Dos salvatajes financieros en seis meses diluyeron el relato libertario sobre la existencia de un plan monolítico, ordenado en fases fríamente establecidas, que rige el camino de la Argentina hacia una tierra prometida de liberalismo y desarrollo. El guion parece, en todo caso, escrito por Hitchcock en un día febril.
Javier Milei recuperó el aliento después de que Donald Trump prometió abrir una chequera infinita para asistirlo en la emergencia cambiaria que lo tenía contra las cuerdas. “Vamos a ver con qué ánimo vuelve de Estados Unidos”, decía a mitad de semana, en pleno festejo del rescate, uno de los encargados de organizar la campaña para revertir el 26 de octubre el golpe que significó para el Gobierno la derrota en las elecciones bonaerenses.
Le temía, antes que nada, a la euforia en la que Milei suele extraviarse ante cada triunfo pasajero. “No podemos dar la vuelta olímpica cada vez que salvamos un match point”, ironiza otro libertario de primera línea, que espera un service integral del dispositivo de poder de acá a fin de año.
Ya ocurrió después del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), en abril, cuando Milei decidió no acumular reservas, perseguir una baja ficticia del valor del dólar y gritarles “mandriles” a todos aquellos que advertían sobre las inconsistencias de la política oficial. Enamorado de una receta cambiaria que facilitó la baja de la inflación, terminó por avalar medidas recesivas que erosionaron el apoyo social a su programa de ajuste.
¿Lo ayudará esta vez la memoria del frío que hace al filo del precipicio? La urgencia es mayor. Los dólares que agitó Trump alcanzaron para calmar a los mercados, pero están sujetos al resultado de las elecciones. Si Milei gana con claridad seguramente no hará falta una ayuda del tamaño que sugirió el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Si pierde, acaso no haya número capaz de detener la próxima crisis.
Junto al salvavidas, Trump le dejó a su admirador argentino un desafío. Tiene cuatro semanas para recomponer su vínculo con la sociedad, ajustar el mensaje de campaña y trabajar en una estructura de alianzas que le permita al Gobierno, condenado al menos hasta 2027 a la minoría parlamentaria, ejercitar su declamado espíritu reformista.
Trump dedicó a Milei un show de vanidad. Nadie le explicó que las elecciones que tanto apremian a su visitante no son presidenciales y por eso declaró su bendición a la reelección. Leyó un texto de apoyo que había publicado en redes sociales, se lo regaló impreso en tamaño gigante y después bromeó con despachar de una buena vez a los presentes en la sala: “No estuvo mal, ahora se pueden ir de acá”. Milei se rio a carcajadas, faltaría más.
Bessent fue el encargado de transmitir que el plan económico libertario -cualquiera sea- debe fortalecerse con un acuerdo político amplio después de las elecciones. Le ordenaron ayudar a un aliado, no tirar plata.
Después de reunirse con él, el ministro Luis Caputo habló en público de la necesidad de construir “las coaliciones necesarias” de cara a la segunda etapa del mandato. La palabra “coalición” era un término prohibido en el diccionario de Milei.
Sin llegar a una expresión tan precisa, el propio Presidente habló de “trabajar codo a codo” con los gobernadores y sugiere, por ahora con timidez, que va a invitar a Mauricio Macri a conversar sobre un nuevo esquema de colaboración. A los primeros los quería rendidos a sus pies después de perder las elecciones; con el líder de Pro pasó un año sin hablar.

Las dos “d” malditas
Estados Unidos fue explícito en reclamar un oficialismo operativo. Detrás de los elogios públicos, Bessent transmitió la idea de que Milei tiene que forjar un acuerdo de gobernabilidad apenas pasen las elecciones. Por eso, supeditó la negociación de la letra chica del auxilio a la Argentina a lo que pase en octubre. La idea es que alcance la promesa de una montaña de dólares sin tener que poner los billetes uno sobre el otro.
El camino conduce a una reformulación del programa de bandas cambiarias que se agotó después de la derrota bonaerense. El voto calificado de Trump sacó de escena el miedo a un default de deuda inminente, pero no despejó la otra “d” maldita: la devaluación.
Caputo insiste en que el plan no se toca, pero al mismo tiempo refuerza el cepo existente. El mercado se sienta a esperar.
La palabra del ministro fue insuficiente cuando el jueves pasado advirtió que iba a “vender hasta el último dólar” para defender el techo de la banda. Al día siguiente le fueron a buscar US$678 millones, una cifra para el campeonato. Para que le creyeran, el lunes tuvo que pasar a la acción y ofreció bajar a 0 las retenciones a los granos hasta que se liquidaran 7000 millones de dólares en el mercado. Pocos minutos después, Bessent completó la faena con su anuncio de hacer “lo que haga falta” para salvar a la Argentina de la quiebra. A él sí todo el mundo eligió creerle.
Fue un apoyo monumental. La incógnita es si lo que alivia a los mercados ayuda para torcer el destino de una elección. En otras palabras, ¿la amistad de Trump da votos?
Resulta indudable que para Milei era desastroso zambullirse a una campaña electoral en medio de una crisis cambiaria. En la Argentina un presidente que no gobierna el dólar solo puede esperar una paliza electoral.
La cancha se niveló. Pero las condiciones económicas que afectaron el desempeño de La Libertad Avanza (LLA) en Buenos Aires se mantienen intactas. El freno en la actividad industrial y la construcción sigue golpeando a las principales ciudades del país. El mantra “no llego a fin de mes” es inmune al alivio de los bonistas. El malestar del campo no se revirtió con la suspensión por tres días de las retenciones, que aprovecharon unos pocos y frustró a la mayoría de los productores.
Para colmo, la indignación de los sojeros norteamericanos -que integran la base electoral del trumpismo- preanuncia que el sostén de las retenciones en la Argentina será una condición del Tesoro a cambio de la ayuda financiera.

Preparativos de campaña
A Milei lo espera una campaña endiablada, en la que corre de atrás. El oficialismo trata de disimular las peleas internas que agriaron la convivencia hasta niveles tóxicos en los últimos cuatro meses. Karina Milei –la jefa política de LLA- y Santiago Caputo –el gurú de la comunicación- transitan una tregua. Los dos aceptaron que quitarle visibilidad en lo inmediato a las figuras que más entraron en la batalla, sobre todo a Lule Menem (del lado karinista) y a los tuiteros militantes (el caputismo).

Con la calma reciente, el oficialismo terminó de elaborar la autocrítica por la derrota bonaerense. Se habla de una mala elección de candidatos (carentes de arraigo territorial y conocimiento público), una mala gestión de las expectativas (no entender que era muy difícil ganar en el bastión del peronismo kirchnerista) y la discusión obstinada de temas impopulares, como el ajuste en jubilaciones, hospitales y discapacidad.
“Nos mostramos lejanos a la gente. Se instaló la idea de que somos crueles. Hubo un cierto regodeo con el sufrimiento que causa el ajuste. No supimos explicar que lo necesario a veces duele”, indica uno de los contertulios de las mesas políticas que inauguraron los hermanos presidenciales para procesar la derrota. Los audios de Diego Spagnuolo y las sospechas de corrupción que recaen sobre Karina Milei terminaron de configurar un escenario ruinoso para los libertarios.
¿Cómo hará Milei para corregirse en estas cuatro semanas? Hay decisiones que ya no tienen arreglo, como los nombres de los candidatos o la decisión de enfrentar a cara de perro a la mayoría de los gobernadores que ansiaban un acuerdo con la Casa Rosada. Tampoco existe una vocación de impulsar medidas de alivio al bolsillo: el Presidente fue especialmente enfático en la condena de las recetas redistributivas durante su paso por las Naciones Unidas.
Los cambios que prevé la campaña se centran en mostrar a un Milei más cercano. Le arman una agenda de viajes a por lo menos 8 provincias, que incluye a la mayoría de las que eligen senadores nacionales (figuran seguro Chaco, Entre Ríos y Salta). Quieren exhibirlo entre la gente, con apariciones que simulen espontaneidad, en contraste con los actos con punteros, barrabravas y bombos que le organizaron antes del traspié en Buenos Aires.
Apuntan a que el discurso incluya todo el tiempo la “dimensión comprensiva” de las penurias económicas, además de recrear las expectativas positivas respecto del futuro. Quieren pulir el concepto de que “estamos en el medio del río”, muy repetido estos días por Milei y Patricia Bullrich. Transmite resignación antes que esperanza.
Las encuestas que manejan en el comando libertario muestran un panorama incierto que enciende la cautela más que el optimismo. Parece, según esos números, que fuera posible achicar la ventaja en Buenos Aires, pero la posibilidad de un triunfo en la mayor provincia del país no figura hoy en los planes de nadie en el Gobierno. Descuentan un triunfo en territorio porteño con cifras que por el momento no superan el 45%. Córdoba está parejo entre los libertarios y la lista que encabeza Juan Schiaretti. En Santa Fe tienen un escenario de partida de tercios, con el oficialismo local del gobernador Maximiliano Pullaro al frente. En Mendoza es claro el favoritismo de la alianza entre LLA y el gobernador radical Alfredo Cornejo.
El sueño de “pintar de violeta la Argentina” se vislumbra ilusorio. A Milei le piden que no alimente falsas expectativas. Esperar y ver es la consigna. También le sugieren que no ataque más de la cuenta a los gobernadores, a quienes necesita para encauzar la gestión una vez que se apague el fuego electoral.
Milei no le teme al pragmatismo, pero su hábitat natural es el conflicto. La decisión de promulgar de manera incompleta la ley de discapacidad, sancionada después del rechazo al veto presidencial por decisión de dos tercios del Congreso, alumbra las dudas sobre la verdadera vocación negociadora del Presidente con el resto del sistema. Les reprochó a sus impulsores que no pusieron de dónde debía sacar los fondos; el mismo día en que avalaba la baja transitoria de retenciones que privó al Estado de recaudar más de 1000 millones de dólares.
El discurso que dio en la asamblea general de la ONU transmitió una vez más su esencia antipolítica y el desprecio por comprometerse con aquello que, a su juicio, es incorrecto.
Las últimas tres semanas de vértigo disolvieron el espejismo del líder infalible y sin rivales a su altura. Trump lo sacó del duelo, pero también le reforzó un reto: no hay dólares sin votos ni épica sin gobernabilidad. Es un prestamista, no el ángel de la guarda.