
Un presidente que grita al borde de las lágrimas paradefender su trabajo no es alguien abierto a someter su liderazgo a discusión.
Esa fue una de las conclusiones irrefutables que sacaron losdirigentes de Cambiemos que presenciaron el viernes el estallido emocional deMauricio Macri en la apertura de sesiones del Congreso . Vieron a un hombre queexponía una misión y exigía lealtad a sus fieles.
La traducción más prosaica hacia la interna oficialistainvita a descartar cualquier especulación de que Macri vaya a abandonar lacarrera por la reelección . Y sobre todo, como admiten altos referentes delradicalismo, que no consentirá deportivamente la aventura de unas primariaspresidenciales contra Martín Lousteau o algún socio díscolo que sueñe condesafiarlo.
Al filo de terminar el mandato, Macri ve a Cambiemos como suinvención, no como una sociedad entre iguales con la UCR y los seguidores deElisa Carrió . “Ya no estamos construyendo una opción, como en 2015. Nonecesitamos multiplicar candidaturas para hacer masa crítica. Ahora nos toca defendertodo por lo que peleamos estos años, con la cancha inclinada. Se está o no seestá”, resume una integrante del Gobierno.
La unidad de Cambiemos obsesiona al Presidente. Cuentan ensu entorno que no concibe las recurrentes elucubraciones sobre si él será o nocandidato. “Aunque lo niegue, tiene algo de peronista”, ironiza unode sus allegados. “¿Alguien se imagina a un kirchnerista sugiriendo queCristina no debería ser candidata? Lo mismo: ¿cómo pretenden que él se someta auna interna?”.
El poder estandariza. Y casi cuatro años en la cima dejan enMacri rasgos típicos de un político tradicional. Ante el Congreso, reveló quese percibe como productor de un hecho histórico y como tal dividió el tableropolítico en dos: los propios, a los que ofrece un destino, y los rivales, aquienes les enseñó los dientes.
En esa expresividad desconocida en un hombre a menudo fríose reflejan también las huellas emocionales que le dejó la crisis económica. Lalínea argumental de su discurso -de llevar título hubiera sido “el cambioen serio lleva tiempo”- describía una doctrina de fe, algo que no se puededejar en manos ajenas.
En el círculo más pequeño del macrismo despotrican por laenergía que consumen las internas. Se lo cargan en la cuenta de los radicales.Macri espera que Alfredo Cornejo, el presidente de la UCR, le dé prontogarantías de que el partido no apadrinará un plan Lousteau, más allá de queformalmente el tema vaya a definirse en la convención radical de acá a un mes.
Fuentes de la Casa Rosada especulan con que esa carta esapenas una amenaza para conseguir pequeñas victorias provinciales. Cornejo, porejemplo, presiona para que Pro baje la candidatura a gobernador de Mendoza deOmar De Marchi, que entorpece el objetivo radical de retener el poder local.
“Cantan truco con un 4, pero tampoco a nosotros nossobra nada”, se sincera un asesor presidencial. Sobre todo después de laderrota de Carlos McAllister en la interna de La Pampa ante el radical DanielKroneberger, Macri pidió ordenar la oferta de Cambiemos en las provincias conceleridad y sin sangre. El mantra es el mismo desde hace semanas: la prioridades la reelección.
Por eso masculla bronca por el caso de Córdoba, donde RamónMestre se negó a acatar la sugerencia de que hiciera paso a Mario Negri comocandidato a gobernador. Esa elección entre radicales que se dirimirá en dossemanas -aunque la Casa Rosada aún intenta cancelar- puede heririnnecesariamente a Macri. Córdoba resultó decisiva para él en el triunfo presidencialde 2015. Es “su” provincia. ¿Para qué exponerlo en una batallaprovincial que, además, difícilmente lleve a arrebatarle al gobierno a JuanSchiaretti en las elecciones anticipadas de mayo?
En otros destinos ya se acató la orden presidencial. EnTucumán, Cambiemos definirá la fórmula bajo la guía de una gran encuesta(Alfonso Prat-Gay, Silvia Elías de Pérez, Domingo Amaya y José Cano están encarrera). En Entre Ríos hubo acuerdo (el radical Atilio Benedetti iráacompañado del macrista Gustavo Hein).
En Pro, el verticalismo que emanó desde la Casa Rosada quedóclaro hace tiempo. María Eugenia Vidal lo demostró cuando enterró el proyectode adelantar las elecciones bonaerenses, que podía beneficiarla a ella pero noestaba claro que le sirviera a Macri. Ante la Legislatura, el viernes, volvió ahacer juego con su jefe: “No estoy aquí para usar la provincia como untrampolín”, enfatizó. Clarísimo: que nadie insista con el plansuplantación en la cúpula oficialista.
Quienes interponen matices van quedando de lado. A EmilioMonzó se le notó el viernes en su rostro pétreo durante la Asamblea Legislativaque espiritualmente se aleja del proyecto. Horas antes, su aliado NicolásMassot -jefe del bloque de Pro- comunicó que no seguirá en el Congreso en el próximoturno.
Tercios
El discurso de Macri ante la Asamblea Legislativa les hablóa los “convencidos”, fue un desafío para los “enemigos”-kirchneristas o peronistas que coqueteen con volver a serlo- e incorporó unainvitación para los “desencantados”. En cuanto a los destinatarios,estaba dividido en tercios, como el electorado.
Las encuestas propias que muestra el Gobierno reflejan quela intención de voto del Presidente supera el 30%. Tienen a Cristina Kirchnerun poco por debajo de esa cifra. Y la porción que no está con ninguno de losdos sigue más bien huérfana.
En la lógica macrista, es un escenario ideal para elcontexto de grave crisis económica que en otro momento hubiera hecho inviableun proyecto de reelección.
La mejor noticia que recibió Macri antes de ir al Congresofue el discurso que dio el miércoles Cristina Kirchner en el Senado, en el queexpuso con la vehemencia de sus años dorados una tesis conspirativa paracontrarrestar las acusaciones de los cuadernos de las coimas. Fue su lanzamientooficial, concluyeron en el comando de campaña de Pro. Lo mismo que dijeron loskirchneristas del discurso presidencial.
Se da un curioso juego de espejos. En la misma semanaCristina y Macri -afectados en su imagen- presentaron a la sociedad un relatoque los justifica y los mueve a pelear por el poder. Ambos dependen del terciodel electorado que quisiera no votarlos pero acaso no tenga otra que optar.Algo así como la batalla del mal menor.
En el macrismo creen que su guion tiene más recorrido. El Presidenteles dijo a los desencantados que su gestión, pese a no alcanzar hoy los éxitosprometidos, sentó las bases para un futuro mejor.
Cristina se limita a describir el mal momento y a denunciaruna maniobra que (solo en teoría) la exculpa de las acusaciones de corrupciónmás graves en su contra (y le da una coartada moral a quienes vuelven conella).
Son consuelos. En el Gobierno son conscientes de que paraganar en octubre la economía es central. “Quien diga que no vamos a hablarde economía en la campaña miente”, enfatiza un hombre del Presidente.Señales a la vista: ya se anunció un aumento extraordinario de la asignaciónpor hijo y se preparan medidas para alentar el consumo de la clase media.
En Hacienda insisten en que la recuperación empezará anotarse en breve. Algunos funcionarios se quejan porque las estadísticas”van muy lentas”. Que los números que se conocen -como el último deempleo o como la pobreza que se difundirá este mes- reflejan fotos viejas. ¿Yla inflación? Bajará desde abril, cuando terminen los aumentos de tarifas,sostienen.
¿Será verdad esta vez? La única certeza es que el tiempopara mostrar resultados se acorta y sin una mínima luz de esperanza económicala reelección entrará irremediablemente en zona de riesgo.