
En las instalaciones de la Sociedad Rural de Corrientes, el ambiente es dinámico. La actividad es constante: cepillos, sogas, listas de jurados, terneros atados y cabañeros que se desplazan a su alrededor. En medio de este bullicio, Walter Arturo Alegre saborea un mate mientras espera el momento de preparar sus animales. Su mirada se dirige también hacia el sur, a más de 100 kilómetros, donde su hermano Melideo coordina la cosecha de frutillas en el campo familiar de Desmochado, cerca de Bella Vista. “La frutilla es nuestra actividad principal. La cabaña es nuestra pasión”, dice Alegre, ajustándose la boina en anticipación de su debut en Las Nacionales, evento patrocinado por Expoagro. A su lado se encuentra su trabajo en genética, y a la distancia, su hermano arranca con las primeras frutillas del año. “Esta semana comenzó la cosecha. Yo me vine con los toros y él se quedó en el campo”, comparte. Así, entre el cultivo de hortalizas y la pista ganadera, se forja la historia de una familia que vive de dos actividades distintas, pero igualmente profundamente enraizadas.
Walter señala con orgullo una cucarda que cuelga de su toro Braford llamado Navideño. Este distintivo lleva el número 01, un detalle significativo. “Es nuestro primer animal. Lo llamamos número uno porque fue el primero que inscribimos”, explica. Para él y su familia, ese número significa mucho más que un simple orden; es el símbolo de un sueño que cobró vida hace tres años, cuando decidieron formalizar la cabaña y competir en exposiciones. Su participación en una Nacional marca un hito importante. “Esto es lo máximo. Estar aquí es un logro. No venimos con la intención de ganar premios. Estar en esta pista ya significa cumplir un sueño que hemos acariciado durante mucho tiempo”, afirma.
Los hermanos siempre se dedicaron a la ganadería, aunque en pequeña escala. Criaban, realizaban inseminaciones y se enfocaban en la calidad genética de los animales. Sin embargo, en 2022, decidieron dar un paso decidido formalizando su cabaña, que lleva el nombre de La Elisa. “Queríamos hacer una ganadería diferente en nuestra zona. Aquí los suelos son pobres y hay un alto riesgo de garrapatas y parásitos. Sabíamos que teníamos que invertir en genética para lograr un rodeo destacado”, explica.
Con el tiempo, incorporaron vientres de alta calidad y comenzaron a trabajar con transferencia embrionaria. En el año anterior, lograron sus primeras distinciones: un tercer puesto en la Expo Corrientes y un Gran Campeón Individual en Margarita Belén. Este año, llegan a Las Nacionales con la expectativa de estar a la altura. “No llevamos ni tres años como cabaña y ya estamos aquí. Esto también es posible gracias a los avances tecnológicos”, señala.
Sin embargo, mientras habla de toros y genética, Walter aclara que este mundo es solo una parte de su vida. La otra mitad está en Bella Vista, donde las frutillas siguen siendo la actividad principal de la familia. La firma, denominada “Frutilla La Elisa”, abarca 20 hectáreas en Desmochado, a 30 kilómetros al sur de Bella Vista. Sus padres iniciaron este cultivo y, con el tiempo, él y su hermano lo han ampliado, organizando la producción, incorporando tecnología y fortaleciendo el trabajo con mano de obra local. “Mi papá fue arrocero y tabacalero antes de dedicarse a la frutilla. Con mi hermano formalizamos la sociedad y hoy producimos para el mercado interno”, relata.
Cada hectárea produce, en promedio, unos 40.000 kilos de fruta, lo que equivale a aproximadamente 800.000 kilos por campaña. Esta producción se vende fresca en mercados de Buenos Aires, Córdoba, La Plata y Corrientes. Lo que no se comercializa a tiempo se destina a la industria. “Todo se cosecha a mano. No contamos con máquinas para ello, por lo que esta actividad requiere mucha mano de obra, lo que a su vez limita nuestro crecimiento”, explica.
La combinación de frutillas y ganadería puede parecer inusual, pero para los Alegre es completamente natural. “Son dos mundos diferentes que coexisten. La frutilla es una actividad muy intensiva, que requiere atención diaria. La ganadería tiene un enfoque a largo plazo, pero también demanda mucho esfuerzo. Nosotros nos organizamos. Por un lado estoy yo con los toros y mi hermano con la cosecha. Así trabajamos siempre”, cuenta.
Además del trabajo y la pasión, hay un factor adicional que motivó su decisión de dar el salto a la cabaña: la familia. “Esto es un proyecto familiar. Queríamos que mi papá, que tiene 78 años, pudiera vernos desfilar en una pista nacional. El año pasado ya nos vio en otras exposiciones, pero esto era especial”, dice. Por eso, aunque no haya premios, el objetivo ya se considera cumplido.
En una semana donde la genética y la competencia ganadera son el centro de atención del sector, la historia de los Alegre se destaca por su origen particular. No provienen de una tradición cabañera, su base se asienta en una fruta delicada que se cosecha a mano y se comercializa por kilo. Han aprendido que una finca de frutillas y un rodeo de toros pueden coexistir gracias al compromiso y el trabajo familiar. “La frutilla es nuestra identidad. La ganadería es nuestra pasión. Ambas actividades nos representan”, concluye Walter.