Sábado, 14 de junio de 2025   |   Nacionales

Jubilemos la violencia: un análisis sobre la agresión en nuestra sociedad y sus implicaciones actuales

La política argentina atraviesa un momento alarmante en su forma de comunicar. Lo que antes se entendía como discusión ideológica o confrontación de proyectos, hoy se ha degradado en un espectáculo de insultos, desinformación y desprecio por el otro.
Jubilemos la violencia: un análisis sobre la agresión en nuestra sociedad y sus implicaciones actuales

En un discurso, Gabriel García Márquez recordó: “A mis 12 años de edad estuve a punto de ser arrollado por una bicicleta. Un cura que justo pasaba me salvó con un grito: ‘cuidado’. El ciclista cayó a tierra. Y el cura me miró y me dijo: ‘ya vio usted lo que es el poder de la palabra'”.

La política argentina enfrenta un momento alarmante en su forma de comunicarse. Lo que alguna vez se entendió como una discusión ideológica o la confrontación de proyectos se ha degradado en un espectáculo de insultos, desinformación y desprecio hacia el otro. El escenario político se asemeja cada vez más a una red social: se grita, se busca la viralización y se mide el impacto a través de likes y retuits. La palabra ha dejado de ser un vehículo de ideas y entendimiento para convertirse en un arma de destrucción.
Y, como todo en política, esta dinámica se propaga a toda la sociedad.

Las diputadas nacionales Lilia Lemoine y Juliana Santillán son ejemplos recientes —y lamentables— de esta lógica. En lugar de escuchar, comprender y responder con argumentos a un reclamo legítimo como el de los trabajadores del Hospital Garrahan, optaron por burlarse, minimizar y desinformar. Actúan como si hablar con ironía fuera suficiente para ocultar la falta de empatía, responsabilidad o propuestas.

El Garrahan no es cualquier hospital. Es uno de los centros de salud pediátrica más destacados de América Latina. Allí se salvan vidas. Los profesionales que trabajan en sus salas no buscan “que les paguen por sus sueños”, como afirmó con ligereza Lemoine: luchan por condiciones laborales dignas que les permitan sostener la calidad de atención a los niños más vulnerables. Decirles “renuncia y búscate otro trabajo” no es sinceridad: es crueldad.

Lo mismo ocurre con las declaraciones del diputado José Luis Espert, quien, en el marco de un congreso de comunicación política en la UCA, repitió —sin vergüenza ni autocrítica— un insulto dirigido a Cristina Kirchner. No se trata de defender a personas, apellidos o banderas: se trata de salvaguardar una forma de hablar en democracia. Y eso implica respeto hacia los demás, incluso (y sobre todo) hacia quienes piensan diferente.

La propuesta no se limita a cuidar las formas. Es más profunda. “Las palabras tienen vida propia. Una vez dichas, caminan solas por el mundo”. El modo en que nos estamos acostumbrando a usarlas está moldeando una democracia cada vez más intolerante, hostil y peligrosa. Necesitamos comunicarnos con humanidad, porque las palabras no solo describen el mundo: lo construyen.

No es casual que estas declaraciones coincidan con un discurso oficial que intenta justificar la reducción al mínimo de la inversión pública, desprestigiar a los médicos del sector público y poner en duda derechos fundamentales como el acceso a la salud o la protección a personas con discapacidad. Las afirmaciones de ciertos políticos no son errores ni exabruptos aislados: forman parte de un relato coherente que busca generar miedo sobre la función más básica del Estado, que es cuidar.
Por eso, más allá del repudio a cada declaración injuriosa, debemos alzar la voz en defensa de una política que vuelva a centrarse en los proyectos, las ideas y, sobre todo, en las personas. Porque la democracia no solo se mide en votos, sino también en el respeto que se brinda en los debates.

*Legisladora porteña por la Unión Cívica Radical (UCR)

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