El retrato del inicio del año devuelve la imagen de una Argentina en una etapa profunda de descomposición; rozando el límite de los resortes institucionales y en el umbral del terreno incierto de la anarquía. El Presidente de la Nación presenta un pedido de juicio político contra la cabeza del Poder Judicial a partir de escuchas ilegales.
La oposición activa otro proceso contra el mismo Alberto Fernández por desobedecer un fallo de la Corte Suprema. También reflota otro juicio contra Cristina Kirchner por su condena en el caso Vialidad. Todos estos casos se tratarán en un Congreso totalmente bloqueado por la pérdida de cualquier esquema de consenso, lo que lo llevó a cerrar en 2022 el peor año de actividad legislativa en décadas, pese a no ser un período electoral.
Al mismo tiempo, el Consejo de la Magistratura se encuentra absolutamente paralizado, también por diferencias entre la Justicia y el oficialismo, por lo que el año pasado no hubo progresos en las designaciones ni en las remociones. Toda esta escenografía del deterioro queda además salpicada de filtraciones ilícitas de mensajes privados que revelan el poder vigente de los habitantes de los sótanos y un nivel cuestionable de interacción entre jueces, funcionarios y empresarios.
Demasiada densidad para una sociedad que creyó encontrar un punto de fuga con el diciembre mundialista y las vacaciones, y que cada vez siente un rechazo más visceral por un sistema de representación que luce agotado.
La grieta más profunda no es entre el kirchnerismo y el macrismo; es entre la dirigencia y una sociedad que se desconectó y dejó de confiar. La fervorosa jornada de los cinco millones de argentinos en la calle para ver a la selección fue una expresión contundente de que no solo los jugadores querían evitar a los políticos; la gente tampoco requería intermediación.
Un trabajo de la consultora Ad hoc exhibe a través del análisis de las interacciones en redes de diciembre cómo ni el episodio de Lago Escondido, ni la sentencia contra Cristina Kirchner, ni el fallo de la Corte por la coparticipación lograron equiparar el nivel de interés de los mensajes sobre las cábalas para el Mundial. Hay dos registros cada vez más diferenciados.
Como señala Alejandro Katz, “lo que estamos viendo es la aceleración del proceso de desvinculación del liderazgo político, económico y social respecto de las preocupaciones de los diferentes actores sociales, que han dejado de entender cuáles son las inquietudes principales que las movilizan”.
Un candidato con aspiraciones que hace tiempo camina la provincia de Buenos Aires puede dar fe de ello: “A la gente no le interesa lo que les decimos. Algunos nos putean y otros nos felicitan, pero la gran mayoría no nos presta atención”.
Menudo detalle cuando una horda de postulantes piensa abalanzarse hacia las calles en busca de votos. Cuando Alberto Fernández decidió ponerse el frente de la operación desgaste de la Corte, todo el sistema político entró en extrema tensión.
El Presidente, que hace tiempo arrastraba una prédica muy crítica hacia el tribunal, decidió casi en soledad la ofensiva. Dejó de lado sus intentos reformistas de la Justicia que encallaron en el Congreso y embistió al estilo Néstor Kirchner, aunque sin considerar las diferencias de contextos ni de personajes.
No hay constancia de una incitación directa de Cristina (hace tiempo que no hablan ni a través de intermediarios). Es más, en La Cámpora hay quienes se preguntan, conspirativamente, si con esta jugada Alberto no termina de generar una peor predisposición de la Corte hacia su vice, cuyo futuro judicial en última instancia depende de los magistrados (hay mucha preocupación por la posible reactivación de la causa Hotesur, que volvería a traer a escena la delicada situación de Florencia Kirchner).
Y en el Instituto Patria admiten que ella no cree en la vía del juicio político y que prefiere apelar a la movilización en las calles de gente que vocifere contra los jueces para forzarlos a renunciar. Una suerte de Consejo de la Magistratura callejero.
Por eso, tanto la vicepresidenta como sus representantes en la Tierra todavía no dijeron una palabra del tema. Eso no es sinónimo de que no apruebe la movida de Alberto Fernández.
De hecho dos de sus laderos judiciales, Juan Martín Mena y Carlos Zannini, fueron los encargados de pulir el texto que irá al Congreso, y sus gobernadores preferidos, Jorge Capitanich y Axel Kicillof fueron voceros de la presentación (aunque la sorpresa la dio el santiagueño Gerardo Zamora, quien reveló un misterioso encono con Horacio Rosatti y su mano derecha, Silvio Robles).
Es lo que buscaba el Presidente, encontrar un punto de intersección con el kirchnerismo y aglutinar a la coalición por un tiempo más, ante su evidente pérdida de centralidad.
En el intento de lograr ese objetivo, tensó fuertemente la relación con varios gobernadores. Sergio Uñac se corrió de un paso convencido de que es una pelea que no le suma; Omar Perotti, hace tiempo más cerca de Juan Schiaretti que de la Casa Rosada, influyó para que algunos colegas no se sumaran, entre ellos el entrerriano Gustavo Bordet, quien quedó disgustado con el “amague y recule” de la primera reunión con el Presidente.
Cuando estuvo en Misiones, Alberto Fernández buscó convencer a Herrera Ahuad de sumarse y le pidió que gestione los apoyos de los otros tres gobernadores de partidos provinciales. Prueba fallida.
Tampoco nadie pudo explicar el repliegue de Alberto Rodríguez Saá, quien hace dos meses estaba feliz con haber ubicado una funcionaria suya en el gabinete.
Uno de los gobernadores díscolos buscó sintetizar la sensación del grupo: “El fallo de la coparticipación fue para todos nosotros una provocación de la Corte, porque más allá de que la disputa por esa partida es entre la Ciudad y la Provincia, en el fondo es la misma caja, y nosotros la vemos pasar. A mí me deben tres meses de obra pública; también nos pega. Pero esto es una cosa, y otra muy distinta es el mamarracho del juicio político, que no va a quedar en nada y nos genera enemistad con la Corte”. Se entiende, la mayoría de los caciques provinciales tiene algún tema pendiente o por llegar al máximo tribunal y no está dispuesto a rifar crédito por una contraofensiva sin destino.
La orfandad del Gobierno forzó al propio presidente y su fiel amigo Julio Vitobello a tener que encargarse de las gestiones con los gobernadores. Wado de Pedro y Juan Manzur no aportaron. Del mismo modo que Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos aprovecharon sus vacaciones para estar lejos de la nueva criatura jurídica.
También incómodo con las turbulencias judiciales, Sergio Massa buscó tomar distancia con el argumento de que intenta preservar la economía de los vaivenes políticos.
En realidad todo le parece una pérdida de tiempo, sobre todo en un momento en el que empezó a exhibir otra vez su entusiasmo electoral (sus funcionarios lo saben por la demanda interminable en el chat que comparten, donde les pide tres meses más de gestión intensa, coincidente con el momento de la definición de candidaturas).
Fiel a su espíritu pragmático, tiene otros planes para resolver el nudo gordiano de la coparticipación. En una reunión con su equipo admitió que la única salida al laberinto es sentarse con su amigo Horacio Rodríguez Larreta y tratar de llegar a un acuerdo de resarcimiento.
Planea hacerlo antes de febrero, para cuando vence la opción del pago en bonos. No lo hace solo por espíritu de concordia. A él, como también a los gobernadores y a la Casa Rosada, les llegó un mensaje claro de la Corte: si para febrero no hay una respuesta al fallo de diciembre, lo que sigue es el embargo de cuentas del Gobierno para hacer efectivo el pago correspondiente.
En el Palacio de Tribunales admiten la veracidad del planteo. “Si en febrero el fallo no se cumplió, se debe proceder a la ejecución y el embargo. Es un tema jurídico, no una cuestión política; es lo que corresponde hacer”, señala una alta fuente del máximo tribunal.
En la Corte Suprema el tema del juicio político es observado con desdén, con la tranquilidad de que no hay número para avanzar. Lo desacreditan jurídicamente por entender que no hay fundamento y que la única explicación es el sentido de los fallos, que no son observables.
“¿Qué pasaba si la postura del tribunal era distinta? ¿Hubiese habido pedido de juicio?”, se interroga uno de los afectados.
De todos modos, el proceso no será inocuo para los ministros, porque se verán sometidos a una dura exhibición pública hasta de cuestiones privadas. Por ahora no se reunieron tras el anuncio presidencial, pero los tres con trato más fluído, Rosatti, Carlos Rosencrantz y Juan Carlos Maqueda, han estado en contacto en forma remota.
El hecho de que hayan embestido contra los cuatro los unifica, pese a sus enormes diferencias, incluso porque en los últimos días debieron tomar medidas adicionales de seguridad ante la difusión en redes de sus domicilios particulares (la familia de Robles incluso fue víctima de un acto que consideraron intimidatorio). Pero eso no quiere decir que adopten la misma estrategia.
Al menos dos de los jueces estarían dispuesto a concurrir a la comisión de Diputados para brindar explicaciones; los dos restantes no dieron señales aún. También pueden surgir diferencias si la comisión se focaliza más en el fallo sobre el Consejo de la Magistratura que en el de la coparticipación. El primero lleva el sello de Rosatti -quien se quedó con la presidencia del organismo- y contó con una disidencia de Ricardo Lorenzetti. El segundo, en cambio, fue unificado.
La Corte también enfrenta una tensión interna por la difusión de los chats de Robles, un funcionario de extrema confianza de Rosatti a quien Lorenzetti tiene apuntado desde hace tiempo y querría ver afuera del tribunal. El episodio de la filtración reverdeció esta enemistad y podría derivar en un planteo interno, que todavía tiene cauce incierto.
Temblor en el búnker de Larreta
La filtración ilegal de los chats del licenciado Marcelo D´Alessandro, a partir del hackeo de su celular, expone tres problemas de profundo significado.
En primer lugar, la explosión del delito cibernético, las clonaciones de chips, reseteos virtuales y adulteraciones de todo tipo, en general con fines extorsivos. A eso se suma que la Justicia y las fuerzas de seguridad parecen carecer de la tecnología o de la voluntad para poder determinar el origen y los autores de esos ilícitos.
En el caso del funcionario porteño, nadie tiene certezas, ni siquiera entre los damnificados, si fue una activación virtual o mecánica. El kirchnerismo aprovechó este vacío para instalar su teoría de que se trataría de “fuego amigo”: agentes de la Policía de la Ciudad que fueron corridos por la investigación de espionaje del juez Federico Villena y que ahora le facturaron a su compadre D´Alessandro. Incomprobable.
El segundo inconveniente es la filtración de información a través de cuentas apócrifas, con el solo fin de la operación política. Es el viejo “carpetazo” que antes servía para torcer voluntades en reserva, pero que ahora es difundido masivamente sin que se pueda siquiera comprobar su autenticidad.
En este tema quedó ahora comprometido el diputado Rodolfo Tailhade y también un sitio informativo que se anticipó con las novedades.
Y el tercer problema, es el contexto social en el que ocurren estos episodios, un período marcado por la impronta de las redes y el concepto de la “postverdad”, en el que todo es verosímil sin importar su veracidad, donde cada persona hace su interpretación de acuerdo con sus sesgos.
En este marco, deja de ser lo más relevante si los chats son ciertos o adulterados. Y esto es la invitación al infierno. Para un país polarizado y encrespado, el festival de chats del verano puede ser letal en un año electoral. Brasil ya lo comprobó en la última campaña presidencial.
Más allá de las cuestiones conceptuales, está claro que el episodio de las filtraciones impactó de lleno en el bunker de Rodríguez Larreta. Tal como ocurrió con el episodio de las vallas, se lo volvió a ver incómodo en la administración de una crisis importante. Como en aquel caso, el tema se resolvió, pero pagó costos altos.
Está claro que el tema era espinoso. En su entorno afirman que D´Alessandro le negó tres veces, aunque aseguran que no es una comparación bíblica. Primero, que no había ido a Lago Escondido hasta que el caso se conoció; después, que el grupo de chats con sus compañeros de viaje no existía; y finalmente, que los mensajes no eran ciertos.
“La primera vez que le mintió, Horacio perdió la confianza en él y buscó que hiciera un gesto. Pero Marcelo no se la hizo fácil hasta que se dio cuenta de que se quedó sin respaldo. Mauricio hace rato le hizo la cruz”, comentan en Uspallata.
La conferencia de prensa en la que se anunció la licencia del ministro fue una exhibición del clima interno. D´Alessandro estuvo flanqueado por el recién llegado de urgencia de EE.UU. Felipe Miguel, uno de los que creía que debía renunciar y que ahora se deberá hacer cargo de la Policía (esta semana tuvo reuniones donde le empezaron a explicar el funcionamiento), y de Waldo Wolff, quien acababa de desembarcar “en Normandía”, según él mismo ironizó. Larreta se quedó en el sur hasta el día siguiente, a la espera del desenlace, como si quisiera evitar las esquirlas.
Anteanoche el jefe porteño lo invitó a cenar a D´Alessandro en la costa con otros funcionarios como un gesto amistoso, pero el ministro no fue. En este marco, es difícil que regrese al cargo en dos meses, tras su licencia.
En la costa del Pro también se habló de elecciones. Se supo allí que un tema troncal de la conversación en el sur entre Macri y Larreta fue el de la Ciudad, quizás el más corrosivo entre ellos en el corto plazo.
Hubo que hacer un trabajo de intermediación para que se juntaran. La relación se había vuelto a complicar por la postulación de Fernán Quirós, que el expresidente juzgó inconsulta. Todo el tiempo que estuvo en Qatar las señales que envió fueron muy tensas hacia Larreta. Esto activó alarmas internas y un grupo de leales operó para limar asperezas, entre ellos Fernando De Andreis, Edgardo Cenzón y Federico Di Benedetto.
En esas charlas de verano surgió el nombre de María Eugenia Vidal como una posible alternativa para evitar una guerra porteña. Aseguran que se conversó del tema cuando ella se reunió con Macri antes de fin de año en Buenos Aires. Está claro que con su primo Jorge en la cancha a él la propuesta no le entusiasma. A Larreta, en cambio, no le disgusta si con eso logra pacificar su relación con Mauricio.
Este viernes se juntaron en Pinamar Larreta y Vidal. “Fue todo muy familiar, no hablaron de política. Pero hay una ventanita abierta para ella en la Ciudad”, dijo un optimista del larretismo.