
Durante las últimas décadas la región extra-pampeana vivió transformaciones profundas. Por ejemplo, la superficie sembrada de soja y poroto se triplicó desde 1990. Pero el mayor cambio lo registró el maíz: entre 1990 y 2024, a nivel nacional la superficie casi se multiplicó por cuatro, mientras que en la región extra-pampeana lo hizo por ocho. Y la producción, que se quintuplicó en la región pampeana, se multiplicó por doce en la extra pampeana.
La dinámica registrada en las actividades mencionadas no se replicó, sin embargo, en otras. Por ejemplo, la producción de azúcar pasó de unas 1.3 – 1.6 millones de toneladas a comienzos de la década del ’90 a 2 millones en la actualidad, lo que representa un aumento modesto si se lo contrasta con lo ocurrido con los cultivos de grano en el mismo período. El tabaco, junto con la caña, cultivo de principal importancia en el NOA, muestra estancamiento o incluso retroceso. Como ejemplo, Jujuy, la principal provincia productora de tabaco Virginia del país, experimentó una caída de superficie plantada, que pasó de unas 16 mil hectáreas a comienzos de la década del ’90 a 12 mil en la actualidad.
Dadas las restricciones que existen para expandir cultivos importantes como la caña de azúcar y el tabaco, resulta relevante preguntarse por las posibilidades de diversificar la estructura productiva agrícola de la extensa región extra-pampeana, y en particular del NOA y del NEA.
La primera pregunta a contestar es si existen alternativas para asignar recursos productivos —tierra, capital y trabajo— a nuevas actividades o a actividades de desarrollo incipiente. La respuesta es afirmativa. En el caso del NOA, y basándonos en un informe del ingeniero David Osvaldo Montenegro, encontramos una alta respuesta a la inyección de capital adicional en una amplia variedad de actividades productivas. Por ejemplo, en ciertas actividades frutales, hortícolas y aromáticas, aumentar los costos de US$ 1000 a US$ 4000 por hectárea resulta en incrementos de ingresos de unos US$ 7.000 por hectárea, o sea unos US$ 2.3 por cada US$ adicional. El nivel de productividad de esos costos adicionales es, entonces, alto.
Sin embargo, en ausencia de exportación y como consecuencia de la inelasticidad de la demanda doméstica, los aumentos de producción derivarán en caídas de precio más que proporcionales. El problema, entonces, no es la producción a nivel de la empresa, sino la organización de la cadena de valor desde la empresa productora hasta el consumidor final que se encuentra en otras latitudes. Exportar es un proceso cuya complejidad supera las posibilidades de la actual estructura productiva: hacen falta inversiones en logística de transporte y almacenamiento, tecnología, inteligencia de mercado, vínculos comerciales estables con compradores y otros aspectos. En síntesis: un desafío mayúsculo.
El concepto de “clúster productivo” permite resolver la disyuntiva anterior. El clúster está conformado por un grupo de empresas que no necesariamente apuntan al mismo mercado, pero sí comparten aspectos relativos a la demanda de insumos, procesos y estrategias generales de negocios. Permite acceder a economías: al aumentar la demanda de servicios por parte de los integrantes del cluster, se incrementa la oferta de estos, logrando mayor especialización y economías de escala. Además, puede catalizar inversión pública en mejores caminos, redes informáticas y servicios sociales para quienes en ellos trabajan.
El desarrollo generado permite viabilizar actividades. Pero: ¿cómo se inicia y posteriormente crece un cluster productivo? El problema es uno de coordinación, donde demandas y oportunidades latentes pueden efectivizarse en proyectos concretos. En ciertos casos, un entrepreneur o una empresa líder puede dar el puntapié inicial, tal vez capitalizando parte de los beneficios iniciales que el clúster genera —por ejemplo, capturando aumentos en el precio de la tierra cuando el clúster se organiza en forma de parque industrial—. Pero la iniciativa también puede provenir de una ONG, una cámara empresaria o, en algún caso, del propio sector público.
En síntesis, el éxito de un proyecto que apunta al mercado internacional requiere un conjunto de actividades que trascienden lo que hace una empresa en particular. Debe apuntarse a lo que se denomina “economías externas”, con resultantes reducciones de costos tanto de factores productivos como de condiciones que facilitan el acceso a mercados. Son estas economías externas las que explican la eficiencia productiva y las ventajas de costos que resultan de la expansión de industrias o sectores productivos. Con economías externas pueden incluso lograrse aumentos de volúmenes de producción aun en situaciones de precios de productos decrecientes.
Integrante del departamento de Economía Agrícola de la Universidad del CEMA y egresado de la maestría de la Universidad del CEMA, respectivamente




