
En Entre Ríos ya no alcanza con levantar la voz. Hay que levantar el rumbo. Mientras nos hablan de modelos potentes, la gente deja de comer carne porque no le alcanza. El consumo está en su nivel más bajo en décadas. Las ventas minoristas de las PYMEs cayeron 0,5 % en junio. Alquileres que subieron más de 300 % en un año. Y como si fuera poco, una encuesta nacional muestra que el 48 % de los jóvenes elige a Milei. ¿Qué significa eso en Entre Ríos? Que más de 93.000 jóvenes podrían votar por una propuesta odiosa, sobre un universo estimado de 194.400 electores de entre 16 y 25 años. No es moda: es desesperanza.
Y hay que decirlo sin vueltas: crece el suicidio juvenil en la provincia. Porque los pibes no solo están hartos. Están angustiados. Se autoexigen, trabajan en negro, se emprenden solos, se endeudan, alquilan caro, y no tienen futuro a la vista. Muchos no pueden sostenerlo más. El problema no es la falta de interés: es que la política no les devuelve nada. Ni derechos, ni oportunidades, ni escucha. Y cuando no hay horizonte, lo que aparece es el abismo.
Frigerio prometió un Estado que no fuera solo administración. Y sin embargo, lo único que hace es pagar sueldos. Y con mucho esfuerzo de los entrerrianos. No hay estrategia de PYMEs. No hay política de arraigo. No hay política de vivienda. Hay deuda. Y silencio. El 85 % de los entrerrianos vive en zonas urbanas. El campo se despuebla, los pueblos se apagan, los municipios cargan solos con el peso de la crisis. ¿Y el gobierno? Calla. Gestiona sin plan. Solo sostiene lo que ya existe. Y cuando lo único que se sostiene es lo que se está cayendo, no se está gobernando: se está esperando el impacto.
Desde la política, encima, seguimos hablando de “renovación” y de “reconstrucción” como si fuera cambiar caras o mancillar una pared. No. Renovar es cambiar la práctica. Reconstruir es pasar de la interna a la propuesta, del eslogan a la política real. Escuchar a quienes están en los bordes: jóvenes, trabajadores, cooperativas, pequeños productores. Transformar una banca en una herramienta, y no en un refugio. Dejar de postularnos como representantes si no representamos nada más que estructuras vacías.
Lo que falta no es relato. Faltan decisiones. Planes de vivienda que construyan arraigo. Políticas de salud mental que escuchen antes de que sea tarde. Capacitaciones que registren al que ya produce. Créditos para el que pone el cuerpo cada día. Y una estrategia real para que los jóvenes se queden y vivan mejor, no para que huyan o se apaguen.
No vinimos a decorar el derrumbe. Vinimos a hacer política para la vida. Y eso arranca cuando dejamos de actuar para la política, y empezamos a actuar para la gente.