Domingo, 14 de septiembre de 2025   |   Nacionales

La sociedad tiene el poder de cambiar, pero Milei permanece firme en sus convicciones

La sociedad tiene el poder de cambiar, pero Milei permanece firme en sus convicciones

El instinto humano de preservación busca en todo momento establecer normalidades, incluso donde no las hay.

Lo que se considera normal se asimila a situaciones del presente y del pasado, funcionando como un refugio psicológico que facilita la comprensión de la realidad. Por el contrario, lo anormal se asocia con el peligro, la imprevisibilidad y lo desconocido.

Desde hace dos años, esta columna ha puesto de manifiesto esa necesidad social, política y mediática de “hacerse el desentendido y considerar que todo esto es normal”. En mi caso, reconozco la notoria dificultad para aceptar acciones y personajes que no se alinean con la normalidad democrática establecida tras la caída de la dictadura militar.

A pesar del deseo esperanzador de muchos por normalizar a Javier Milei y a su gobierno, durante este tiempo he elegido aferrarme a la vieja normalidad con la que crecí, profundamente distinta de la del mileísmo.

Normalizar a Milei ha requerido importantes esfuerzos argumentativos por parte de una parte de la sociedad y del círculo rojo.

Se trató de asociar sus excentricidades personales y de gobierno a un nuevo y eficiente estilo de liderazgo.

Fue atribuir la ruptura de cualquier diálogo democrático como una respuesta adecuada al sentimiento anticasta que prevalece.

Cometieron la excusa de su violencia verbal y gestual con trivialidades como “Javier es así; lo importante es el rumbo”.

Se consideró que su extremismo ideológico es, en realidad, una variante del liberalismo republicano.

Se subestimaron sus derivas mesiánicas, que lo llevan a creer que sus perros le aconsejan y que su hermana lo comunica con Dios, justificando que se trata de su vida privada.

Se normalizó su falta de un equipo competente de funcionarios y el despido de siete funcionarios mensuales (el último, el titular de Seguridad Vial, fue despedido la semana pasada, apenas un día después de su nombramiento).

No se dio importancia a las investigaciones periodísticas que revelaban cómo utiliza las cajas del Estado, como PAMI, ANSES e YPF, para financiar a sus partidarios y presionar a sus adversarios.

Se tomó a broma las pruebas públicas que siempre han mostrado su inestabilidad y paranoia. Abusado de niño y abusivo de adulto.

Se hicieron los distraídos ante testimonios, como el del orfebre Juan Pallarols, que afirmó que le pidieron US$ 2 mil para reunirse con el presidente; o el de Juan Carlos Blumberg y otros dirigentes que aseguraron que LLA vendía candidaturas por US$ 50 mil.

Y se ignoraron todas y cada una de las denuncias de corrupción que han rodeado a los hermanos Milei durante dos años.

Los responsables. El “hacerse el desentendido y considerar que todo esto es normal” ha tenido como protagonistas a sectores de la sociedad que, ya sea por esperanza o desesperación, decidieron creer y arriesgarse por este gobierno.

Sin embargo, los responsables políticos han sido aquellos dirigentes que dedican su vida y trabajo a comprender lo que ocurre.

Todos ellos eran conscientes de la situación.

Son funcionarios que, desde dentro del poder y desde el inicio de esta gestión, han sido testigos de la actuación de los hermanos Milei. Ministros y secretarios de Estado que normalizan lo que critican y menosprecian a sus espaldas.

Son empresarios que aplaudieron cada exabrupto del jefe de Estado en su presencia. Muchos, en privado, cuestionaban lo que escucharon; sin embargo, lo importante era el apoyo público que brindaban a los agravios presidenciales.

Son políticos que dejaron de rasgarse las vestiduras, como hacían anteriormente ante indicios de corrupción, violencia institucional o ataques a la libertad de expresión. Ex republicanos que ahora naturalizan lo que antes consideraban deplorable.

Son líderes de entidades religiosas que tradicionalmente se mostraban sensibles ante cualquier forma de discriminación y que, en estos dos años, han guardado un doloroso silencio frente a un mandatario que deshumaniza a sus adversarios, comparándolos con enfermedades y animales como cucarachas y reptiles, y que llamó a gasear a las “ratas” del Congreso. La misma técnica empleada por los peores dictadores del siglo XX.

Son los periodistas que desde diciembre de 2023 han vuelto a convertirse, una vez más, en militantes del poder de turno. Apoyaron las medidas más controversiales sin el más mínimo sentido crítico y sin dar voz a quienes opinaban de manera distinta. Justificaron la violencia presidencial y aceptaron el rol de entrevistadores oficiales, garantizando no incomodar a Milei. Intentaron ocultar, hasta donde pudieron, cada nuevo escándalo del gobierno, ignorándolo o minimizándolo. Y se dedicaron a investigar solo a quienes ya no están en el poder y a los críticos del oficialismo.

Más de lo mismo. Sin embargo, tras una serie de derrotas electorales de La Libertad Avanza, la normalidad oficialista comenzó a agrietarse.

Los funcionarios y dirigentes políticos, empresarios, religiosos y mediáticos que durante tanto tiempo apoyaron la normalización, empezaron a distanciarse de lo que ayudaron a construir.

Sin embargo, hay otros que, tras la contundente derrota en Buenos Aires, esperan que Milei cambie y encuentre una nueva normalidad, más alineada con la normalidad democrática que hasta ahora han despreciado.

Lo cierto es que la sociedad puede modificar su voto, como ha hecho con el oficialismo, pero Milei no cambiará.

Él siempre ha tenido la transparencia de mostrarse tal como es. Lo hizo antes, durante y después de la campaña que lo llevó a ser elegido presidente. Y esa fue la persona que una mayoría eligió para gobernar.

Aunque Milei carece de la flexibilidad psicológica y política necesaria para cualquier cambio profundo, tampoco tiene por qué hacerlo. No ha decepcionado el contrato tácito con quienes lo votaron.

El poder no lo transformó en otro ser. En todo caso, ha profundizado patologías ya expuestas durante la campaña.

Sin embargo, desde la misma noche del domingo 7 comenzó a surgir en ciertos círculos del poder la necesidad de creer que, a pesar de las evidencias, Milei puede convertirse en un presidente normal.

Ni él logra convencerlos de lo contrario.

Esa noche, segundos después de afirmar que el resultado lo haría reflexionar, empezó a reafirmar cada aspecto de su modelo con la certeza de “redoblar el rumbo” y de “no retroceder un milímetro”.

En los días siguientes, confirmó el liderazgo de su hermana Karina y que no habrá cambios en la administración del Estado.

Anunció una mesa política compuesta por los mismos funcionarios de antes de la derrota y designó a la misma persona que antes negociaba con los gobernadores para que ahora lo haga nuevamente. Solo que, en lugar de llamarlo secretario de Interior, se le denominará ministro.

Milei siempre será Milei. A pesar de todo, hubo comunicadores que expresaron su optimismo ante el “nuevo Milei” y otros que aprovecharon para solicitarle cambios que durante estos dos años nunca le habían pedido.

Hubo empresarios que esta semana imaginaron escenarios ilusorios de un gobierno liderado, en la práctica, por un “normal” como Guillermo Francos. Y hubo opositores que esperan “los cambios obligados” que deberían suceder tras las elecciones de octubre.

Puede que seguir negando que Milei es y seguirá siendo Milei esté relacionado con ese instinto primario de evadir el peligro de lo desconocido, de aquello que no se ajusta a los parámetros de normalidad que brindan protección.

El problema es que cuanto más tarde en aceptarse que ni Milei ni su modelo cambiarán, más tardaremos en comenzar a comprender lo que está por venir.

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