Domingo, 7 de diciembre de 2025   |   Nacionales

La bananización del Mal: cómo el deterioro institucional pone en jaque a la política argentina

La bananización del Mal: cómo el deterioro institucional pone en jaque a la política argentina

En su origen, el término “república bananera” hacía referencia de modo literal a países cuya supervivencia dependía casi exclusivamente de la producción de bananas. Con el tiempo ese concepto se amplió para describir naciones carentes de instituciones democráticas, con economías primarizadas, funcionarios corruptos y sociedades fragmentadas.

En América, esa ecuación se completaba con la presencia de una potencia gendarme como Estados Unidos, capaz de intervenir política, económica y militarmente en cualquier país.

Es ese cóctel tragicómico que Woody Allen retrató tan bien en su film “Bananas” de 1971.

Hoy, lo bananero continúa asociado a lo farsesco: líderes caricaturescos, sistemas económicos inviables, iniciativas grotescas, populismos de distinto signo y una potencia hegemónica que recupera el rol de gendarme regional.

Big Stick. Las intervenciones militares de EE.UU. en la región se remontan al siglo XIX; en ocasiones se trataron de invasiones directas y en otras, de apoyos a dictaduras aliadas.

Todo ello siguió la Doctrina Monroe, resumida en la frase “América para los americanos” (sus críticos decían “América para los estadounidenses”), bedoeld a bloquear la expansión de otras potencias en el continente. A esa doctrina se le añadió luego el “corolario Roosevelt”, la política del garrote (“Big Stick Policy”), que ampliaba las razones del intervencionismo militar hasta incluir la necesidad de “restablecer el orden interno”.

Pero desde los ’90, con la globalización, una nueva corrección política internacional (centrada en derechos humanos, la defensa de las minorías y el cambio climático) y conflictos en otras regiones, la principal potencia fue cediendo su papel de gendarme regional para concentrar sus esfuerzos bélicos en Medio Oriente, especialmente tras los atentados de 2001.

Sin embargo, en este segundo mandato de Donald Trump, América volvió a recuperar importancia para Whashington, probablemente impulsada por el interés en frenar la expansión comercial de China y la preocupación por las reservas petroleras en países como Venezuela que coquetean con Rusia y con actores de Medio Oriente.

Corolario Trump. La diplomacia internacional no sale de su asombro tras conocerse en las últimas horas la “Estrategia Nacional de Seguridad”, que articula legal y teóricamente lo que Trump viene aplicando desde que regresó al poder. Es, en definitiva, una suerte de “corolario Trump” a la doctrina Monroe.

Allí se prioriza el control militar del continente, “premiando y alentando a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén en línea con nuestros principios y estrategia”, terminando con las migraciones masivas y custodiando los valores occidentales.

Este último punto —lo que Trump interpreta como el fracaso europeo— es lo que más sorprende del documento. Por primera vez se oficializa un giro histórico de EE.UU. respecto de sus aliados tradicionales en el viejo continente.

Ahora, Washington advierte que apoyará a quienes “resistan la trayectoria actual de Europa”, colocando a la Unión Europea casi en pie de igualdad con lo que durante la Guerra Fría representó la Unión Soviética. Afirma “la perspectiva real de la desaparición de la civilización” occidental y que “si las tendencias actuales continúan, Europa será irreconocible en 20 años o menos”.

Y, así como en materia regional promete respaldar a partidos aliados, afirma que hará lo mismo con los partidos “patrióticos” europeos (los llamados de ‘ultraderecha’) que enfrenten las políticas de “la UE y de otros organismos transnacionales que socavan la soberanía con políticas migratorias que están transformando al continente”. También pronostica la posibilidad de que “ciertos miembros de la OTAN se conviertan mayoritariamente en no europeos” y avala la teoría conspiracionista de un plan para reemplazar a la gente blanca por inmigrantes no blancos.

Neo garrote. Esos postulados excéntricos y extremos conectan con un hombre igualmente excéntrico y extremo.

A diferencia de los presidentes de los Estados Unidos posteriores a los años ’90, Trump retomó la política del garrote inaugurada por Theodore Roosevelt —“Habla suavemente y lleva un gran garrote”, decía—, una estrategia que predominó durante casi un siglo.

Sólo que Trump lleva esa premisa al paroxismo.

Como en el pasado, Estados Unidos volvió a desplegar su poderío militar en la región, inicialmente cerca de las costas de Venezuela. Desde el 2 de septiembre, se cuentan 22 ataques que destruyeron 23 embarcaciones y mataron a 87 personas, presuntos narcotraficantes. Es la misma acusación que pesa sobre Maduro; la misma que llevó a una cárcel norteamericana al ex presidente hondureño Juan Hernández, condenado a 45 años de prisión e indultado por Trump hace una semana.

Este jueves, el Congreso de ese país abrió una investigación criminal sobre uno de los ataques: tras un primer bombardeo que dejó personas con vida, se autorizó un segundo que mató a los sobrevivientes.

Este “garrote recargado” mantiene al mundo en vilo y, según las encuestas, recibe más del 70% de rechazo dentro de ese país.

Javier Milei no sólo comparte el discurso de Trump frente a Europa (aunque centrado en la célebre amenaza comunista), sino que lo impulsa a invadir Venezuela. Incluso ofreció sumar a la ofensiva a un buque argentino, rompiendo con el histórico principio de no intervención de la Argentina.

Banalidad. En el proceso de normalización de lo extraordinario, tanto aquí como en el mundo se percibe el silencio de líderes demócratas y republicanos que antes defendían el derecho internacional y sus instituciones. Callan quizá por temor a confrontar a quienes ejercen el poder de forma brutal, o porque privilegian los fines por encima de los medios.

Pero que Venezuela esté gobernada por un populista autoritario que dice tener contacto directo con Dios y escuchar voces del más allá, no justifica que una potencia militar viole el derecho internacional para intervenir estados o matar personas sin pruebas concluyentes y sin brindarles derecho a defensa.

Hace un año, este diario distinguió a la líder opositora Corina Machado con el Premio Perfil Defensa de la Democracia “por su defensa de los valores democráticos y los derechos humanos en Venezuela, a pesar de la proscripción y la persecución política”.

En un video que logró romper la censura, Machado afirmó: “Esta lucha es hasta el final. Hasta el final significa construir una nación con pilares éticos, republicanos, liberales. Gracias por este enorme reconocimiento y les agradezco de corazón que sigan acompañando esta lucha que tiene un solo destino: la libertad de Venezuela.”

Son precisamente “los pilares éticos y republicanos” los que distinguen a una líder democrática de cualquier forma de bananismo autoritario.

Hanna Harendt sostenía que detrás del Mal puede esconderse la mera banalidad: no siempre la monstruosidad deliberada de quien hace daño, sino la simple estupidez de personas circunstancialmente poderosas que cometen el mal.

La historia americana, que fue a la vez trágica y farsesca, hoy se repite como tragedia y farsa juntas.

Los argentinos, especialistas en hacer como si todo esto fuera normal, quizá podamos aconsejar al mundo que para naturalizar a Trump lo mejor es mirar hacia otro lado y guardar silencio.

Que es otra forma de banalidad: la de fingir que no tenemos nada que ver con lo que nos sucede.

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