Sábado, 8 de noviembre de 2025   |   Campo

Los algoritmos transforman el modo de pensar y de tomar decisiones

Los algoritmos transforman el modo de pensar y de tomar decisiones

Hace diez años publicamos un artículo titulado “Se viene la uberización agropecuaria”. En aquel momento anticipábamos que el campo argentino —uno de los sectores más tradicionales y conservadores— estaba por enfrentar una transformación impulsada por la tecnología. Las plataformas digitales empezaban a conectar a productores, contratistas y transportistas, y con ello cuestionaban jerarquías y costumbres. No era una amenaza de ciencia ficción: era la irrupción de un modelo que transfería poder desde las empresas hacia quienes manejaban los datos, la logística y la información.

Lo llamamos “uberización” y el término sonó exagerado. Pero bajo la etiqueta se escondía una verdad más amplia: el jaqueo de numerosas empresas de la cadena de valor agropecuaria. Por primera vez la innovación no venía desde el interior del sector productivo, sino del exterior. Y su efecto no fue incremental sino estructural. El negocio agropecuario dejó de organizarse únicamente alrededor del campo para hacerlo en torno al flujo de información que lo atraviesa.

Una década después la historia vuelve a repetirse, aunque esta vez no están en jaque las empresas sino las profesiones. La reciente nota de LA NACION sobre la “rebelión de los contadores contra la inteligencia artificial” lo ilustra bien. Una aplicación argentina capaz de automatizar tareas contables y generar reportes encendió las alarmas en colegios profesionales y estudios. Lo que antes fue el miedo a las plataformas hoy es el miedo a los algoritmos.

El paralelismo es evidente. En 2015 la tecnología amenazaba con desintermediar negocios. En 2025 amenaza con desintermediar saberes. Antes se trataba de acortar o modificar eslabones de la cadena comercial; hoy es software que interpreta normas, redacta informes y aprende por sí mismo. En ambos casos la primera reacción es la misma: resistir, regular, advertir. Defender el territorio conocido.

Pero la resistencia, como aprendimos en el agro, no detiene la ola: apenas la posterga. La “uberización” no exterminó empresas; las empujó a transformarse. Surgieron nuevos actores, plataformas de datos y startups rurales. Los productores aprendieron a convivir con la digitalización sin perder su intuición ni su experiencia. Hoy la inteligencia artificial obliga a los profesionales a recorrer una senda semejante: dejar atrás lo rutinario y redescubrir su valor diferencial.

La IA, por ahora, no reemplaza la capacidad de pensar, pero sí cuestiona cómo la empleamos. En la contabilidad, en la abogacía, en la consultoría y en la comunicación: la máquina ya no solo ejecuta, sino que interpreta. Y eso plantea un dilema más profundo que el puramente tecnológico: ¿qué parte de nuestro trabajo realmente aporta valor? ¿Cuál es rutinario y repetitivo?

Lo de los contadores, entonces, no es una rebelión: es una señal. Es el primer síntoma visible de un cambio que se extiende por todas las actividades basadas en el conocimiento. Así como las plataformas alteraron la forma de producir, los algoritmos están transformando la manera de pensar y decidir.

El campo también es terreno fértil para el desarrollo de la inteligencia artificialShutterstock

Hay estudios que indican que la IA está transformando “el primer trabajo”: hay menos incorporaciones de personas inexpertas que anteriormente ingresaban a las empresas para realizar tareas repetitivas. Por ahora poco se dice sobre la incorporación de jóvenes profesionales con conocimientos y manejo de la IA que puedan reemplazar a trabajadores actuales que no la utilicen.

La reacción defensiva es comprensible. Cada vez que surge una nueva tecnología se cuestiona la identidad profesional. Pero el verdadero desafío no es frenar la disrupción, sino domesticarla. En el agro eso implicó utilizar las plataformas para mejorar decisiones productivas. En las profesiones significará incorporar la IA para ampliar el criterio, la creatividad y la interpretación.

Sin duda la IA reducirá costos fijos dentro de las empresas, tal como las plataformas redujeron los costos transaccionales.

Argentina mantiene una relación particular con la innovación: la observa con curiosidad, la teme en parte y, finalmente, la adopta con pragmatismo. Así ocurrió con las plataformas agropecuarias. Así ocurrirá con la inteligencia artificial. La diferencia estará en quién entienda a tiempo que el cambio no viene a reemplazar, sino a redefinir.

En 2015 el debate giraba en torno a cómo convivir con las aplicaciones. En 2025 la cuestión es cómo convivir con los algoritmos. En ambos casos el riesgo es el mismo: quedarse quieto mientras el mundo avanza.

Los autores integran la consultora Zorraquin+Meneses

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