir, cambiar el recuerdo del genocida por el de sus víctimas. El pretexto de Bahillo ha sido que “la implementación del cambio de nombres de calles acarrea innumerables inconvenientes a los vecinos (...), ya que se hace necesario que ellos deban realizar cambios de domicilio”. Qué profundidad filosófica la del señor Badillo (con el mismo argumento, hoy todas las calles céntricas de Alemania seguirían llamándose Adolf Hitler), cuando lo valioso, lo valiente, hubiera sido llamar al debate público y que triunfe la razón sobre el interés. La misma resolución tomó la mayoría de la comisión de cultura de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por el voto del macrismo y del ARI. La pregunta es: si tenemos miedo de debatir esa temática histórica que hace a la Etica de una verdadera República, ¿cómo vamos a resolver los profundos problemas de nuestra sociedad?