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ontar los animales muertos será la primera evaluación de las autoridades y los productores, cuando la crecida del río Paraná se traslade aguas abajo. Según cálculos conservadores, sólo en esta provincia se habrían perdido unas 20.000 cabezas, lo que supone un perjuicio superior a 15 millones de pesos, teniendo en cuenta un peso promedio de 300 kg por cabeza y la contabilización de los daños en infraestructura y el lucro cesante. En las últimas tres semanas, los puesteros y canoeros de las islas entrerrianas del Paraná fueron protagonistas de numerosas escenas de arrojo para rescatar vacunos de las áreas anegadas. A pesar de eso, por la falta de recursos y de un plan de evacuación de la hacienda, ese esfuerzo no fue suficiente. Debilitados, intoxicados con hierbas o arrastrados por los cursos de agua del delta entrerriano, los vacunos de unos 500 productores sufrieron la embestida del Paraná. Unos pocos fueron arreados o embarcados hacia tierra firme, pero se cuentan por miles todavía los que quedan entrampados en las islas, sin posibilidades de rescate, cuando se avecina el pico de la creciente. "Me parece que comenzamos tarde la evacuación; tenemos culpas compartidas, y se va a perder una cantidad importante -calculo que hasta 20.000 cabezas- sólo en Entre Ríos", dijo ayer a LA NACION el presidente de la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos, José Carlos Basaldúa, de la ciudad de Victoria. "En nuestro departamento estamos perdiendo varios miles. Diamante está, en verdad, más comprometido porque no tenía barcazas", opinó. El dirigente advirtió la ausencia de planes de evacuación masiva. Los ganaderos rescataron en principio los novillos gordos y se aconsejó enviarlos a faena, pero estos días salen vacas de cría y terneros flacos, de modo que los propietarios no quieren desprenderse y malvender, y los retienen en pequeños potreros y banquinas de la zona. Algunos incluso los mantienen en montículos rodeados de agua, y les acarrean fardos de pasto. "Les planteamos a las autoridades nacionales ayudar a los pequeños productores con alimentos para el ganado; no es tanto que los campos estén caros, sino que no hay; el tiempo no nos deja cosechar", expresó Basaldúa en referencia a las últimas lluvias, que dificultaron la recolección de los granos gruesos y el traslado de la hacienda a esos lotes. El caos de la evacuación demostró la ausencia de planes acabados para la emergencia, y fue el fruto de una situación advertida por la dirigencia durante 2006: la duplicación de los rodeos en las islas, sin la adecuación de infraestructuras, embarcaderos y medios de transporte, a lo que se sumó la presencia de ganaderos nuevos en la zona, poco experimentados con las crecientes. Sólo en los humedales de Victoria, que cubren 370.000 hectáreas, había casi 200.000 cabezas (los expertos calculan para esa área una capacidad máxima de 120.000 cabezas). Detrás de esas cifras existe un mundo de altos intereses económicos, de propietarios que arrendaron sus campos altos para soja y abarrotaron los humedales. Lo inédito es que la creciente está un metro por debajo de los picos históricos, es decir, no se trata de una de las más importantes y, sin embargo, ha arrasado buena parte de los rodeos. Las lluvias copiosas que en algunas zonas de Victoria superaron los 400 milímetros hace 15 días e hicieron crecer los arroyos. Los azotes (cruces) de los animales se hicieron imposibles porque la correntada arrastraba a las bestias. Entonces, comenzó la tensa espera por barcos que no alcanzaban, junto a animales metidos en el agua, sin un sitio donde descansar. En los departamentos Diamante y Victoria se cuentan escenas impactantes, cuando después de muchas horas o días de viaje algún animal equivocó el rumbo, fue empujado por la corriente, y el resto de la manada lo siguió para desaparecer en masa de la superficie en pocos minutos, ante la impotencia de jinetes y canoeros. (Fuente: La Nación)