
Este lunes por la noche, el presidente gabinete-en-un-asado-en-olivos-para-cerrar-el-ano-y-definir-la-agenda-2026.phtml">Javier Milei reunió en la Qunta de Olivos a sus ministros y a su círculo más cercano para una cena de fin de año. La imagen oficial difundida por el Gobierno lo ubicó en el centro, flanqueado por los integrantes de su equipo, todos sosteniendo el mismo libro: “Defendiendo lo indefendible”, del economista estadounidense Walter Block, una de las voces más influyentes —y controvertidas— del pensamiento libertario.
Publicado originalmente en 1976, el libro se impuso como referencia por su tono deliberadamente provocador. A lo largo de sus páginas, Block justifica actividades socialmente cuestionadas y, en muchos casos, tipificadas como delitos —como la prostitución, el proxenetismo, el narcotráfico, el chantaje o la usura—, presentándolas como prácticas legítimas dentro de un mercado sin restricciones morales externas.
El hilo conceptual que recorre la obra es el lema que el propio Milei repite sistemáticamente en sus discursos: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.
No resulta casual, en ese marco, que el prólogo de “Defendiendo lo indefendible” haya sido escrito por Murray Rothbard, uno de los principales referentes del libertarianismo extremo y una figura repetidamente reivindicada por el Presidente. A lo largo de sus 189 páginas, Block desarrolla una serie de personajes y conductas que el ideario occidental regula o directamente prohíbe, que constituyen el núcleo más polémico del libro.
La prostituta
Block presenta a la prostituta como una persona que realiza un intercambio voluntario de servicios sexuales por dinero entre adultos responsables. Para él, lo central no es el contenido del acto sino que exista un acuerdo sin uso de fuerza física directa. Desde esa perspectiva, la prostitución no debería ser objeto de prohibición ni de regulación estatal, ya que no habría violación de derechos ni agresión identificable.
La provocación de esa tesis surge cuando la prostitución se reduce a una relación contractual abstracta, desvinculada de los contextos sociales, económicos y de género en los que suele desarrollarse. Las sociedades actuales reconocen que el consentimiento puede estar condicionado por situaciones de necesidad extrema, desigualdad estructural y falta de alternativas reales. Por eso, el planteo de Block choca con marcos legales que no analizan estas prácticas sólo por la forma del acuerdo, sino por sus efectos sociales perdurables.
Si este enfoque se aplicara sin atenuantes, la prostitución quedaría plenamente integrada al mercado, sin políticas específicas de protección, salud o contención social. En ese escenario, la capacidad económica pasaría a ser el criterio principal de legitimación, consolidando un orden en el que la precariedad material habilita la mercantilización de dimensiones íntimas de la vida como forma normalizada de supervivencia.
El proxeneta
Block extiende su razonamiento al proxeneta, a quien define como un intermediario que organiza y facilita intercambios en el mercado sexual. Sostiene que, en ausencia de coerción física directa, su función no difiere sustancialmente de la de otros agentes que conectan oferta y demanda en distintos rubros económicos.
La controversia surge al separar esa figura de su contexto histórico y empírico. En la mayoría de los ordenamientos jurídicos, el proxenetismo es penalizado no por una condena moral abstracta, sino por su vinculación estructural con prácticas de explotación, control económico y abuso sistemático. El enfoque de Block prescinde de estas dimensiones y valora la actividad únicamente por su forma contractual, al tiempo que ignora las relaciones de poder que suelen sostenerla.
Llevada a la práctica, esta concepción implicaría legitimar esquemas de intermediación que obtienen beneficios de la vulnerabilidad ajena sin asumir responsabilidades sociales. El resultado sería la expansión de mercados donde la ganancia se produce a partir de desigualdades persistentes, con una presencia estatal limitada a la garantía formal de contratos.
“El cerdo machista”
En este capítulo, Block defiende el derecho de individuos a sostener actitudes o expresiones abiertamente misóginas en el ámbito privado o comercial, siempre que no constituyan agresión física. Para el autor, esas conductas pueden ser socialmente reprobables, pero no justifican la intervención estatal si ocurren dentro de relaciones voluntarias.
El conflicto surge cuando se reconoce que la discriminación no se manifiesta únicamente mediante la violencia directa. Con el tiempo, los Estados modernos incorporaron la idea de que ciertas prácticas culturales reiteradas generan efectos excluyentes, aun cuando se expresen en intercambios aparentemente libres. La igualdad ante la ley se concibe así como algo más que la ausencia de golpes o amenazas.
Si esta lógica se institucionalizara, discursos y prácticas discriminatorias quedarían amparados por una libertad contractual, incluso cuando reproduzcan desigualdades profundas. El mercado pasaría a funcionar como instancia legitimadora de conductas que, en otros ámbitos, fueron progresivamente limitadas para garantizar condiciones mínimas de igualdad social.
El narcotraficante
Block analiza al narcotraficante como un proveedor que responde a una demanda existente y voluntaria. Según su argumento, la violencia asociada al narcotráfico no deriva del producto en sí, sino de su prohibición. En un mercado libre, sostiene, esta actividad no sería moral ni económicamente distinta de cualquier otra forma de comercio.
La provocación de ese planteo está en reducir el fenómeno a una simple relación entre oferente y consumidor. Las regulaciones sobre drogas no se basan únicamente en el intercambio individual, sino en los efectos acumulativos sobre la salud pública, la seguridad y el entramado social. Al prescindir de estas variables, la propuesta entra en conflicto con marcos legales diseñados para atender daños colectivos.
Aplicar esa visión implicaría desentender a las instituciones públicas de las consecuencias sanitarias y sociales del consumo problemático. El impacto recaería de manera desigual y afectaría con mayor intensidad a los sectores con menos recursos, donde la oferta de sustancias suele ir acompañada de ausencia de contención y políticas preventivas.
El drogadicto
Para Block, el drogadicto es un individuo que ejerce su derecho a disponer de su propio cuerpo, aun cuando esa decisión resulte autodestructiva. El autor afirma que no existe fundamento legítimo para la intervención estatal, pues el daño se circunscribe a la propia persona y no constituye una agresión a terceros.
Este enfoque resulta controvertido porque trata la adicción como una elección aislada, desvinculada de factores sociales, psicológicos y económicos ampliamente documentados. Las políticas públicas actuales parten del reconocimiento de que el consumo problemático no es solo una conducta individual, sino una situación que compromete derechos básicos como la salud y la dignidad humana, además de afectar al círculo familiar cercano del adicto.
Si esta lógica se adoptara estrictamente, la atención, prevención y tratamiento de las adicciones quedarían librados casi exclusivamente a la capacidad individual. El efecto sería un retiro del Estado como actor responsable, lo que dejaría amplios sectores de la población expuestos a procesos de deterioro personal y social sin redes institucionales de acompañamiento.
El policía corrupto
Block analiza la corrupción policial como una respuesta individual a incentivos distorsionados creados por el Estado. En su razonamiento, los sobornos surgen porque el poder coercitivo se concentra en manos de funcionarios que controlan mercados prohibidos.
La provocación radica en desplazar la responsabilidad del agente público hacia el sistema, lo que relativiza la función institucional de las fuerzas de seguridad. La legitimidad democrática se sostiene en la confianza en autoridades que actúan conforme a la ley, no en arreglos privados.
Si este enfoque se normalizara, la corrupción dejaría de ser una anomalía y pasaría a integrarse como mecanismo habitual de funcionamiento. El resultado sería un debilitamiento profundo del Estado de derecho, donde la ley se aplicaría según la capacidad de pago y no según criterios universales.
El chantajista
Walter Block sostiene que el chantajista no comete una agresión ilegítima cuando amenaza con revelar información verdadera a cambio de dinero. En su razonamiento, si la información se obtuvo sin violencia y su difusión es legal, el ofrecimiento de no publicarla a cambio de un pago constituye una transacción voluntaria entre adultos responsables.
La controversia surge al considerar que el chantaje introduce una forma de coerción que no se expresa como violencia física, pero que afecta gravemente la autonomía de la persona extorsionada. Los sistemas legales modernos distinguen entre el derecho a la expresión y el uso de la información como herramienta de presión ilegítima, justamente porque el chantaje erosiona la confianza social y vulnera la intimidad como bien jurídico protegido.
Si esta práctica se normalizara, la información personal se convertiría en un activo comercial sin límites claros. La vida privada quedaría expuesta a mercados de presión y amenaza, generando un clima social donde la libertad individual se ve condicionada por la capacidad económica para comprar silencio.
El difamador y el calumniador
Block argumenta que la difusión de información falsa debería ser tolerada siempre que no implique agresión física. Desde su óptica, el derecho a expresarse incluye incluso el derecho a mentir, y cualquier intento estatal de sancionar la difamación constituye una restricción indebida a la libertad de expresión.
El carácter provocador de esta postura está en desconocer que la reputación cumple una función social y económica central. Las legislaciones actuales establecen límites a la expresión cuando esta produce daños concretos y verificables, porque la palabra puede operar como instrumento de perjuicio real aun sin violencia directa.
En la práctica, esta concepción habilitaría entornos donde la falsedad circula sin consecuencias. En ese contexto, el acceso a la verdad quedaría mediado por el poder económico y comunicacional, lo que afectaría el funcionamiento básico de instituciones que dependen de información confiable.
Los publicistas
Block presenta al publicista como un actor legítimo del mercado, incluso cuando utiliza técnicas persuasivas que apelan a emociones, miedos o deseos. Mientras no haya fraude explícito, sostiene, la publicidad forma parte del juego competitivo y no debe ser regulada.
La provocación aparece al minimizar el impacto social de la manipulación sistemática de conductas de consumo. La regulación publicitaria surge precisamente del reconocimiento de asimetrías informativas y de la necesidad de proteger a audiencias vulnerables, como los niños, especialmente en áreas sensibles como la salud o la alimentación.
Sin límites claros, la publicidad podría profundizar patrones de consumo dañinos y consolidar relaciones desiguales entre empresas y ciudadanos. El espacio público quedaría saturado de estímulos diseñados para maximizar beneficios sin consideración por sus efectos colectivos.

El taxista sin licencia
Block defiende al taxista que opera sin habilitación estatal, argumentando que las licencias son barreras artificiales que restringen la competencia. Desde su punto de vista, si hay pasajeros dispuestos a contratar el servicio, no existe justificación para prohibirlo.
La controversia surge porque las licencias no solo regulan la competencia, sino que establecen estándares mínimos de seguridad, responsabilidad y cobertura legal. La eliminación de esos requisitos responde a una visión que prioriza la eficiencia económica por sobre la protección del usuario.
Aplicar este enfoque implicaría un sistema de transporte desregulado, donde la seguridad y la calidad del servicio quedarían sin control. En ese escenario, los riesgos recaerían principalmente sobre quienes no pueden elegir alternativas más costosas y seguras.
Sobre la reventa
Block presenta al revendedor como un intermediario que mejora la asignación de recursos al trasladar bienes hacia quienes están dispuestos a pagar más. Para el autor, la reventa no crea escasez, sino que revela precios reales.
El carácter provocador de esta tesis se evidencia en contextos donde los bienes revendidos son esenciales o escasos. En esos casos, la regulación busca evitar que la necesidad se convierta en una oportunidad de lucro extraordinario, protegiendo el acceso equitativo.
Si esta lógica se generalizara, el acceso a bienes básicos quedaría crecientemente determinado por la capacidad de pago. La escasez dejaría de ser un problema a resolver colectivamente y pasaría a ser un mecanismo normal de ajuste social.
El blanqueador de dinero
Walter Block sostiene que el blanqueo de dinero realizado por actores privados no constituye un delito en sí mismo, siempre que no implique violencia directa. En su razonamiento, el dinero no tiene una moral intrínseca y su origen no debería condicionar la legitimidad de las transacciones posteriores si estas se realizan voluntariamente entre partes.
La controversia surge al considerar que el lavado de dinero no es una actividad aislada, sino un engranaje central de economías criminales más amplias. La persecución de estas prácticas se apoya en la necesidad de desarticular circuitos financieros que sostienen delitos complejos, desde el narcotráfico hasta la trata de personas, aun cuando el blanqueador no participe directamente de ellos.
Si esta concepción se aplicara, los mercados financieros se volverían permeables a flujos de capital de origen ilícito sin mecanismos efectivos de control. La consecuencia sería una economía formal distorsionada, donde el crimen organizado competiría en igualdad de condiciones con actividades productivas legales, debilitando la transparencia y la confianza sistémica.
El heredero
Block defiende el derecho irrestricto a heredar grandes fortunas y rechaza cualquier forma de impuesto sucesorio. En su visión, la herencia es una extensión del derecho de propiedad y cualquier gravamen constituye una expropiación encubierta.
La controversia aparece en el impacto que la herencia tiene sobre la igualdad de oportunidades. La transmisión automática de grandes patrimonios consolida ventajas que no surgen del mérito ni del esfuerzo personal, generando estructuras económicas rígidas y poco permeables.
Llevada a la práctica, esta concepción refuerza una economía donde el punto de partida determina el recorrido vital. La movilidad social se ve limitada y las brechas de riqueza tienden a reproducirse generación tras generación, afectando el dinamismo económico y social.
El usurero
En su libro, Block presenta al usurero como un actor necesario que asume riesgos que otros no están dispuestos a tomar. Para el autor, cualquier límite a los intereses es una interferencia que distorsiona el funcionamiento del mercado crediticio.
El conflicto surge porque estas prácticas se desarrollan, en general, en contextos de necesidad extrema. La regulación del crédito nace del reconocimiento de relaciones asimétricas, donde quien solicita un préstamo no siempre lo hace en condiciones de libertad plena, sino bajo presión económica.
Si esta lógica se impusiera, el endeudamiento podría transformarse en un mecanismo estructural de exclusión. Los sectores vulnerables quedarían atrapados en ciclos de deuda difíciles de revertir, con consecuencias sociales que exceden el ámbito estrictamente contractual.
El comerciante sin escrúpulos
Block defiende al comerciante que fija precios elevados en zonas pobres, argumentando que asume riesgos adicionales y afronta costos mayores. Para el autor, el precio refleja condiciones de mercado y no puede ser juzgado por criterios externos.
La controversia aparece al considerar que estas prácticas se desarrollan siempre en contextos de necesidad estructural. La ausencia de regulación permite que la vulnerabilidad se convierta en un factor de rentabilidad, reforzando dinámicas de exclusión.
Si esta lógica se extendiera, el acceso a bienes básicos en barrios marginados se volvería cada vez más costoso. La desigualdad territorial se profundizaría y los precios dejarían de cumplir una función eficiente de asignación para transformarse en barreras de acceso.
El importador
Block presenta al importador como un intermediario clave que amplía la oferta y reduce costos. Desde su perspectiva, que es la que pondera exactamente el presidente Javier Milei, cualquier restricción estatal a la importación distorsiona el mercado y perjudica al consumidor.
La provocación aparece al ignorar los efectos estructurales de una apertura irrestricta. Las políticas comerciales fueron históricamente utilizadas para proteger sectores productivos estratégicos y preservar empleo, al reconocer que el comercio no ocurre en condiciones de igualdad.
Aplicada sin matices, esta lógica debilitaría industrias locales y aumentaría la dependencia externa. El impacto se traduciría en pérdida de empleo y menor capacidad de desarrollo productivo autónomo.
El especulador
Block reivindica a una figura que en el ideario argentino tiene una connotación sumamente negativa: el especulador. Según el autor, este actor anticipa cambios y estabiliza mercados a largo plazo. Para el economista, la especulación es una forma legítima de asumir riesgos y generar información sobre precios futuros.
La provocación de esta defensa surge porque la especulación opera sobre bienes esenciales o mercados sensibles. La experiencia histórica muestra que estas prácticas pueden amplificar crisis y generar volatilidad extrema.
Normalizada esta lógica, los ciclos económicos podrían volverse más inestables. La incertidumbre afectaría la planificación de hogares y empresas, con impactos sociales que exceden ampliamente el beneficio privado del especulador.
La minería a cielo abierto
Walter Block defiende la minería a cielo abierto como una actividad legítima siempre que se realice sobre propiedad privada o con acuerdos contractuales. En su planteo, los impactos ambientales no constituyen un problema moral si las partes involucradas aceptan las condiciones y los costos asociados.
La controversia surge cuando los efectos de esta actividad trascienden los límites de la propiedad y afectan ecosistemas compartidos. La regulación ambiental se apoya en el reconocimiento de daños que no pueden ser contenidos por contratos individuales, como la contaminación del agua, del aire o la degradación irreversible del suelo.
Si esta lógica se aplicara sin restricciones, los daños ambientales quedarían subordinados a acuerdos privados de corto plazo. Las consecuencias se proyectarían sobre comunidades enteras y generaciones futuras, con costos sociales difíciles de revertir una vez producido el daño.
El que arroja basura en la calle
Block sostiene que arrojar residuos es una conducta aceptable mientras no viole derechos de propiedad claramente definidos. En su visión, el problema no es la contaminación en sí, sino la falta de dueños identificables que reclamen por el daño.
La provocación de esta postura radica en desconocer que muchos bienes ambientales son de uso común. La regulación de residuos surge precisamente para evitar que la ausencia de propietarios individuales derive en la degradación de espacios compartidos.
Normalizar esta conducta implicaría una mayor degradación del entorno urbano y natural. La calidad de vida se vería afectada y los costos de limpieza y recuperación recaerían sobre el conjunto de la sociedad.
“El patrón cerdo capitalista y barrigón”
Block defiende al empleador que maximiza beneficios incluso a costa de salarios bajos o condiciones laborales duras. En su planteo, el empleo es un acuerdo voluntario y cualquier interferencia externa distorsiona la relación contractual.
La provocación aparece al ignorar las condiciones estructurales del mercado laboral. La regulación del trabajo surge del reconocimiento de desigualdades de poder entre empleadores y trabajadores, y de la necesidad de establecer pisos de protección.
Aplicada de forma generalizada, esta lógica profundizaría la precarización laboral. Las condiciones de trabajo quedarían determinadas por la necesidad económica más que por estándares mínimos de dignidad
El “carnero” que va a trabajar cuando hay huelga
Block presenta al trabajador que reemplaza a huelguistas como un agente que ejerce su libertad individual. Para el autor, impedir esa práctica constituye una violación al derecho a trabajar.
La controversia surge porque la huelga cumple una función colectiva en la negociación laboral. Limitarla mediante reemplazos sistemáticos debilita la capacidad de los trabajadores de equilibrar la relación con el empleador.
Si esta lógica se normalizara, la negociación colectiva perdería efectividad. Los conflictos laborales se resolverían de manera más desigual, con menor capacidad de defensa para los trabajadores.
El que contrata niños
Block aborda el trabajo infantil como una práctica que puede resultar beneficiosa para las familias. En su análisis, prohibirlo sin considerar las condiciones económicas reales puede generar mayores perjuicios.
La controversia es profunda porque la erradicación del trabajo infantil se basa en la protección de derechos básicos. La educación obligatoria y la prohibición del trabajo temprano responden a la necesidad de garantizar desarrollo y oportunidades futuras.
Si esta lógica se aplicara, se consolidarían circuitos de exclusión desde edades tempranas. La infancia quedaría subordinada a la supervivencia económica inmediata, con efectos duraderos sobre la igualdad social.
El regalo de Milei a su gabinete
La entrega de “Defendiendo lo indefendible” como obsequio institucional a los miembros del Gabinete no puede interpretarse como un gesto aislado ni como una mera curiosidad intelectual. El libro de Walter Block no propone provocaciones abstractas, sino una reorganización profunda de la vida social bajo una lógica en la que casi toda práctica es aceptable si se presenta como un acuerdo voluntario entre individuos.
Al poner en circulación estas ideas en el corazón del poder ejecutivo, Milei vuelve a señalar una orientación clara sobre el tipo de sociedad que desea: una sociedad donde los límites legales y sociales se reducen al mínimo, donde el mercado ocupa el lugar de árbitro absoluto y la noción de interés colectivo se diluye frente a la primacía de la transacción individual.
En ese marco, el gesto presidencial funciona como un refuerzo de una declaración de principios que la inevitable negociación política parecía haber borrado. No se trata sólo de un libro, sino de una concepción del orden social en la que el Estado deja de ser garante de derechos básicos para convertirse en un actor prescindible, y donde las consecuencias de esa retirada recaen directamente sobre el entramado social.
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