
La escritora británica Naomi Alderman, en su nuevo libro Don’t Burn Anyone at the Stake Today (No quemes a nadie en la hoguera hoy: y otras lecciones de la historia sobre cómo sobrevivir a una crisis informativa), ofrece una mirada histórica para entender el impacto de la era digital, a la que denomina Crisis de la Información.
Según la autora, este periodo de transformación tecnológica no es un hecho aislado, sino la tercera gran sacudida informativa de la humanidad, después de la invención de la escritura y la aparición de la imprenta. Alderman sostiene que poner nombre a la época que se atraviesa es clave para sortear sus desafíos, y plantea que las crisis anteriores contienen enseñanzas útiles para afrontar la actual.
En las páginas finales de su obra, Alderman reflexiona sobre la dificultad y el sufrimiento que conlleva adaptarse a estos cambios, pero también subraya la posibilidad de una comprensión mutua más profunda. La autora afirma: “Creamos algo maravilloso y catastrófico con la escritura. Con la imprenta. Con internet… Estamos haciendo que nuestras mentes hagan algo para lo que nunca evolucionaron”, y añade: “Es difícil, doloroso y a menudo nos enfada y asusta. Y aun así… cada vez terminamos viéndonos los unos a los otros con mayor claridad”.
Alderman, conocida por su novela feminista de ciencia ficción El poder —ganadora del Women’s Prize for Fiction en 2017—, y por su trabajo como guionista de videojuegos y presentadora científica en radio, recurre a un enfoque tanto especulativo como histórico para analizar el presente.
En el libro introduce al lector en los estudios de teóricos como Walter Ong, que analizó cómo la alfabetización transforma la cultura, y Elizabeth Eisenstein, quien examinó de qué modo la imprenta cambió la relación social con la verdad. Ong señaló que las culturas orales tienden a ser más conservadoras y menos propensas a la exploración, porque el esfuerzo de memorizar información limita la capacidad para la reflexión compleja; la escritura, en cambio, habilitó un pensamiento más profundo y elaborado.
La autora enfatiza que la llegada de internet está modificando la sociedad de manera igualmente profunda. El acceso digital facilita el pensamiento colectivo, multiplica la cantidad de información disponible y transforma quién puede publicar y difundir contenidos.
Este fenómeno, que Alderman denomina “desintermediación”, permite a las personas realizar tareas que antes requerían especialistas —reservar vuelos o investigar sobre vacunas, por ejemplo— y, a la vez, debilita a las instituciones de la era de la imprenta que funcionaban como guardianes de la verdad. Alderman prevé el surgimiento de nuevas instituciones capaces de gestionar el enorme flujo informativo, pero mientras tanto recomienda fortalecer algunas tradicionales, como la BBC y las bibliotecas públicas.
El análisis de Alderman también aborda los efectos psicológicos de los medios digitales. Señala que la anonimidad y el alcance global de internet han propiciado que más personas compartan pensamientos y emociones en línea, lo que facilita descubrir afinidades inesperadas —como la experiencia sensorial del ASMR—. La autora afirma: “Nunca ha sido tan fácil comprender que no existe un tipo de persona que no sea una persona”, aunque advierte que la interacción digital puede hacer que olvidemos que detrás de cada discusión hay individuos reales con sentimientos.
Alderman observa que cada avance tecnológico acelera los procesos: imprimir un libro es más rápido que copiarlo a mano, y publicar en internet supera en velocidad a la impresión. La cultura digital evoluciona a un ritmo vertiginoso, y la autora ni siquiera se detiene a profundizar en las disrupciones que plantea la inteligencia artificial. Aunque el desenlace de esta transformación es incierto, Alderman transmite un matiz de esperanza respecto al futuro colectivo.




