La elevación de un ser humano minúsculo a la categoría
mayúscula de la política es una prueba de su decadencia. Este sistema político
considera valioso en forma mayoritaria, lo que es insano y mediocre. Los
episodios con senadores como Edgardo Kueider o los radicales, los provinciales
y los del PRO que se opusieron el jueves a investigar la escandalosa estafa que
“promovió” o “difundió” el presidente Javier Milei expusieron el nivel de la
política argentina. Y el nivel de la política habla de la calidad moral de la
sociedad que la sostiene. Hay un problema en la política, pero el problema
grave es la crisis moral y cultural que revelan esas carencias políticas.
Los que fueron llevados de la nariz por las campañas
mediáticas de las grandes corporaciones y por la manipulación con falsas
noticias en las redes sociales han despotricado contra los políticos y la
corrupción. Y votaron al peor de todos y al que ahora está involucrado en una
enorme estafa a escala internacional.
Ese voto no fue gratis. Fue sustentado en la descomposición
de valores éticos y morales. Fue un voto para la eliminación de la política,
única herramienta contra los desequilibrios del poder económico, fue un voto a
favor de un Estado que defiende a los poderosos, un voto contra un Estado
solidario con responsabilidad social. El gobierno desmanteló la secretaría de
Derechos Humanos porque no le interesan y ahora va por la desaparición del Ministerio
de Capital Humano porque no le interesan las políticas sociales.
El esquema conceptual detrás de esas medidas está en la
degradación moral de un sector de la sociedad que lo respalda y que tiene como
paradigma a los especuladores tecnomillonarios. Un trabajador que perdió su
trabajo es un vago, pero los parásitos que especulan con las criptomonedas sin
trabajar son el ejemplo a seguir.
Hay un enorme negocio alrededor de las “universidades”
virtuales que cobran fortunas para enseñar la forma de convertirse en parásitos
millonarios con criptos y billeteras virtuales, otros que organizan ferias de
negocios tecno y otros que planean el lanzamiento de nuevas criptomonedas.
En todos estos negocios estuvo vinculado Javier Milei, con
sus socios virtuales Demian Reidel, Mauricio Novelli y el de $Libra, Hayden
Mark Davis, y otros como Agustín Laje y Emmanuel Danann, y al lado los que van
a las apuestas y los que estafan con el sistema piramidal como el libertario
Leonardo Cositorto, que ayer fue condenado por estafas y jefe de una asociación
ilícita. Las denuncias contra Milei en Argentina y Estados Unidos incluyen
estos delitos.
Milei no puede decir que es “un entusiasta” y desconocer que
la estafa con $Libra no se hubiera consumado sin los mensajes que fijó a
conciencia durante cinco horas en todas las plataformas. Los organizadores de
estas estafas pagan por el tiempo que permanecen los mensajes. La estafa es tan
evidente que la plataforma Solana en la que se desplegó esta cripto, cayó hasta
perder 20 mil millones de dólares. Perdió la confianza de los
criptoapostadores.
Milei no denunció a nadie porque no lo considera una estafa
sino un negocio que salió mal para los que le hicieron caso. Es más, quiere
plantear una estrategia de defensa legal conjunta con Davis, que se quedó con
cien millones de dólares que están en una billetera electrónica que comparte
con Milei.
Algo no está bien en Argentina. Milei le sacó los remedios a
los enfermos de cáncer y muchos murieron, le sacó la comida a los comedores
populares y un millón de chicos pobres se van a la cama sin cenar, desmanteló
hospitales, le sacó los remedios a los jubilados, planchó las jubilaciones y
los salarios, abandonó a las provincias afectadas por incendios y otras
catástrofes y todavía hay personas que dicen “estoy de acuerdo con sus ideas,
pero no con la estafa con las criptomonedas”.
La náusea de Kueider, que por unos pesos habilitó la Ley
Bases o la inmoralidad de los que cubrieron en el Senado la estafa que
involucra a Milei, entre los que se destacaron muchos, como Luis Juez, que se
han proclamado reyes de la moralina, toda esa descomposición de la política es
un reflejo de lo que pasa en la sociedad. Las encuestas dicen que en Córdoba,
Milei tiene 70 por ciento de imagen positiva. Es un 70 por ciento que respalda
el maltrato a los jubilados, a los enfermos de cáncer, la destrucción de
hospitales y el hambreamiento de los chicos. Reclamarle a la política que sea
mejor de lo que refleja es como escupir al cielo.
Pero también es cierto que las encuestas no pueden reflejar
con exactitud una realidad porque no se puede reducir la vida de los seres
humanos a simples números. Es más complejo que una cifra de 70 por ciento o
cualquier otra. Pero resulta indiscutible que hubo una prédica eficiente desde
los medios y las redes, más experiencias frustrantes y un contexto mundial de
crisis de las democracias occidentales. No es solamente un problema de la
política. Es más profundo y hay que empezar de abajo para recuperar los lazos
solidarios, el entretejido comunitario que constituye a los argentinos como
pueblo-nación, la única vía civilizatoria real. El “sálvese quien pueda” del
modelo de Milei expresa disolución, que es lo contrario al progreso.
Un sistema que desembocó en Javier Milei está diciendo que
necesita cambios drásticos. No alcanza con cambiar nombres sino contenidos,
abrirse a propuestas que tomen en cuenta la incorporación de tecnologías de
punta que pueden enriquecer la vida de las personas, pero que si no se
encuadran alteran relaciones y costumbres y se convierten en herramientas de
corrupción. El mundo cambia, no es posible mantenerse inmune a las transformaciones
que se producen a nivel mundial, donde las democracias han sido infectadas y
desvirtuadas porque los viejos modelos no incluyen instrumentos de control y
regulación de poderosas fuerzas de facto que son antidemocráticas.
El discurso neoliberal en su expresión libertaria busca
deshacer todo lo que signifique lazos, puentes, organización popular, desde los
sindicatos hasta los movimientos sociales, de desocupados, de jubilados, de
mujeres o de género, de cooperativas y de derechos humanos u otras, así como
busca desmantelar las escuelas y las universidades públicas, los hospitales y
los programas de vacunación o de resguardo a los más vulnerables.
Todo esto está sucediendo, no es una predicción, es el
proceso de disolución y ruptura de lazos sociales, de las mínimas defensas ante
el saqueo de los poderosos. Frente al discurso de la disolución hay que
instalar la necesidad de integración. Crear nuevas formas de control popular,
además del Congreso, y democratizar con un sentido de servicio a la comunidad
al Poder Judicial.
Habrá que inventar nuevas democracias con muchas formas
institucionales de control popular que garanticen la preservación de la
democracia inclusiva con justicia social. Un modelo de país es con todos. Lo
que proponen los libertarios no es un país sino un modelo de negocios para las
megacorporaciones y una masa dispersa, empobrecida, embrutecida y anómica que
las alimente.