
La Argentina siempre se ha caracterizado por su capacidad de generar movimientos políticos singulares que causan sorpresa en otras partes del mundo. Hace un siglo, el yrigoyenismo resultaba incomprensible fuera de sus fronteras, y hoy, el peronismo y su derivación kirchnerista continúan desconcertando a quienes intentan ubicarlos en los mapas ideológicos tradicionales.
El fenómeno del mileísmo no escapa a esta lógica. ¿Es este movimiento liberal, libertario, de derecha, populista, autocrático, mesiánico o algo tan peculiar que resulta imposible de clasificar? Para complicar aún más las cosas, los líderes de la fuerza que se ha reunido en torno a Javier Milei parecen empeñados en desorientar a quienes siguen con interés las vicisitudes del país.
Milei y quienes se adhieren a su propuesta llegaron al poder con la promesa de erradicar la “casta política” considerada parasitaria e inepta. Para la mayoría, esta clase gobernante había sido responsable del estado lamentable del país tras dos décadas de kirchnerismo. Sin embargo, como los libertarios son productos de la misma sociedad, pronto se hizo evidente su similitud con aquellos que pretendían desplazar de la esfera pública, lo que genera dudas sobre su disposición a abordar la corrupción que ha contribuido al actual panorama.
Se ha cuestionado si Milei colaboró con los kirchneristas para frenar la ley de ficha limpia, que parecía estar a punto de ser aprobada segundos antes de su votación. Existen acusaciones de que Carlos Rovira, un influyente político misionero, ordenó a dos senadores bajo su mando, Carlos Arce y Sonia Rojas Decut, que se opusieran a la ley porque Milei así lo había solicitado. El libertario niega fervientemente tales afirmaciones y sostiene que Mauricio Macri fue el responsable del hundimiento del proyecto, al haber negociado con Cristina Kirchner para perjudicar al Gobierno y favorecer a Silvia Lospennato en las elecciones legislativas porteñas.
Aunque prácticamente nadie cree que los macristas se hayan unido a los kirchneristas para hostigar al gobierno libertario, no carece de sentido que Milei intente insinuar tal posibilidad. Desde su perspectiva, así como la de su hermana Karina, “el Jefe” busca absorber al PRO, priorizando hacerse ver como los únicos propietarios de la política económica vigente. A los Milei les interesaría que la ciudadanía olvidara las diferencias entre las agrupaciones políticas que dominaban antes de la llegada del “salvador”. Asimismo, son conscientes de que Macri y sus seguidores son los únicos que pueden capitalizar la creciente antipatía hacia un presidente que parece incapaz de tolerar el disenso.
Los colaboradores de Milei creen contar con la mayoría de votos que, hasta hace unos años, se dirigían al PRO. Sin embargo, sospechan que no serían suficientes para asegurar un extenso dominio, por lo que consideran necesario incorporar a una parte sustancial del electorado peronista, especialmente del conurbano bonaerense. Aun sin pactos formales con Cristina Kirchner—quien, en su opinión, representa el pasado y no tendría capacidad para causarles problemas—, el comportamiento de Milei sugiere a quienes aún la apoyan que no son tan ajenos como los elitistas de clase media y alta que confían en Macri.
Aunque a muchos les pueda disgustar, la estrategia de los mileístas tiene lógica. En Argentina y otros lugares, los votos provenientes de sectores compuestos mayormente por personas no familiarizadas con la lectura pueden ser decisivos. Por ello, las campañas centradas en símbolos—motosierras, leones, referencias a fuerzas celestiales, y un fuerte toque de anti-intelectualismo—resultan más eficaces que las tradicionales, especialmente si quienes se presentan logran atribuirse logros económicos significativos que beneficien a los más necesitados.
Al criticar al macrismo y, por motivos similares, al periodismo crítico supuestamente “elitista”, Milei y sus seguidores buscan ganarse a aquellos que se sienten víctimas de prejuicios sociales. Aspiran a movilizar el resentimiento, al igual que Donald Trump y sus partidarios en Estados Unidos, quienes han cosechado éxito en una guerra cultural contra “progresistas”, que, según ellos, han traicionado a los trabajadores en favor de causas “woke”. Aunque la ideología económica de Milei, influenciada por pensadores austriacos, resulta radicalmente diferente, su estrategia política es prácticamente idéntica.
No obstante, la presencia de tantos cleptócratas en el Senado, donde el destino del proyecto de ley de ficha limpia dependió de dos representantes misioneros, revela mucho sobre la moralidad de un sector político significativo. Muchos senadores creen que Cristina y sus aliados tienen derecho a embolsar miles de millones de dólares del erario público por sus “servicios” al peronismo, y consideran aberrante la idea de que deban ser sancionados como ciudadanos comunes. Para ellos, la lealtad personal es lo que prevalece.
Tal postura, llevada al extremo, resulta incompatible no solo con la democracia, sino también con el desarrollo económico. En sociedades profundamente corruptas, los gobernantes tienden a anteponer sus intereses y los de familiares y amigos a cualquier otro aspecto. Por ello, no sorprende que el kirchnerismo haya resultado ser una catástrofe económica para Argentina.
Milei parece sostener que la corrupción emana del estatismo, y su solución radicaría en reducir el tamaño del sector público, privando así a políticos corruptos de oportunidades para lucrar a expensas de los contribuyentes. Estaría en lo correcto, pero al insinuar que la solución es meramente estructural y se logrará automáticamente mediante privatizaciones y la eliminación de regulaciones burocráticas, da la impresión de permitir que los “chorros”, comenzando por Cristina, a quienes denuncia de forma esporádica, mantengan el botín ya acumulado. Esta perspectiva también alimenta las sospechas de que, en el fondo, los Milei son tan corruptos como los miembros de “la casta” política permanente, y que su relación con los criptomonedas dista de ser un simple desconocimiento del tema.
Por razones puramente electorales, Milei no puede permitirse parecer dispuesto a tolerar la corrupción, un asunto que, de acuerdo con diversas encuestas, genera gran preocupación entre la mayoría. Para protegerse de los intentos de debilitar al PRO, los macristas lo han atacado por su supuesta voluntad de alcanzar un pacto, tácito o no, con Cristina. Recientemente, el expresidente Macri afirmó que durante un año y medio de gobierno libertario, Argentina no mejoró su posición en el ranking de Transparencia Internacional, a diferencia de su administración, cuando el país ascendió del puesto 107 al 66.
Aunque La Libertad Avanza aún no goza de la reputación de ser un partido intrínsecamente corrupto, si Milei y sus seguidores continúan ofreciendo motivos a quienes valoran el civismo para votar en su contra, el oficialismo no podrá llegar a la magnitud necesaria para implementar las drásticas transformaciones que propone.
Para alivio de muchos políticos, que, como atletas antes de un campeonato, se sienten revitalizados por el ambiente electoral, este año ya ha comenzado. El consenso indica que los resultados hasta ahora han sido muy desfavorables para los peronistas, quienes pierden terreno en las provincias que tradicionalmente dominaban. Los resultados son desalentadores para los macristas y aceptables para los mileístas, quienes, al aliarse con representantes de la casta local, están emergiendo como una alternativa viable. No obstante, dado que casi la mitad del electorado se ha mantenido al margen de las urnas, parece que ninguna fuerza política ha logrado entusiasmar a los votantes de Salta, Chaco, Jujuy o San Luis. Lo mismo se espera en la Capital Federal, donde abunda la cantidad de listas, pero ninguna podrá alcanzar una mayoría absoluta, lo que convertirá la lucha por interpretar los resultados en un desafío tan feroz como engañoso, al igual que las campañas de los diversos contendientes.




