
Cada mañana, exhausta, Andrea Passerini, productora tambera del partido bonaerense de Carlos Casares, se levanta y procura no evidenciar ante su equipo el cansancio profundo que arrastra. No quiere mostrar debilidad para que su gente no flaquee en medio de esta enorme adversidad. Hace nueve meses vive con el corazón en vilo, enfrentando una inundación que parece no tener fin y que convirtió su rutina en una odisea diaria para extraer la leche de su establecimiento.
En la región, como en buena parte del centroeste bonaerense, el panorama es de desazón y agotamiento. Los caminos rurales se han transformado en verdaderos ríos, los campos están anegados y muchos predios quedaron prácticamente aislados. “Desde marzo estamos con esto y advirtiendo que era probable que pasara. Pasó, uno más uno es dos, es así la cosa y ahora ya está”, cuenta a LA NACION Passerini con resignación.
Su tambo, La Arboleda, donde viven 12 familias, quedó rodeado por el agua. “Todos los días hablo con el intendente porque estamos tratando de ver cómo aunamos fuerzas entre todos para acomodar una salida por el lado de la ruta 226, la localidad de Herrera Vegas, en Henderson”, explica.
Inundaciones en Carlos Casares
Hoy ese es el único camino posible para mover la leche, porque los accesos tradicionales están totalmente cortados. “Entre Hortensia y la ruta 226, el agua corre en paralelo al camino. En las demás vías, el agua pasa por arriba: son mares”, grafica.
Ante ese escenario, los productores se organizaron para comprar piedra y rellenar los tramos más críticos. “Estamos comprando piedra entre todos. Esto ya pasó de crisis, ya es catástrofe”, asegura.
Según un relevamiento de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, las inundaciones en la provincia de Buenos Aires dejaron ya 4,3 millones de hectáreas afectadas.
Con cansancio de quien ya vio demasiado, Passerini deja una frase que resume su desvelo: “Lo que más duele es que no nos registren”Gza. Andrea Passerini
La situación, cuenta Passerini, no solo compromete la producción sino también la salud y la seguridad de las familias rurales. “Recién la encargada de mi campo tuvo que llevar hasta Ordoqui, a nueve kilómetros a la hija de uno de los ordeñadores que se quemó. El camino real de siempre está intransitable, ni en 4×4 podés pasar”, relata.
En esa zona solo hay una pequeña sala de primeros auxilios. “Esto ya tiene riesgo de vida. Si alguien se descompone o sufre un siniestro, no hay manera de llegar. La idea sería tener en la zona algún helicóptero que pueda asistir si alguien tiene un infarto. Esto ya trasciende completamente la parte productiva”, advierte.
A pesar de todo, la productora sigue ordeñando. “Todavía tengo 540 vacas en ordeñe, achiqué el rodeo en 100 vacas en los meses anteriores porque veía venir esto. Te quedás sin campo, sin piso, sin nada. Ahora, cuando pueda, voy a seguir sacando las vacas que están en rechazo; ya no te fijás en los litros que producen sino en sobrevivir”.
Para poder sacar la leche, la productora recurre a un viejo acoplado cisterna que compró en la inundación de 2012: “Saco unos 14.500 litros por día. Ponemos la leche del tanque de frío en el acoplado con una manguera, lo enganchamos al tractor y la llevamos hasta Cadret, a 20 kilómetros”Gza. Andrea Passerini
Para poder sacar la leche, la productora recurre a un viejo acoplado cisterna que compró en la inundación de 2012. “Saco unos 14.500 litros por día. Ponemos la leche del tanque de frío en el acoplado con una manguera, lo enganchamos al tractor y la llevamos hasta Cadret, a 20 kilómetros. Allí espera el camión que entra por Girondo, en el partido de Pehuajó, y hacemos el trasvase. Lo mismo que hace más de una década”, cuenta, con una mezcla de agotamiento y pesadumbre.
“Todavía tengo 540 vacas en ordeñe, achiqué el rodeo en 100 vacas en los meses anteriores porque veía venir esto. Te quedás sin campo, sin piso, sin nada” dice Andrea PasseriniGza. Andrea Passerini
Lamenta que cada semana la lluvia borre cualquier esfuerzo realizado previamente. “Hace tiempo que llueve una vez por semana, con lo cual todo lo que hacés durante la semana, el fin de semana se vuelve a foja cero. Es como el Juego de la Oca: avanzás dos casilleros y retrocedés cuatro. Sé que mi gente me necesita entera, pero yo tengo una gran desolación por un lado y mucha impotencia por otro”, describe.
La frustración se multiplica cuando observa la realidad política. “Desde este lugar en el que estoy veo la campaña electoral, donde los productores no existimos. Este tema no está al tope de la agenda, no existe el interior productivo bonaerense en ninguna prioridad, ni de la provincia, ni de Nación, ni de nadie. Somos los olvidados de siempre, pero cada vez somos menos, porque cada catástrofe se lleva productores, se lleva historias de vida, se lleva salud”, lamenta.
En medio del aislamiento, Passerini reclama asistencia y medidas concretas. “He hablado con Dios y María Santísima del Banco Provincia y del Banco Nación, y nadie te tira una línea de financiamiento acorde a la situación. No hay plata para nosotros, no hay”, dice.
La situación, cuenta Passerini, no solo compromete la producción sino también la salud y la seguridad de las familias ruralesGza. Andrea Passerini
En este contexto, el Gobierno retomó las obras de 30 kilómetros del Plan Maestro de la Cuenca del Salado, que lleva una década de demora, pero eso servirá en el mediano y largo plazo. “No es de este Gobierno ni del anterior, el problema es estructural. Pero ahora, los políticos, en vez de ocuparse de estas cuestiones, están en campaña con chicanas, se tiran la pelota entre Nación y provincia mientras nosotros estamos bajo el agua”, apunta.
Para la productora, el abandono es total. “Hidráulica de la provincia no existe, no cumple con una sola de sus funciones. No controla los canales clandestinos ni limpia los oficiales. Es un abandono total: la ruralidad abandonada no es una metáfora”, afirma.
Frente a la falta de respuestas, la solidaridad entre vecinos se volvió la única salida. “Yo ya compré 200 toneladas de piedra y se las di a la municipalidad para que me rellene lo que queda más cerca de mi tambo. Estamos haciendo causa común todos los vecinos entre nosotros y con el municipio. Porque si seguimos enojándonos, nos ahogamos todos”, reflexiona.
La urgencia manda, y cada día se convierte en una batalla por resistir. “Cuando tenés una catástrofe, hay que coordinar esfuerzos y laburar entre los vecinos, con el municipio al lado. La supervivencia es carísima y es una situación dantesca la que vivimos. Somos un montón de personas en riesgo de vida”.
Con cansancio de quien ya vio demasiado, Passerini deja una frase que resume su desvelo: “Lo que más duele es que no nos registren”.