Lunes 18 de junio de 2007
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Economía
Por qué Eskenazi se quedará con YPF
Repsol le venderá a un empresario argentino, Enrique Eskenazi, el 25% de YPF, la compañía que adquirió en 1999 por 15.000 millones de dólares.
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Eskenazi, dueño del BERSA se convertiría en dueño de YPF

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or Carlos Pagni, publicado en la Nación El precio de ese activo se estableció en alrededor de 3000 millones de dólares, de los cuales Eskenazi deberá abonar 300 millones al contado. Repsol se propone después sacar a la Bolsa de Buenos Aires otro 20% de su tenencia accionaria. El tercer movimiento será venderle a YPF otros bienes de la empresa en la región, sobre todo en Venezuela, Bolivia y Cuba. Al cabo de estas transferencias, la compañía española espera hacerse de 12.000 millones de dólares que invertirá en zonas del planeta más seguras, como Libia. A través de esta operación, que se hará en un par de meses y será bendecida con un viaje de Cristina y Néstor Kirchner a Madrid, se pone en evidencia, mejor que en ningún otro caso, la metamorfosis en la relación entre lo público y lo privado que domina al país desde la asunción del actual gobierno. Por eso la urgencia de analizar el proceso sin prejuicios. ¿Qué es lo que sucederá entre Repsol y su subsidiaria YPF? Si se pregunta en el comando de campaña de Kirchner, se trata de la argentinización de la que fue la principal compañía del país. Hay que leer la magnífica Historia del petró leo en la Argentina, que acaba de publicar Nicolás Gadano para advertir las modulaciones ideológicas que tuvo a través del tiempo el vínculo entre el negocio del petróleo y la defensa del interés nacional. Marketing o utopía, en esta acción Kirchner tuvo muchos precursores. Si, en cambio, se interroga sobre la venta en la Caixa de Catalunya, corazón de Repsol, el hecho se inscribe en otra secuencia. El capitalismo español está atravesando un test delicado. El mercado inmobiliario, que entre 1997 y 2006 registró una suba de 179%, ya no se muestra atractivo. Los bancos de inversión anunciaron el aterrizaje, y las grandes constructoras comenzaron a aplicar su renta en empresas de energía o de servicios. Como parte de esta onda, el grupo Sacyr Vallehermoso adquirió el 20% de Repsol y se convirtió en su socio más importante, dejando a la Caixa en segundo lugar. En la historia de las relaciones económicas entre España y América, 2006 fue un año clave. Mientras en la península se producían estas transformaciones, Evo Morales ponía preso al presidente de Repsol Bolivia y nacionalizaba las reservas de gas, 26% de las cuales son controladas por esa empresa. Hugo Chávez comandó la maniobra desde las sombras con sus ingenieros de Pdvsa. Kirchner, en cambio, se mostró cooperativo. Organizó en junio un viaje de emergencia a Madrid para aclarar que él no es Morales. Sin embargo, dejó abierta una puerta: "Deben entender que nuestros países son peculiares", le dijo a Juan Carlos I. Como si para moverse en ellos se necesitaran baqueanos. La simultaneidad de estos dos fenómenos desencadenó el proceso actual de desinversión: el capital español, que había decidido estacionarse en las antiguas colonias para ponerse a resguardo de la unificación del mercado europeo, ahora cambió su visión sobre América latina y empezó a retirarse. En el presidente de Repsol, Antonio Brufau, conviven un auditor, un petrolero y un gran comunicador. Decidió homenajear a su nuevo socio, Luis del Rivero, primer accionista de Sacyr, con una drástica disminución del riesgo político, tal como había dicho en su profético conference call ante inversores de febrero del año pasado, cuando habló de las dificultades de la compañía ante la onda de pasable nacionalismo que recorría Venezuela, Bolivia y la Argentina. ¿Qué mejor oportunidad para retirarse en puntas de pie ofreciendo a la campaña electoral de Kirchner el argumento de la argentinización de YPF, un fenómeno tan emocionante y engañoso como el pago al contado de la deuda con el Fondo Monetario Internacional? Repeticiones y simetrías Otro capítulo de esta transformación corresponde a quien personificará la argentinización, Eskenazi. A la historia le agradan las repeticiones y las simetrías. Eskenazi debería llevarse bien con Rivero porque también es dueño de una constructora: Petersen, Thiele y Cruz. Esta compañía levantó en 1938 la formidable sede racionalista de YPF, en Diagonal Norte y Esmeralda. Sólo que para la época la firma pertenecía a las tres familias mendocinas que le dieron el nombre. Con el tiempo estuvo asociada a la principal constructora de España, Dycasa. El último Petersen que la administró fue César León, quien al retirarse su histórico gerente general, Guillermo Vila, puso la compañía en manos de Eskenazi. Los 80 fueron años pésimos para todo el sector y muchas empresas quedaron al borde de la quiebra. Acaso esto haya favorecido al gerente Eskenazi para comprar la casa donde trabajaba. Con el mismo aire de realismo mágico, hoy su empresa compra parte de la compañía cuya sede construyó. En el sector en que se mueve, este empresario tiene fama de buen administrador. También se le reconoce talento político. Salvo por un pequeño percance periodístico ajeno a su actividad y que ya nadie recuerda, pocos supieron de la amistad de don Enrique con Carlos Corach, Elías Jassán y José Roberto Dromi, en los 90. Durante esos años, Eskenazi consiguió formar un grupo importante. Expandió a Petersen, ingresó en el negocio vitivinícola y compró dos bancos provinciales: el de San Juan y el de Santa Cruz. Cuando él superó la barrera de los 80 años, el conglomerado factura US$ 100 millones anuales, cuenta con 7000 empleados y tiene dos bancos más: el de Santa Fe y el de Entre Ríos. Examen de calidad El ingreso de Eskenazi en YPF deberá pasar por varios exámenes de calidad. Deben aprobarlo los bancos internacionales -el Citi y el Credit Suisse son dos de ellos- que pondrán los fondos para el 90% de la argentinización. Y después tendrá que cruzar las grandes aguas de la comisión de control de la Bolsa de Nueva York, muy rigurosa en cuanto al origen de los recursos que se apliquen a la compra. Sin embargo, los peores enemigos de Eskenazi no estarán allí. Su batalla es contra la verosimilitud. Deberá refutar a quienes creen que su principal activo no es la empresa ni su larga biografía sino la amistad con Kirchner. Es decir, que la argentinización es una "kirchnerización". Hay varios ejemplos de que los futuros socios de YPF no tuvieron todas las de ganar durante los últimos 3 años. Pero las suspicacias nacen de que ellos accedieron a muchas intimidades de Kirchner desde que compraron el banco de Santa Cruz. Eskenazi conoce la peripecia de los fondos de esa provincia aplicados en el exterior, y su hijo Sebastián es acaso el hombre de negocios que más dialoga con el Presidente. En el círculo del Gobierno tienen amigos poderosos. El principal es Francisco Larcher, hombre fuerte de la SIDE. No porque los Eskenazi se interesen en el espionaje, sino porque Larcher fue, hace tiempo, director del Banco de Santa Cruz en representación de la provincia. Brufau apostó fuerte por Eskenazi cuando prometió a los inversores adoptar como socio a "un empresario que responda a la filosofía de transparencia en los negocios, ética y valores empresariales como los de Repsol". Pero esta afirmación no termina de cerrar la boca de quienes imaginan que el futuro presidente de YPF es, también, el baqueano que aquel catalán andaba buscando. O que alguien le señaló. Debate necesario Es aquí donde debería iniciarse un debate acerca del tipo de capitalismo que se expande en la Argentina. Un modelo donde los negocios son más seguros si el inversor cuenta con un amigo del Gobierno capaz de traducir esas peculiaridades que Kirchner le mencionaba al rey. Los países que funcionan con esa lógica no son homologables a escala internacional. Salvo que ofrezcan un mercado como el de China. En la era del capitalismo global, el color local le plantea un enorme desafío al desarrollo. Esto no significa, por ahora, comulgar con la hipótesis de Elisa Carrió: el Gobierno ha inaugurado otra forma de acumulación de poder político, que supone un capítulo empresarial capaz de garantizarles a los Kirchner, en el mediano plazo, el control de los flujos energéticos. Una experiencia similar a la que originó grandes fortunas en los Estados Unidos a fines del siglo XIX y que la historiografía demonizó como "la época de los barones del robo". ¿Gerardo Ferreyra, de Electroingeniería, o el propio Eskenazi serían los nombres de más argentinizaciones, que podrían interesar a los españoles de otras compañías, como Edesur o Metrogas? ¿El torniquete tarifario que Kirchner aplica a las empresas está destinado a facilitar esa operación y se retirará cuando ella se consume? ¿O es al revés, y Kirchner prefiere en las compañías a directivos amigos, más dúctiles para acompañar ese congelamiento de precios crucial para la seducción a la clase media urbana? ¿Esta estrategia no provocará antes un apagón? Antes de comulgar con Carrió o con Roberto Lavagna, quien denuncia un "capitalismo de amigos", sería bueno que se abra el debate. Faltan días para que empiece a llover papel picado y los pitos y matracas de la argentinización de YPF impidan, con su estruendo, que se pueda formular cualquier idea.
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