Jueves, 6 de noviembre de 2025   |   Nacionales

Milei ante el ascenso del poder de su hermana: tensiones internas y cambios en la estrategia de Gobierno

Milei ante el ascenso del poder de su hermana: tensiones internas y cambios en la estrategia de Gobierno

De entre todos los políticos argentinos, Javier Milei es con diferencia el más explícitamente macho. Gritón, combativo, jactancioso y de lenguaje soez, en público se presenta como una caricatura del troglodita de las tiras cómicas que, para las feministas, es un ogro al que hay que domesticar. No obstante, ese supuesto macho alfa de la política nacional no ha dudado en transferir una enorme cuota de poder a su hermana Karina, una mujer que actúa con una habilidad marcadamente femenina para aislar y cancelar a sus rivales —sean hombres, como Santiago Caputo, que se resisten a subordinarse a sus órdenes, o mujeres como la vicepresidenta Victoria Villarruel y las ex novias Fátima Florez y Yuyito González, que ponen en riesgo su papel de sostén emocional del hermano. Cabe decir, además, que la influencia de Karina supera con creces la que suelen tener las esposas presidenciales, con la presunta —y nada anecdótica— excepción de las parejas de otro líder igualmente machista, Juan Domingo Perón.

Puede que exageren quienes, entre serio y burlón, afirman que en la Argentina “Karina manda y deja a su hermano jugar con la macroeconomía”, pero esa situación difícilmente dure mucho. El consenso indica que la hermana —a quien muchos llaman “hermanísima”— fue la principal artífice del gabinete poselectoral: Diego Santilli ocupó el ministerio del Interior que hasta último momento había sido la expectativa del asesor Caputo, y Manuel Adorni remplazó a Guillermo Francos como jefe de Gabinete. Es razonable suponer que, de no haber mediado el temor a desairar a su hermana y exponerse a tensiones psicológicas insoportables, Javier habría actuado de otra manera. Sea como fuere, es un factor que quienes siguen las vicisitudes de la accidentada gestión del presidente libertario deben considerar.

Aunque la Argentina tenga fama de ser muy machista, aquí la influencia social y política de una mentalidad femenina ha sido llamativamente más potente que en la mayoría de los países de tradición occidental. Por eso cabe preguntarse cuánto contribuyeron a la prolongada decadencia actitudes promovidas por figuras como Evita Perón, Isabelita y Cristina, que, en tanto mujeres, privilegiaron sus emociones personales por sobre la áspera racionalidad económica.

Hoy, en decenas de países, los varones tienden a ser más “derechistas” que las mujeres, que mayoritariamente prefieren los remedios colectivistas que propone la izquierda; pero, por razones comprensibles, pocos admiten que desde tiempos remotos hombres y mujeres han adoptado posturas distintas frente a los problemas de sus comunidades. Hay excepciones: mandatarias formadas en sociedades dominadas por hombres, como Margaret Thatcher y Golda Meir, no se caracterizaron por políticas que sus adversarios tildaran de maternales, aunque en su vida privada hayan desempeñado roles domésticos tradicionales.

En cambio, la alemana Angela Merkel —que inició su gestión cuando la británica y la israelí ya habían dejado el poder— se conmovió tanto por las lágrimas de una joven palestina que, de un día para otro, permitió la entrada de más de un millón de personas procedentes de Oriente Medio, generando una situación potencialmente explosiva que el actual canciller Friedrich Merz intenta desactivar. También fue decisión de la llamada “Mamá Merkel” cerrar las plantas nucleares; por razones que parecen conectadas con el temor de que la actividad nuclear perjudique a los aún no nacidos, en muchos lugares las mujeres son mucho más proclives que los hombres a oponerse al uso de energía atómica.

Según la ensayista estadounidense Helen Andrews, buena parte de lo que sucede en el plano político y social en su país y en el resto del mundo occidental responde a lo que ella denomina “la gran feminización”, título de un artículo reciente en Compact que ha generado debates intensos en Estados Unidos. Andrews sostiene que, además de desmoralizar a muchos hombres que se sienten injustamente marginados y denigrados, el aparente avance imparable de mujeres en las instituciones académicas, legales y culturales —sobre todo en los medios de comunicación y en las editoriales que ya dominan— y en un mercado laboral donde prevalecen tareas de oficina por sobre las que requieren fuerza física, está teniendo efectos negativos por su inclinación a marginar a quienes, a su juicio, transgreden las normas sociales establecidas. No suelen tolerar la conflictividad que para los hombres resulta natural y que, con el tiempo, facilita el progreso material. La ensayista atribuye a algo típicamente femenino la llamada “cultura de la cancelación” y afirma que “todo lo que consideramos woke es simplemente un epifenómeno de la feminización demográfica”.

En efecto, liberadas del hogar y respaldadas por leyes que penalizan cualquier intento de frenar sus aspiraciones, las mujeres están terminando con una supremacía masculina hasta hace poco raramente cuestionada. Están protagonizando una revolución que, de consolidarse, podría tener consecuencias tan profundas —o más— que las de las grandes ideologías políticas.

Aunque Andrews reconoce que ella misma se benefició de los cambios sociales y culturales desencadenados por la rendición del “patriarcado” a comienzos de este siglo —un proceso que abrió puertas a una multitud de mujeres en espacios que durante milenios fueron masculinos—, advierte que la feminización de las sociedades occidentales las hará menos dinámicas. Prevée que serán más conformistas y, por ende, menos proclives a financiar iniciativas costosas, como ciertos programas espaciales públicos y privados, que aunque quijotescos pueden terminar impulsando innovaciones positivas.

No obstante, y pese a su pesimismo, Andrews omitió considerar el impacto de la revolución feminista en la tasa de natalidad. El “empoderamiento” femenino la ha llevado a caer hasta tal punto que países como Japón, Corea del Sur, China, Rusia, Italia, España y decenas de otros, incluida Argentina, corren el riesgo de ver reducida su población a tal grado que podrían quedar borrados del mapa en un futuro no muy lejano. Dicho de otro modo: es más que posible que el triunfo de la revolución feminista resulte incompatible con la supervivencia a largo plazo del género humano.

En la superficie, las credenciales machistas de Milei parecen impecables. Ha irritado a los feministas locales al oponerse a ministerios creados para afianzar conquistas sociales —ministerios que, en su opinión, discriminan—. Es un enemigo declarado del wokismo. Niega que el “feminicidio” sea un delito distinto al “homicidio” y, desde luego, rechaza los esfuerzos progresistas por eliminar el sexismo del idioma español mediante la construcción del extraño y, para muchos, delirante dialecto “inclusivo”, que cuenta con la aprobación de kirchneristas fascinados por novedades intelectuales provenientes del odiado “imperio” estadounidense.

Así y todo, aunque Milei da la impresión de estar convencido de que el feminismo es hostil al anarco-capitalismo ultracompetitivo y meritocrático que propone, no parece capaz de resistir las artimañas femeninas de su propia hermana Karina, quien logró remodelar el gobierno que él formalmente encabeza.

Es un premio que Javier le otorgó por su apuesta a que La Libertad Avanza superara al peronismo y “pintara de violeta” al país en las elecciones legislativas de hace dos semanas; sin embargo, casi nadie cree que ese triunfo se deba al genio estratégico de la primera hermana. El consenso es que pesó mucho más la voluntad de millones de votantes de evitar que el país volviera a manos kirchneristas, un peligro que, como Cristina conoce bien, pareció inminente tras el desastroso resultado del gobierno mileísta en los comicios bonaerenses. En cuanto al aporte de Karina, hay sobrados motivos para sospechar que, al haberse visto implicada en las tribulaciones que sufrieron los mileístas en los meses previos a las elecciones, su presencia en el poder pudo incluso haber restado votos a LLA.

De todos modos, en una Argentina de fuerte tradición caudillista, que el presidente dependa tanto de su hermana —cuyas opiniones sobre alternativas concretas para el país, si las tiene, siguen siendo un enigma— es un dato relevante. Por más que Milei rechace intelectualmente las teorías feministas, se ve compelido a acomodarse a las pretensiones de Karina, quien, quizá sin proponérselo, piensa y actúa como una mujer y no duda en sacar provecho de las ventajas que esa condición parece otorgar en una época en que, por primera vez en la historia, se están diluyendo las barreras entre los dos sexos.

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