Sábado, 8 de noviembre de 2025   |   Nacionales

La paradoja de la moderación en la política argentina: para conseguirla no alcanza con ser moderado

La paradoja de la moderación en la política argentina: para conseguirla no alcanza con ser moderado

Aún me resuenan los resultados electorales del domingo 26 de octubre. Supongo en los votantes un saber que se articula sin que la propia persona lo conozca, como un inconsciente trasladado a nivel social: “un saber que no se sabe”. Aunque escape a la conciencia, es un conocimiento disperso a lo largo de las experiencias de la vida, desordenado, pero accesible de forma indirecta mediante intuiciones, emociones u otras manifestaciones de ese entendimiento inconsciente que los psicoanalistas consideran un “tesoro oculto”.

¿Por qué, siendo la mayoría de la población de centro con inclinaciones moderadas, las terceras vías están tan subrepresentadas en las urnas? Que Provincias Unidas no haya conseguido los votos suficientes ni siquiera para un diputado en la numerosa provincia de Buenos Aires y que Randazzo quedara fuera del Congreso. Que en la Ciudad de Buenos Aires Lousteau haya tenido que esperar el recuento final para confirmar su ingreso como diputado, cuando estaba en duda. Que la vicegobernadora de la alianza entre radicales y socialistas de Santa Fe —que venía de ganar las últimas dos elecciones— haya quedado tercera detrás de LLA y del PJ. Y el paroxismo de que el prócer de Córdoba, Juan Schiaretti —el político con más popularidad tras haber gobernado un distrito con casi el 80% de aprobación— obtuviera apenas el 28% de los votos, casi un tercio de quienes lo aprueban. Todo ello genera perplejidad.

Más allá de que los argentinos son votantes sofisticados y saben diferenciar una elección provincial de una nacional, estaban eligiendo representantes provinciales para el Congreso Nacional. No obstante, por las razones que todos conocemos, al convertirse la elección legislativa en un referéndum, se terminó votando a favor o en contra de Milei.

Pero se agregó ayer una explicación adicional de Mauricio D’Alessandro, actual abogado del extitular de la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis), Diego Spagnuolo, quien explicó en el programa de las mañanas de Perfil que quizás el escándalo que derivó en la viralización de “Karina alta coimera” haya terminado jugando a favor de Milei, como ocurrió en el debate presidencial de 2023, cuando Massa fue contundente ganador y la audiencia decidió empatizar con el vencido por identificación o bondad; ahora, al ver a la hermana del Presidente tan por el piso, se habría despertado compasión hacia el Presidente (donde explica por qué ahora y no antes su cliente dice que las grabaciones son falsas). Algo así como: si los que tienen el poder son siempre los más temibles, el desempoderamiento de Milei por la suma de acusaciones lo habría recolocado en la posición plebeya de “uno como nosotros”.

Pero más allá de Milei, existen interpretaciones más plausibles que explicarían por qué la mayoría moderada votó contra la moderación tanto en 2023 como en 2025, lo que, de algún modo, justifica el título de esta columna: para lograr la moderación, primero no hace falta ser moderado.

La primera es que la mera existencia de la posición de centro comunica que la situación no es tan grave, porque propone un cambio gradual y una conservación igualmente gradual del statu quo. El centro funciona como un significante que desdramatiza la crisis; contradice la idea de que todo está mal o tan mal, y por eso quienes se sienten víctimas de la situación se ofenden ante la sola posición del centro: ese centro los acusa tácitamente de ser meros quejumbrosos.

La segunda es ese saber no sabido del inconsciente colectivo, que no se expresa en palabras sino en actos, comportamientos y, precisamente, elecciones: sabiendo que el país necesita el centro como lugar de moderación, y entendiendo que uno de los polos de la polarización —el kirchnerismo— es extremadamente intenso, la única forma de alcanzar el centro sería primero correr el péndulo hacia el sector opuesto, aplicando como antídoto el mismo veneno de la falta de moderación, y luego volver hacia la moderación. Menos por menos da más, como si Cristina por Milei diera un estadista. Que Macri, siendo opuesto ideológicamente a Cristina, al ser “tibio” no “erradicó el mal”, sino que lo trajo de vuelta. Votantes que, aunque distantes del extremismo terraplanista de ambos y sin compartir la falta de moderación de Milei, lo ven como una herramienta para reequilibrar y así poder alcanzar la moderación cuando la misión del actual presidente esté cumplida.

La paradoja sería, entonces, que siendo moderado no se alcanza la moderación.

Esa mayoría de votantes discrepa de la frase “si quieres la paz, prepárate para la guerra” y de la idea de guerra justa (bellum iustum), típica de los cruzados, tal como se autopercibe Milei. Coinciden más con la noción de que la verdadera paz es una paz desarmada, pero hoy consideran que Milei puede ser un mecanismo para reequilibrar el péndulo.

El filósofo Michael Polanyi sostuvo: “Podemos saber más de lo que podemos decir”. La mayéutica de Sócrates era el proceso mediante el cual el filósofo, con preguntas, ayudaba a “parir” el saber latente del individuo aún no expresado. Los neurocientíficos hablan de una memoria implícita, algo que “el cuerpo sabe”, autora de decisiones viscerales que se expresan por debajo de la conciencia y que no se pueden explicar racionalmente.

Mi optimismo hegeliano me impulsa a encontrar razones bien fundadas aun en aquello que no voto.

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